Alan García y su bipolaridad

Columna
El Líbero, 13.05.2019
José Rodríguez Elizondo, Abogado, académico, ex embajador
  • Con su suicidio, Alan salió de la crónica policial de los expresidentes corruptos para entrar “a caballazos” a la historia. Muy propio de ese ego suyo, tan superlativo, que no admitía comparación con sus predecesores y sucesores. Pero, simultáneamente, fue un galopón muy complicado para sus compañeros del APRA, que ahora deben hacer no sólo el balance histórico del gobernante sino, además, su balance propio, como partido político.

El fin último de toda persecución política

Es el suicidio material del perseguido.

(De la novela de Alan García)

El epígrafe corresponde a una meditación de Alan García Pérez sobre el personaje Alan García Pérez, en su novela El mundo de Maquiavelo, publicada en 1994. No es un párrafo cualquiera. Está inmerso en el marco de la persecución real que experimentó el autor cuando Alberto Fujimori dio su autogolpe de 1992. Por cierto, hoy debiera leerse como una profecía autocumplida.

El que no se haya reparado en ese anticipo de suicidio demuestra dos cosas: primero, que nadie lee novelas de un político, porque nadie cree que un político pueda escribir novelas; y segundo, que Alan, como le decían todos -o “Caballo Loco”, así le decían algunos-, fue mucho más que un líder peruano con inteligencia “superior al promedio”, como escribiera Mario Vargas Llosa. Además de ser un abogado con estudios de posgrado en Europa y un orador político capaz de derrotar a Fidel Castro, cantaba boleros como un profesional, era diestro con la pluma y, quizás por lo mismo, tenía una notoria acromegalia del ego. Muchos fundían esta última característica en un supuesto síndrome de bipolaridad, que lo balanceaba entre la depresión sicológica y la percepción de que todo le estaba permitido.

El hecho es que, con su suicidio, Alan salió de la crónica policial de los expresidentes corruptos para entrar “a caballazos” a la historia. Muy propio de ese ego suyo, tan superlativo, que no admitía comparación con sus predecesores y sucesores. Pero, simultáneamente, fue un galopón muy complicado para sus compañeros del APRA, que ahora deben hacer no sólo el balance histórico del gobernante sino, además, su balance propio, como partido político.

 

El APRA de Víctor Raúl

Con el político e intelectual Víctor Raúl Haya de la Torre como líder, los izquierdistas peruanos comenzaron a construir, a fines de los años 20 del siglo pasado, el APRA o Alianza Popular Revolucionaria Americana. Se trataba de un partido revolucionario alternativo al comunismo y de incidencia transnacional (“indoamericano”). Siguiendo la doctrina del fundador, expresada en su obra El antimperialismo y el APRA, sus discípulos de la región llegaron a gobernar o incidir en otros países, como Venezuela y Costa Rica. En Chile, el aprismo permeó a líderes importantes del Partido Socialista. Salvador Allende y Clodomiro Almeyda fueron lectores concienzudos del texto fundamental de Haya.

Pero, paradójicamente, el APRA de Haya no llegó a gobernar en el Perú. Sus enemigos civiles y militares lo impidieron, incluso con golpes de Estado. Estimaban que el partido era, simplemente, la otra cara del comunismo.

Tuvo que llegar la ancianidad, renovación y muerte del fundador, más una dictadura militar que se abrió a su doctrina, para que el APRA peruano conquistara al gobierno por dos veces, con intervalo.

 

El APRA de Alan

La primera vez, en 1985, lo hizo con el delfín de Haya, un jovencísimo Alan (36 años) y su fracaso fue rotundo. Se sintetizó en un fuerte doctrinarismo de izquierda, que pretendió superar democráticamente al castrismo y que terminó entre amenazas de golpe de Estado y una inflación del 3 mil por ciento. La segunda vez, con un Alan sesentón y un proyecto mixto de liberalismo con socialdemocracia, el éxito del gobierno aprista fue reconocido y Alan no temió definirse como un líder escarmentado. Había asumido la renovación postrera de su maestro Haya y adquirido la sabiduría del pragmatismo.

El problema es que el histórico APRA peruano no resistió tanta bipolaridad. Alan se convirtió en una figura individual dominante, pero su partido se encogió de manera dramática. Hoy tiene sólo 5 representantes en un Congreso hegemonizado por 55 fujimoristas de la versión Keiko. Por eso, lo que resta de la anciana guardia hoy se refugia en el recuerdo de “los años heroicos” de Haya, mientras la guardia madura defiende a Alan de graves acusaciones vinculadas a Odebrecht. Además, es muy posible que esté en fragua una joven guardia alanista, que comienza a soñar el sueño del eterno retorno. Lo sugiere el legado de la banda presidencial a Federico Dantón García, el hijo adolescente del líder suicida.

En cuanto a los otros peruanos, componen tres segmentos discernibles. Unos se mantienen fieles a la tradición vernacular que los consagra como antiapristas de padre y madre. Otros saben que sin APRA no hay sistema político, sino un ensamblaje precario de agrupaciones familísticas o de coyuntura electoral. En el tercer segmento están quienes reconocen que el segundo gobierno de Alan impulsó el desarrollo del Perú, lo posicionó internacionalmente y rectificó el curso de colisión con Chile que le dejara servido su predecesor Alejandro Toledo (hoy prófugo). Sin embargo, estos peruanos viven la contradicción entre el reconocimiento de la estatura política de Alan y el repudio a sus denunciadas trapisondas.

 

En el dolor, hermanos

Mención aparte merece el apasionado clima peruano que siguió al suicidio. Soslayando que el brillo de los líderes no es ni debe ser sinónimo de impunidad, los aproalanistas están cerrando los ojos a la realidad y matando simbólicamente a los mensajeros. Apuntan, de preferencia, contra quienes han investigado la corrupción política rampante que trajo el “lavajato”. Entre los apuntados, el blanco preferente es el laureado periodista Gustavo Gorriti, considerado un héroe cívico por sus corajudas investigaciones sobre los narcos y los terroristas de Sendero Luminoso.

Es un síntoma peligroso, que los actuales dirigentes del Apra debieran controlar con máximo vigor. Aplicando su viejo lema “en el dolor, hermanos”, no deben permitir que el clima pasional que desató el suicidio ensamble con una variable de la Omertá o con el atentado terrorista.

De ello dependerá que recuperen la incidencia de su histórico partido, contribuyan a superar la corrupción  y puedan imponer una visión balanceada de Alan, el líder trágicamente desaparecido.

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