América Latina: el rumbo de los próximos años

Columna
Infolatam, 15.03.2017 
J. Eduardo Ponce Vivanco, embajador, ex viceministro de RREE y columnista peruano

La fisonomía política de  América Latina ha entrado en un proceso de cambio radical. Después de la premonitoria muerte de Fidel Castro, el retiro de su hermano y sucesor – anunciado para el 24 de febrero de 2018 por el propio Raúl – traerá consigo  el fin de la dinastía dictatorial de La Habana. Aún es temprano para pronosticar lo que seguiría en Cuba, pero la ausencia de los Castro vendrá de la mano con varios  procesos electorales que presagian cambios de importancia en la región.

El primero de ellos está en curso en Ecuador y podría  concretarse con el triunfo de Guillermo Lasso sobre Lenin Moreno después de los once largos años de Rafael Correa.  Desde las cinco presidencias de José María Velasco Ibarra (la primera en 1934 y la última en 1968),  los ecuatorianos no han tenido un político tan presente e invasivo.  Con su imagen congestionada y empalagosa, Correa copó las instituciones, ignoró la independencia de poderes, tomó las pantallas de TV con sus insoportables sermones sabatinos, amarró a la prensa, y trajo una corrupción (Odebrecht) que supera a la del Perú, pero que, sorprendentemente, no ha provocado un escándalo político similar. La muerte de la pretenciosa “Revolución Ciudadana” de Correa desinflaría al ALBA, dando paso al liberalismo de Lasso. Sería refrescante para la región y agregaría un probable miembro a la Alianza del Pacífico.

En la Bolivia de Evo Morales, otro “socialista del siglo XXI”, el caudillo apuesta por otra reelección y asume un riesgo que puede salirle progresivamente caro en la ruta hasta las elecciones de 2019. Entretanto, Venezuela seguirá caminando hacia la implosión política, la ruina económica, la corrupción, la crisis humanitaria y el aislamiento internacional.  Es una senda escabrosa hasta las elecciones previstas para el 2018, pero nadie puede asegurar que Maduro las convocará, y menos aún que acepte una derrota electoral y un merecido futuro carcelario. El desenlace no vendrá pronto, pero en el horizonte regional ya se vislumbra un futuro sin las plagas del castrismo, el chavismo y el ALBA.

Las elecciones chilenas (próximo noviembre) marcarán un cambio de tendencia en La Moneda. Hasta un hipotético triunfo de socialistas como Lagos o Insulza ( descartado por las encuestas) traería una mejor administración, un mayor crecimiento económico y una política externa más liberal.  El segundo gobierno de Michelle Bachelet no será bien recordado por ella ni por quienes la apoyaron. La ideología, la coalición con los comunistas, las expectativas extremistas, y la mala suerte, han acompañado a un gobierno frustrante.  Pero una vez remozada la maquinaria institucional de Chile, el país retomará el rumbo de la confianza y la prosperidad.

Quien sea elegido en Colombia (mayo 2018)  se beneficiará de lo construido por Alvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Un país políticamente renovado, económicamente pujante y en trance de reducir  drásticamente la violencia endémica solo puede ir hacia delante. Con una clase política preparada, un buen manejo macroeconómico, un empresariado eficiente y una política comercial inteligente, la transición será saludable y positiva.

Nadie duda del firme respaldo de Perú,  Chile y Colombia a la Alianza del Pacífico (AP). Lo que se espera es que cualquiera sea el resultado de las elecciones de 2018, México siga siendo un socio comprometido. La inusitada confrontación política con Trump sobre el NAFTA, la inmigración y el muro fronterizo deberían  fortalecer su enraizamiento político y comercial  con América Latina.  Y no sería insensato apostar que hasta un gobierno de López Obrador se mantendría en la AP para resistir mejor los embates del poderoso vecino norteamericano.

Más al sur, el gigante brasileño está aturdido por el cataclismo Lava Jato que tanto ha mellado su prestigio internacional. Le vendría bien liberarse de políticos desgastados y alentar una candidatura con el perfil de alguien como Sergio Moro para contener el anunciado intento reeleccionista de Lula, mal visto por los países que han sufrido la corrupción sistémica que organizó con Petrobras, Odebrecht y las “emprenteiras”. Crisis moral, desplome económico y descontento popular son facetas dramáticas de una situación que debería conjurar el retorno del socialismo al poder. No obstante, la  figura de Lula aparece de nuevo en las encuestas y ensombrece el futuro del país más grande de la región.

Con el populismo kirchenista asociado al petismo y al chavismo,  Argentina ha sido otro enorme pasivo sudamericano. Aunque la tarea es ardua, Macri está al frente de un gobierno que podría sanear la economía  y liberar el impresionante potencial humano y productivo del país. Sin embargo, su fuerte complementación comercial e industrial  con Brasil está blindada por la unión aduanera y el esquema proteccionista del MERCOSUR, lo que no facilita políticas de apertura acordes con la globalización de los mercados.

En el discurso diplomático se alienta la convergencia con la Alianza del Pacífico, sin asumir las profundas diferencias entre los dos modelos. La AP surgió de la confluencia natural de políticas económicas y comerciales abiertas y afines; mientras que el MERCOSUR es una construcción política con instrumentos jurídicos pensados para integrar y desviar el comercio, privilegiando la producción y el intercambio entre dos socios grandes y dos pequeños.

Por el curso de la globalización y la lógica del libre mercado, todo indica que nuestros vecinos del Atlántico tendrían que hacer esfuerzos mayúsculos si quieren modernizar una organización con los mecanismos rígidos y vinculantes que pactaron en un contexto internacional que dista mucho del actual. Lo que se avizora en el horizonte regional es la convivencia respetuosa entre los modelos del Pacífico y el Atlántico.

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