1914: Una tregua en el día de Navidad

Isabel Undurraga Matta[1]

(www.prezi.com)

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Atardecer del día 24 de diciembre de 1914. La Primera Guerra mundial está en pleno desarrollo y ha tomado la intensa dinámica que va a ser una constante durante los cuatro años que durará. El mundo tendrá que aceptar de golpe una realidad que ninguno de quienes la precipitaron deseaba, si nos atenemos a lo que ellos repetían hasta la saciedad.

En plena llanura de Flandes, en el noroeste de Bélgica, se ubica la antigua ciudad de Yprés, la misma que conoció épocas de esplendor durante la Edad Media gracias a su industria y comercio de paños. Desde hacen varias semanas, en sus alrededores, alemanes y británicos se encuentran enfrentados. Se ha ido la tarde y la niebla y en un par de minutos más será noche cerrada. Una jornada que se supone debiera transcurrir como todas las anteriores: tensa, calma, oscura y extremadamente fría. Al menos hoy no ha nevado. A esa hora ambos  bandos se han refugiado en sus respectivas trincheras separadas tan solo por algo más de100 metros (la tristemente célebre “tierra de nadie”) húmedos y llenos  de fango y lodo. Estamos hablando de una época en la que los que se enfrentaban en los campos de batalla tenían una diferencia fundamental con quienes lo hacen hoy en la  guerra contemporánea que no distingue los días de las noches y tampoco sabe de fechas emblemáticas: en ese tiempo, la llegada de la oscuridad detenía todas las actividades bélicas.

Ya bajo resguardo, llega uno de los momentos más penosos para los combatientes de cualquier signo que éstos sean: la hora del recuento de los hombres, animales e insumos que partieron al campo de batalla ese día. Un oficial  del regimiento, batallón y/o destacamento según sea, va leyendo lentamente la lista en medio de una ansiedad que se palpa en el aire, interrumpida solamente por un  ¡¡Presente ¡! cuando el señalado está allí. Pero cuántas veces el nombre de alguien se pierde en un silencio sepulcral. Quien fuera su más cercano compañero (nunca mejor usado el término) comprueba  que aquel con quien estuvo durante la jornada hombro con hombro resistiendo, atacando y sobre todo sufriendo juntos el miedo atávico que desde siempre  genera la guerra en los hombres, ya no volverá.

Terminada dicha instancia, los soldados se disponen a descansar dentro de lo que permiten las trincheras: hacinados, sin disponer de literas para todos y en medio de restos de alimentos, montañas de basura, piojos, excrementos y una legión de ratas que corren satisfechas con tan espléndido festín. Pero todos teniendo en sus mentes como telón de fondo, la guerra y toda su carga de angustia, temor, sobresalto y sentido de la fragilidad de la vida. Cada uno  ocupa  su tiempo en lo que mejor le parece: unos escriben o leen cartas a o de sus familias; los que han llevado consigo a sus mascotas, las atienden; si es posible, los heridos reciben los primeros auxilios; otros tratan de conciliar el sueño. Ya llevan  tres meses de batallar en el Frente Occidental, tiempo suficiente para que los vítores, guirnaldas y aplausos con que fueron despedidos los hombres movilizados tanto en Alemania como en Inglaterra con un entusiasmo rayano en la locura, se hayan ido disolviendo en el recuerdo. Puntualmente para los soldados alemanes, de la entusiasta arenga con que los despidió el Kaiser Guillermo en la Estación Central de Berlín no se oía a estas alturas ni siquiera el eco lejano: “…partid confiados en que obtendréis la victoria y con la certeza de que estaréis de vuelta en casa antes de caiga la última hoja de los tilos de la Unter den Linden……..”

