Acuerdo Sykes–Picot: Gran Bretaña y Francia se reparten el Medio Oriente

Columna
OpinionGlobal, 11.01.2018
Isabel Undurraga M., historiadora (PUC) y columnista

Lo que en Occidente se conoce como Medio Oriente ha enterado en estos días algo más de cien años de una existencia extraordinariamente conflictiva, así como un permanente protagonismo en los titulares noticiosos de todo el mundo como consecuencia directa de dos de las principales potencias europeas al inicio del siglo XX.

En 1916, la Primera Guerra Mundial enteraba ya dos años de horror y de avances y retrocesos en los campos de batalla. Las diferencias entre quienes serían los futuros vencedores y los futuros vencidos saltaban a la vista y eran irreconciliables. Pero había algo en lo que coincidían ambos bandos: que el fin del otrora poderoso Imperio Otomano se produciría más temprano que tarde, ya que llevaba mucho tiempo haciéndole honor al nombre con que lo designó el zar Nicolás I durante la guerra de Crimea: "el enfermo de Europa".

Del mismo que había mantenido en vilo al continente europeo al llegar en dos oportunidades (siglos XVI Y XVII) hasta las mismísimas puertas de la muy cristiana ciudad de Viena, ahora solo quedaba un vago recuerdo. Pero mientras el resto de Europa aguardaba como muda espectadora que se concretara su desplome, Gran Bretaña y Francia acordaron adelantarse al vacío que inevitablemente resultaría una vez que ello sucediese. Y decidieron que había que actuar rápido y en secreto: no fuera a ser que a algún otro país en el continente se le abriese un apetito siempre listo para inmiscuirse en territorios ajenos y lejanos.

Así las cosas, al iniciarse el año 1916 los gobiernos de Gran Bretaña y Francia designaron a dos funcionarios competentes y de confianza, para que siguiendo instrucciones precisas se sentaran a negociar en forma secreta: el británico Sir Mark Sykes (diputado Tory) y el francés Francois George-Picot (diplomático de carrera). La pregunta es válida: a negociar qué. Muy simple: a la adjudicación ordenada del extenso territorio aún en manos de los otomanos, el que abarcaba desde lo que hoy es el Oriente Medio­ y hasta bastante más allá por el sur. Aquí hay que destacar algo novedoso, cual es el de proceder a apropiarse de algo que aún tiene dueño reconocido universalmente. Dentro del sigilo de la operación, se aceptó que se integrara Rusia que solamente pretendía hacer realidad su secular aspiración a una salida al Mediterráneo (mar 'caliente') a través del estrecho de  los Dardanelos.

Y como en una vieja película vista una y otra vez, se sentaron Sykes y Picot ante una amplia mesa (la inefable mesa que en Europa venía presidiendo y seguiría haciéndolo, todas sus adjudicaciones territoriales: Congreso de Viena, Congreso de Berlín, Versailles, Lausanne, Paris, etc.). Sobre ella se desplegaron una  docena de mapas de la región, dos tiralíneas, una regla, una escuadra, un compás y dos lápices de color: uno azul para el territorio francés y otro rojo para el británico. Sykes y Picot comenzaron trazando una línea imaginaria (la que se conocería como "Línea de Arena"), que iba desde Acre (en Palestina) hasta Kirkuk (hoy en Iraq), estableciendo  cinco zonas: una de control para Francia y otra para Gran Bretaña; una zona de influencia para cada una de ambas potencias; y una quinta, Palestina, que se mantendría bajo mandato internacional (ahí se incluía Jerusalén).Eso para empezar. Pero a poco andar, quedó claro qué le correspondería a cada uno:

FRANCIA:

  • Siria y toda su zona costera. Al fraccionar este territorio, creó el Líbano tal como se conoce actualmente.
  • Estableció su influencia hacia el noreste, llegando hasta Mosul (hoy en Irak).

GRAN BRETAÑA:

  • Basora y Bagdad (Irak)
  • Persia (actual Irán)
  • Transjordania (hoy Jordania)
  • Palestina (en calidad de Mandato) y la vía libre hacia el canal de Suez, asegurándose así, el camino expedito hacia la India.

