A propósito de la visita de Ban Ki-Moon a Chile

Cristián Maquieira (1)

En los últimos días de febrero el Secretario General de las Naciones Unidas, el coreano Ban Ki Moon, visitó Santiago para asistir a la inauguración de la Cumbre de la Mujer.

Ocho hombres han ocupado el cargo en los 70 años de existencia de la Organización, entre ellos, un latinoamericano, el peruano Javier Pérez de Cuéllar (1982-1992). Otros que estuvieron cerca de hacerlo fueron el chileno Felipe Herrera y el argentino Carlos Ortiz de Rosas en 1971. Ambos llegaron a las votaciones finales, pero fueron vetados por la URSS debido a su supuesta cercanía con Estados Unidos.

Según el artículo 97 de la Carta, el Secretario General es “nombrado”(no elegido) por la Asamblea General por recomendación del Consejo de Seguridad de la ONU. Dicho Consejo nunca ha propuesto más de un nombre a la Asamblea. Por ello, la determinación que hace el Consejo es política y no profesional. Es decir, no hay un sistema de selección objetivo para llenar uno de los cargos más importantes y polifacéticos del mundo. Se decide por el candidato que ofrece la menor resistencia a los miembros permanentes del referido órgano poseedores del veto (P5) (2) , y no el más capaz o mejor preparado. Distintos esfuerzos para ampliar la participación de la Asamblea General en el proceso, han resultado inútiles. Entre ellos, la propuesta de transparentar la elección presentando varios nombres a la decisión del Consejo; establecer un sistema de audiencias con el candidato que escoja el Consejo para conocer sus ideas y prioridades, y se ha insistido en la antigua idea (originalmente propuesta por Australia y Chile en la Conferencia de San Francisco en 1945) de no aplicar el veto a candidaturas para el cargo de Secretario General. Los P5 se resisten con fiereza a ceder sus privilegios y cambiar el sistema.

Javier Pérez de Cuéllar sostuvo en una oportunidad que “el Secretario General debe evitar dos extremos en el desempeño de sus funciones. Por una parte ser Cilla, tratando de agrandar su papel a través de una lectura muy magnánima de las disposiciones de la Carta y, caer por esa vía, en la vanidad y el accionar quimérico. O ser Caribdis y limitar su papel a sólo aquellas funciones ineludibles contenidas en la Carta, sucumbiendo a la modestia, la humildad y el deseo de evitar toda controversia (3). Igualmente, quién ocupe el puesto debe navegar cuidadosamente en las aguas procelosas de los estrechos intereses nacionales de los países que tienen, en general, dos vertientes.

En el caso del Consejo de Seguridad, los miembros -particularmente los P5- esperan que el nuevo Secretario General se concentre con prudencia y el mínimo de protagonismo en los temas de paz y seguridad internacionales y la reforma de la Organización.

En la Asamblea General, los países en desarrollo aguardan que el Secretario General, sin descuidar los asuntos de la paz y la seguridad internacionales, impulse decididamente el desarrollo económico y social. Además, hay un tercer componente en las labores de Secretario General que es fomentar los objetivos e ideales que encarna la institución que representa y cuya defensa y protección suele chocar con los intereses de los países.
Solo tiene éxito cuando la “independencia” y notoriedad que adquiere el jefe de la ONU en este proceso coincide con los intereses de los P5.

Si el Secretario General pierde el apoyo de uno de los miembros permanentes en el Consejo de Seguridad, sus días en el cargo están contados. Así le ocurrió al noruego Trigve Lye, el primer Secretario General, que debió renunciar en 1952, un año antes de terminar su período, porque el bloque soviético cortó relaciones con él debido a su apoyo a la Guerra de Corea. Tanto el austríaco Kurt Waldheim como el egipcio Boutros Ghali, vieron sus postulaciones para la re-elección vetadas por China y Estados Unidos, respectivamente.

