Padres de verano

Jaime Undurraga M.[1]

Cuánto tiempo llevamos escuchando la expresión de los "viudos de verano". Cuántas historias se tejen a su alrededor. Ya a nuestra edad, sabemos que la mayoría de ellas son mentiras. Que es de la cosas aburridas; que al segundo día uno no sabe qué hacer en la casa; es cuando uno descubre lo que cuesta "llevarla"; es cuando uno termina dejándose caer todos los días a comer donde algún amigo y cuando suele fundirse el control remoto del televisor, a la vuelta de la casa del amigo (hoy llamado zapping). Y lo peor, por lo mismo trasnochamos igual, ya que cuesta quedarse dormido. Y al día siguiente, no falta el idiota en la oficina que, al mirar como uno bosteza, mira a los demás con cara cazurra y les dice: "está solo en Santiago..." (risitas y algunas tallas obvias llenas de lugares comunes).

En resumen, creo que, por regla general, lo de los "viudos de verano" es un mito.

Pero ahora quiero referirme a lo que he descubierto. Es una realidad: los padres de verano. ¿ en qué consiste?

Por lo general, la situación comienza a producirse cuando nuestros hijos alcanzan esa espantosa edad en que, para ordenarles algo, hay que dar razones ( que obviamente uno muchas veces no tiene o, al tratar de darlas, se da cuenta que está ordenando una estupidez).El problema se agrava cuando están en edad universitaria o en los últimos dos años de colegio.

Eso en cuanto a la edad.

En cuanto al tiempo, esta situación se comienza gestar a principios de Diciembre, cuando comienzan las pruebas y los exámenes. Durante el resto del año, igual tienen pruebas, pero uno sabe que pasan gran parte del día en el establecimiento educacional respectivo ( se supone). En esta época no. Y parte con aquella frase:" mamá, a partir del Lunes salimos a las 12" o,"mamá, terminamos las pruebas y no hay más clases, sólo los exámenes". Y ahí uno cae en la cuenta que se avecina un caos familiar (sobre todo la dueña de casa). Comienza un trasnoche parejo; no muy exagerado pero regular. "... como no tengo clases mañana, me voy a arrendar una película..." o "... nos vamos a juntar con unos amigos para repasar...", etc.

Para los efectos prácticos, se comienza a crear en la casa un ambiente como de vacaciones, sin estarlo. Se trastocan los horarios; la levantada más tarde es inevitable ("total tengo todo el día para estudiar"); el refrigerador comienza a vaciarse mucho más rápido que lo habitual; hay que andar siempre con una bebida a mano, por lo tanto los vasos comienzan a desaparecer; las preguntas a la mamá comienzan mucho más temprano que la rutina habitual del año (¿tienes scotch? ¿dónde puedo sacar algo sobre esos viejos latosos de la Revolución Francesa? ¿me prestas la tijera? y te juro que te la devuelvo!, etc).

La planificación digestiva de la casa también se disloca, ya que hay que preparar almuerzo para todos, sin saber quién va a almorzar en la casa. Y normalmente uno no le apunta. Cuando hace mucho almuerzo no viene nadie o viceversa.

Y comienza a aparecer un caos que no es terrible, pero es caos. Y para colmo, la situación se agrava porque, por lo general esta es una época ideal para que los estudiantes anden "apestados". Y como está en juego el futuro de los hijos, su educación, sus exámenes, etc., uno calla estoicamente ( sobre todo la mamá).

Y así comienza a transcurrir el mes de Diciembre.

Por otra parte, los papás también comienzan a "apestarse", porque ellos también deben soportar una situación traumática que se les avecina: la Pascua ( nótese que no digo Navidad). Los adultos chilenos hemos logrado montar una parafernalia masoquista al respecto, quizás no igualada en el resto del mundo. En esto somos tigres de bengala hace muchos años.