El abundante petróleo existente en los territorios de lo que actualmente es Irak e Irán, quedaron repartidos de manera ecuánime.

Eso era lo que sucedía en la mesa de negociaciones. Pero los gobiernos de ambas potencias decidieron acelerar el derrumbe del "enfermo de Europa". Y para conseguirlo, Gran Bretaña solicitó la ayuda de las tribus árabes que habitaban una parte muy importante del extenso territorio otomano y que le presentaban desde hacía mucho tiempo una violenta resistencia al opresor. Pero, como nada es gratis en este mundo, Inglaterra se comprometió a la creación de un Estado Árabe, incluyendo las ciudades santas de La Meca y Medina como puntos intransables. Y, como prueba de sus buenas intenciones, designó como enlace a un distinguidísimo Oficial del Ejército y miembro del Servicio Secreto de Su Majestad, Thomas E. Lawrence. No era alguien cualquiera: un arqueólogo educado en Oxford, con muchos años recorriendo a pie los territorios de Oriente Medio y dueño de un amplio registro lingüístico (hablaba con absoluta fluidez siete idiomas, entre ellos el árabe). Y, como si todo ello no fuera suficiente, mantenía un gran respeto por la cultura árabe.

Con tan impecables antecedentes fue recibido y aceptado por los máximos jefes tribales como uno más de los suyos. Para ellos, Lawrence pasó a ser  El-Orans (sí, el mismo que fuera magistralmente interpretado por Peter O´Toole en el film "Lawrence de Arabia"). La confianza absoluta y el respeto fueron recíprocos. Con la inestimable ayuda de Lawrence, las tribus hasta entonces dispersas, entendieron que debían unificarse para vencer. Y procedieron a  cumplir estrictamente su parte del trato, saboteando caminos, líneas férreas, puertos, puestos de control y todo lo que representara el dominio turco u otomano.

Cuando un par de años más tarde se derrumbó el gobierno zarista, lo que en principio se había aceptado fue desconocido por las dos potencias. Lenin, en venganza, dio a conocer el acuerdo urbi et orbi a través de la prensa, con consecuencias desastrosas. Quedaron en pública evidencia una seguidilla de engaños, traiciones y desconocimientos, destacándose como los más importantes los siguientes:

* Rusia: al caer el gobierno de Nicolás II se desconoció lo que se había prometido. De ahí que los bolcheviques hicieran público el Acuerdo.

* Engaño flagrante a los árabes: en el acuerdo no figuraba en ninguna parte un futuro Estado Árabe.

* T. E. Lawrence sucumbió junto con los árabes al descalabro, ya que jamás fue informado por su Gobierno cómo quedaría el reparto del botín otomano. Y sufrió literalmente hasta el fin de sus días, el que ellos lo consideraran un espía a sueldo y un traidor.

* La promesa hecha al Sionismo y contenida en la Declaración Balfour, en cuanto a que en Palestina se establecería el futuro hogar judío, quedaría como algo muy inestable. Y habrá que atender a los recelos justificados de los receptores de dicha promesa.

El Acuerdo Skyes-Picot le permitió a Francia y a Gran Bretaña mantenerse como árbitros sin contrapesos en el Oriente Medio durante gran parte del siglo pasado. Pero a la vez, ambas naciones generaron un profundo resentimiento y desconfianza entre los árabes hacia Occidente, situación que perdura hasta hoy. En este sentido, las cosas ya venían mal desde que al surgir el Islam en el siglo VII D.C., los musulmanes las emprendieron contra los infieles seguidores de Jesucristo, estableciéndose en el sur de Europa. Tiempo después, los cristianos les devolvieron el cumplido con los 200 años de las expediciones Cruzadas y la reconquista de la península ibérica. Y por los hechos aquí expuestos, es posible apreciar que ellos no han contribuido sino a mantener y empeorar las cosas.

No hay comentarios

Agregar comentario