Estas complejidades emanan del mandato ambiguo que la Carta de la ONU asigna al Secretario General. Por una parte, es el “más alto funcionario administrativo de la Organización” (Art.97), lo cual confiere una labor puramente gerencial. Además, debe cumplir la funciones que le encomienden los órganos de la Organización (Art.98). Ambas tareas obligan al Secretario General a estar a las órdenes de los miembros.

El mandato político, en cambio, es mucho más vago. La Carta le permite “llamar la atención del Consejo de Seguridad hacia cualquier asunto que en su opinión pueda poner en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales” (Art.99), lo cual implica una función política independiente. Pero, ¿cuánta independencia? He ahí el meollo del asunto. Depende de la época y la personalidad de quién ocupa el cargo.
Hay dos períodos claros en los 70 años de existencia de la ONU: el mundo de guerra fría y el mundo unipolar de hoy. Se analizarán las gestiones de un Secretario General de cada era; el danés Dag Hammarsjkold y la de nuestro ilustre visitante, el último elegido en la era unipolar.

Dag Hammarsjkold (1953-1961) es indudablemente el mejor Secretario General que ha tenido la ONU en su historia. Era un desconocido ministro sin cartera de Suecia, que fue elegido con la expectativa que se limitara a cumplir la funciones administrativas y no produjera trapisondas políticas como había hecho su antecesor Trigve Lye. Pero, no fue así. Hammarsjkold le dio al cargo de Secretario General la función activa, diplomática, política, moderadora y negociadora que perdura hasta el día de hoy. Abrió una senda por la cual han transitado todos sus sucesores con diversos niveles de éxito según su personalidad y los problemas que les tocó enfrentar.

Hammarsjkold aprovechó con brillo las oportunidades que le brindó la guerra fría, interviniendo con inteligencia en la grietas que dejaba la creciente confrontación Este–Oeste y, con ello, fue ampliando progresivamente la capacidad de acción y la independencia de la Secretaría General.

Pudo llevar a cabo estas gestiones, porque Estados Unidos cedió -en esos años- a las Naciones Unidas importantes iniciativas políticas. Así, brillante y arrojada fue la decisión del sueco en 1954 de viajar a la República Popular China para entrevistarse con Zhou Enlai. Su objetivo era tratar de obtener la liberación de 17 aviadores norteamericanos que debieron aterrizar forzosamente en China durante la guerra de Corea, quienes habían sido acusados de espionaje. Entonces, China Popular no era miembro de la ONU, pues su asiento lo ocupaba la representación de Taiwán. Si bien el proceso de negociación fue largo y complejo, seis meses después, en el día del cumpleaños de Hammarsjkold, Zhou Enlai le mandó un telegrama de felicitaciones en el cual le informaba de la liberación de los aviadores.

Este logro posicionó a Hammarsjkold como un negociador hábil y de alto nivel, políticamente por encima de la confrontación Este–Oeste, que podría ser un recurso valiosísimo para resolver otros problemas, como ocurrió en Medio Oriente, África y otros lugares en conflicto. Su mayor legado al multilateralismo fue la creación del concepto de mantenimiento de la paz (los “Cascos Azules”) llevado a cabo por tropas provenientes de los países miembros, pero que actúan bajo bandera azul de la ONU.
Al mismo tiempo, su gestión no estuvo desprovista de problemas serios, particularmente con la URSS y Francia. La Unión Soviética reaccionó con gran firmeza en contra de la operación de paz en el Congo, que tuvo por objetivo pacificar el país al poco de independizarse, evitar allí una guerra civil, y el posible control de la provincia de Katanga (rica en recursos) por parte de Bélgica.