En resumen, el caos que se gesta podría resumirse en el hecho que la casa, en vez de desordenarse desde las 5 o 6 PM, como el resto del año, ahora pasa desordenada todo el día, desde que los estudiantes se levantan.

La dinámica familiar que se produce en esta época es realmente notable. Los padres suelen pasar de la ira a la euforia, lo cual es una trampa mortal. En efecto, hay un día en que, uno literalmente desea colgar a un hijo de los pulgares por una semana, ya que la toalla húmeda del baño lleva dos días botada en la pieza; o el olor a zapatillas en su pieza ya es inaguantable; o se comió el pedazo de sandía que uno tenía guardado (¡y además se la comió con manjar blanco el chancho!)

Pero, como mañana le toca examen, mejor no le digo nada ahora. Cuando vuelva de su examen sí se las canto claras. Curiosamente, en el medio de este caos, además estudian. Entonces, vuelven del examen con la cara radiante y avisan: " me saqué un 5.6 en Estructura Metafísica II, me felicitó el profe y pasamos sólo cinco de los cuarenta". Hasta ahí le llega la ira a uno y pasa a la euforia. " Puchas el cabro choro!"; " da gusto sacrificarse por ellos!"; y todas esas cosas que realmente pensamos con orgullo de nuestros hijos. Y ya estamos en el medio de la trampa. Como que la buena nota les diera algún tipo de licencia para seguir creando el caos hogareño hasta el próximo examen.

Y así nos vamos, con el traumático paréntesis de la Pascua entre medio, hasta el día en nos dicen:" ¿ les cuento? fulanito me invitó por 15 días a Panguipullí; o " nos vamos a ir a la carretera austral con dos amigos en carpa por 20 días, y de ahí nos pasamos al fundo del Pelao por otros 15 días".

Aunque no lo crean, ese día llega. Los preparativos son siempre algo acelerados, ya que se comienza a organizar el viaje con menos de doce horas de anticipación, y hay que lavar todas la zapatillas, camisetas, calcetines, etc., que llevan un mes en el suelo de la pieza. Por supuesto con gestos emocionantes, tales como: "no te preocupes mamá, yo me lavo las cosas si me dices cómo". La mamá, amorosamente le dice: "pasa para acá, yo lo hago" ("...si dejo que lo haga él, capaz que el detergente salga hasta la calle o me funda la lavadora...")

Y parte. O parten.

Con todo lo que queremos a nuestros hijos, una vez que parten, debemos reconocer que vienen momentos maravillosos en la vida cotidiana de un hogar. La casa comienza a caminar ordenada nuevamente, y dura así todo el día. Aparecen los vasos y los cubiertos, una vez que se ordenan y se desinfectan las piezas de los retoños en viaje. Uno encuentra cosas que han estado perdidas desde Julio ("¿te acuerdas gordo de esa polera que pensamos se la había robado la nana que echamos?  adivina en el closet de quién estaba...).

La mujer recobra el control de su casa; su ánimo mejora ostensiblemente. El marido llega en la tarde y la paz y tranquilidad del hogar recobra su sentido ( en Diciembre uno creía que esa era una frase cursi de libro). También su ánimo mejora. Ambos padres han sobrevivido una vez más a la traumática experiencia del mes de Diciembre. Incluso ya ha pasado el Año Nuevo. Ya no quedan ni alegría ni penas colectivas a la fuerza por delante; o por lo menos por un tiempo.

Y así nos convertimos, de repente, en Padres de Verano.

Es un paréntesis que los padres debemos saber aprovechar y capitalizar, antes que se nos venga encima el Festival de Viña y la entrada a los colegios. No es que uno no quiera a sus hijos. Al revés, durante esta época uno les renueva el cariño inmenso que les tiene. Para eso, nada mejor que un poco de distancia.

¿O no ?

[1]  Abogado (U. de Chile), consultor de empresas en temas medioambientales y colaborador regular de OpinionGlobal

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