Regresamos a las trincheras. A eso de las 9 de la noche desde el sector de los británicos se percibe que en el del enemigo hay movimientos, a la vez que comienzan a encenderse y titilar una gran cantidad de lucecitas. Luego y a pesar de la distancia, se oyen claramente las estrofas del “Stillen NachtHeine lige Nacht……….”(la “especialidad de la casa”). La sorpresa de los ingleses es total. Deberán esperar varios minutos para reponerse y sentirse confiados para contestar entonando a todo pulmón su “Silent Night …..”. Se enterarán más tarde que los cientos de luces que iluminaban la trinchera enemiga, correspondían al envío de una enorme cantidad de abetos y adornos que con motivo de la Navidad, el Kaiser le hizo llegar al ejército alemán destacado en el Frente Occidental. Gran detalle el suyo al tratar de mitigar la lejanía y la nostalgia de sus hombres, en un tiempo en que todavía esta celebración guardaba un profundo sentido de recogimiento familiar. Tal  vez habrá tenido en mente el gesto de su adorada abuela la Reina Victoria, quien le hizo llegar una barra de chocolate “Cadbury” a cada uno de los miles de soldados británicos que se batían en la guerra de los Boers (Sudáfrica) acompañada de una tarjeta escrita de su puño y letra que decía: “Para cada uno de mis valientes y leales muchachos que se encuentran defendiendo el honor de Inglaterra”……

No habían terminado los acordes de los villancicos, cuando los ingleses ven salir a un hombre desde la línea alemana que avanza lenta y confiadamente hacia ellos con sus manos en alto y les solicita permiso para enterrara sus muertos que yacen por cientos alrededor de las trincheras. Los aliados caen en la cuenta de que ellos tienen idéntica urgencia para con los suyos. Se inicia así, en respetuoso silencio, el levantamiento de todos los caídos. A partir de ese momento la situación dará un giro de 180°. Salen de sus respectivas trincheras unos y otros en tropel, en busca de quien hasta hace tan solo unas horas era el enemigo frente al que cabían solo dos opciones: eliminarlo o ser eliminado. Se abrazan emocionados dándose la bienvenida e intercambian medallas, botones, sellos, tarjetas, cigarrillos, cerveza y whisky. Se interrogan acerca de sus familias, novias y vecinos. Y así, esa tierra de nadie se convierte repentinamente en un lugar de encuentro con el Otro y se descubre que todos, británicos y alemanes, son iguales y tienen las mismas esperanzas, afectos, nostalgias, miedos, admiración por su patria y sentido del deber.

Después de tan emotivo encuentro regresan alegres a sus respectivas concentraciones y esa noche se hace más corta y más amable. Pero hay expectación porque para la jornada siguiente, el 25, se han citado para un partido de fútbol. Ya de día, se reencuentran felices y un inglés pone a disposición de los contrincantes una pelota. Se inicia el juego sin árbitro, pero con gritos y vivas de aliento para cada equipo. Alemania se impone con justicia por 3 a 2 y pasan el resto del día, conversando, compartiendo y conociéndose. La  tarde se va lentamente y todos deben regresar a sus respectivas trincheras. Al día siguiente hay que volver a la rutina bélica y olvidarse de ese fraterno paréntesis que han disfrutado durante veinticuatro horas.

(www.myheartsisters.org)

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Tanto el Alto Mando británico como el alemán, condenaron enérgicamente la espontánea tregua establecida por sus respectivos efectivos, por estimar un grave error el que llegaran a conocer el lado humano de cada uno: a su juicio, ello podría minar la moral y disciplina de los hombres. Una cosa así no podía  volver a repetirse.

Para terminar esta reseña nos parece pertinente recordar que la emotiva conmemoración anual de los poppies ("amapolas") que hacen los ingleses y sus ex dominios, Canadá, Australia y Nueva Zelanda en el mes de noviembre, es en memoria de los caídos de esas nacionalidades durante la Primera Guerra mundial  y alude exactamente a los miles y miles de amapolas que cubrían los campos de Flandes en ese tiempo. Íntimamente ligado a dicha fecha, está el recuerdo del hermoso poema creado por el canadiense John McCrae, médico cirujano y profesor canadiense de la Universidad de Ontario, quien partió a la guerra con siete de sus estudiantes de Medicina y que ante la muerte precisamente en el campo de batalla de Yprés de uno de esos muchachos, compuso los inmortales versos de “In Flanders Field” ( “En los campos de Flandes”) que comiezan con:

"In Flanders field the Poppies grow

Between the Crosses row on row

That mark our place in the sky.

 The larks still braverly singing fly

 Scarce heard amid the guns below ……”

[1] Historiadora (PUC) y colaboradora estable de OpinionGlobal.-

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