1973: El nudo ciego

Columna
El Mercurio, 19.08.2018
Sergio Muñoz Riveros, escritor y analista político

¿Pudo estallar una guerra civil en Chile en 1973? Así lo creyó el Partido Comunista, que integraba el gobierno del Presidente Allende, y luego del alzamiento del regimiento Blindados N° 2 (29 de junio de 1973), que se saldó con 21 muertos, lanzó la campaña "No a la guerra civil", inocultablemente defensiva y reveladora de que los dirigentes del PC no se hacían ilusiones respecto de cuál sería el desenlace si se desataba la violencia en gran escala. Luis Corvalán, el líder comunista, llegó a pedirle públicamente al cardenal Raúl Silva Henríquez que la Iglesia Católica ayudara al apaciguamiento.

¿Cómo llegó el país a esa encrucijada? Influyeron varios factores, pero el principal fue la polarización extrema que desató el experimento de la Unidad Popular. "El objetivo central del gobierno del pueblo -decía su programa- es ponerle fin al poder de los imperialistas, de los monopolios y de la oligarquía terrateniente, y comenzar la construcción del socialismo en Chile". En un país que había logrado significativos avances sociales durante el gobierno del Presidente Frei Montalva (1964/70), la izquierda propiciaba, bajo la promesa de la igualdad, una revolución enmarcada en la idea de acabar con el capitalismo. En su visión, latía la creencia de que la matriz soviética representaba el "sentido de la historia".

En las décadas anteriores, la izquierda había ganado influencia gracias a las luchas sindicales, los movimientos reivindicativos del tipo de "los sin casa", la actividad cultural y, por cierto, las campañas electorales. Aunque la quimera del socialismo estaba en el discurso, la práctica de la izquierda no había sido de ruptura, sino de búsqueda de logros que mejoraran la situación de los grupos postergados. El PC, en particular (ilegalizado entre 1948 y 1958), había aprendido a valorar los espacios de participación que ofrecía el régimen democrático y trataba de consolidarse como partido legal. Sin embargo, en los años 60 la influencia de la Revolución Cubana potenció en América Latina la ilusión del cambio revolucionario por la vía rápida. En Chile adquirió fuerza el izquierdismo de raíz castro-guevarista, representado principalmente por un sector del Partido Socialista y por el MIR, que incluso planteaba la posibilidad de tomar el poder por las armas.

Allende se convirtió en Presidente gracias a que la Democracia Cristiana reconoció su mayoría relativa en las urnas y lo apoyó en el Congreso Pleno, en octubre de 1970. En ello gravitó la reacción nacional de defensa de los procedimientos constitucionales que generó el asesinato del general René Schneider pocos días antes, como parte de un complot alentado por EE.UU. para impedir que Allende asumiera. En esos días, se pudo haber concretado un acuerdo de colaboración entre la UP y la DC sobre bases realistas, pero la UP no estuvo dispuesta. Sus dirigentes querían cumplir la "misión histórica" de modificar radicalmente la estructura de la propiedad, con el fin de que las clases dirigentes perdieran su base de sustentación material y, así, hacer irreversible el cambio en la conducción del Estado. Allende aceptó esa estrategia, con escasa visión acerca de lo que estaba en juego. Salvo la nacionalización del cobre, negociada y aprobada por unanimidad en el Congreso, la ofensiva estatista en la banca, la industria, la agricultura y el comercio terminó por desarticular la economía y generar una dinámica de aguda confrontación.

El punto de inflexión fue el paro de octubre de 1972, impulsado por los gremios empresariales de la industria, el comercio, el transporte y los colegios profesionales. El gobierno se esforzó por normalizar la actividad económica y apagar los focos de violencia, pero ya en situación de acoso. En noviembre, y para garantizar la elección parlamentaria de marzo de 1973, Allende incorporó a las FF.AA. al gobierno. Fue el momento en que se agotó el proyecto de la izquierda: cogobernar con los militares no estaba en el libreto. El efecto fue, además, que la pugna política se extendió a los cuarteles.

Se puede decir que los sectores más apegados a la ortodoxia marxista-leninista, sobre todo el núcleo procubano del PS y el MIR, tenían razón: la revolución, concebida como remodelación autoritaria de la sociedad, era incompatible con los fundamentos de la democracia liberal, o sea, la sociedad abierta y la alternancia en el poder. Es cierto que Allende no estaba dispuesto a encabezar un régimen despótico, pero había avalado un programa cuya aplicación fue vista por mucha gente como el prólogo de una dictadura. Bastaba con escuchar a los dirigentes más exaltados del PS para temer lo peor.

¿Pudo evitarse el derrumbe institucional? Sí, pero ello exigía que los líderes de entonces, en primer lugar Allende, actuaran con lucidez y entereza suficientes como para materializar un pacto nacional que conjurara la violencia y salvara el Estado de Derecho. Por desgracia, esa lucidez y esa entereza no existieron. Las reservas de buena voluntad que había en el país fueron anuladas por el miedo y el odio.

¿Tuvo la izquierda planes o capacidad para imponerse por la fuerza? No, aunque su retórica lo sugería. Es, por lo tanto, un sarcasmo trágico que haya hecho todo de su parte para dar a entender que podía hacer lo que no era capaz de hacer. Las FF.AA. lo dejaron en evidencia en pocos días. En Chile no hubo guerra interna, sino represión despiadada. Y nada podrá justificar jamás los crímenes de la dictadura.

Se cumplen 45 años del 11 de septiembre y necesitamos hacer explícitas las lecciones de nuestra tragedia. Hemos aprendido dolorosamente que solo la defensa de los derechos humanos y el ejercicio de las libertades permiten tener una sociedad mejor. Después de tantos desgarramientos, es valioso que nos hayamos reencontrado en las condiciones de la vida en democracia.

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