Los soviéticos pretendieron que se utilizara la fuerza paz para respaldar a Patrice Lumumba, su protegido y entonces Primer Ministro elegido democráticamente, que había sido destituido por un golpe de estado del Coronel Joseph Mobutu, apoyado por Estados Unidos. En vista de que ello no ocurrió (como no podía suceder), la URSS, apoyado por Francia, decidió retener la parte correspondiente a su contribución al financiamiento de ONUC (Organización de Naciones Unidas en el Congo) por tratarse de una actividad no contemplada en la Carta. En vista de ello, la Asamblea General decidió solicitar una opinión jurídica a la Corte Internacional de Justicia si el presupuesto asignado a ONUC (fuerza en el Congo) constituían gastos de la Organización . La Corte contestó positiva y fundadamente esta pregunta. Fracasada la vía institucional, la URSS recurrió al ataque personal despiadado. El Premier soviético Nikita Khrushchev exigió en 1960 la renuncia de Hammarsjkold en un discurso ante la Asamblea General en el cual detalla como el Secretario General sería quemado en la hoguera si no lo hacía. Propuso en su reemplazo una “troika” compuesta por un representante de Occidente, uno del bloque soviético y uno de los países neutrales.

Hammarsjkold también fue excomulgado por Francia cuando se ofreció como mediador en el incidente de Bizerte en 1961, por el cual Francia decidió ocupar por la fuerza esa estratégica ciudad costera de Túnez, donde había tenido cuando era colonia francesa, una base naval.

El liderazgo de Hammarsjkold transformó a las Naciones Unidas en una fuerza vital para la paz y el derecho internacional. Falleció prematuramente en un accidente aéreo en 1961, antes que Francia y la URSS hubieran ciertamente vetado su posible reelección. Se le otorgó de manera póstuma el Premio Nobel de la Paz ese año.

En cuanto al coreano Ban Ki Moon, éste fue elegido el 2006 por ser “el perfecto antídoto al carisma peligroso de Kofi Annan” (su antecesor), según el periodista James Traub. Imperturbable, como suelen muchos asiáticos, Ban Ki Moon fue muy criticado durante su primer período por la prensa y los embajadores ante ONU, por su invisibilidad, apocamiento y agenda poco exitosa, aunque obtuvo algunos progresos en materia de protección a refugiados, mantenimiento de la paz y en asuntos administrativos. Es conocido (fue filtrado a la prensa) el memorándum secreto que envió a Mona Juul, la Embajadora Alterna de Noruega ante la ONU, con un análisis muy áspero del Secretario General con motivo de su visita a Oslo.

En el documento la Embajadora Juul sostiene que el Secretario General es “incapaz de establecer una agenda, inspirar entusiasmo y mostrar liderazgo” (5) .
Durante su segundo período, su pasión ha conseguido superar su timidez y ha mostrado un aspecto de su personalidad desconocido antes, posicionándose como un interlocutor importante en promover los objetivos y principios de la Carta, particularmente en materia de la epidemia de Ébola, cambio climático y mantenimiento de la paz.

En descargo del Secretario General hay que afirmar que, más allá de la personalidad del Sr. Ban Ki Moon, los problemas que enfrenta tienen como telón de fondo una creciente falta de acuerdo entre los miembros permanentes, lo que dificulta decididamente su labor.
En definitiva, son tales los desafíos, la complejidad y amplitud del cargo de Secretario General, que según Brian Urquhart, que trabajó con todos los Secretarios Generales hasta Pérez de Cuéllar,“quién sea elegido debe poseer condiciones extraordinarias de liderazgo carismático pero contenido, un intelecto analítico muy desarrollado, una gran visión unida a un temperamento fuerte” (6) .

Atendida la marcada preferencia que tienen los miembros permanentes del Consejo de Seguridad en cuanto a que el jefe de la Organización sea más "Secretario" que "General", es poco probable que ello ocurra en 2016, cuando se lleve a cabo la próxima elección para el cargo.


  1. Ex Embajador Alterno de Chile ante la ONU.-
  2. China; Estados Unidos; Gran Bretaña; Francia y Rusia.-
  3. Conferencia en la Universidad de Oxford. Cyril Foster Lecture, 13 de mayo de 1986
  4. Resolución AGNU 1731, probada el 20 de diciembre de 1961
  5. Mona Juul Memo. Foreign Policy Magazine. Agosto, 2009
  6. Brian Urquhart “The Evolution of the Secretary General” en “Secretary or General. The UN Secretary General in World Politics”. Ed. Simon Cheterman.

 

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