Brasil procura su normalización

Columna
Diario Constitucional, 06.09.2016
Samuel Fernández I., abogado (PUC), embajador (r) y profesor (U. Central)
El resultado es un Brasil diferente en lo político, tanto interno como internacional. Ya no se muestra coincidente con los gobiernos populistas de la región pertenecientes al ALBA creada por Chávez

Han sido traumáticos los últimos meses para el Brasil. Un largo y polémico juicio político a la Presidenta Rousseff, acusada de ocultar las verdaderas cuentas fiscales para mostrar un país equilibrado.  O para otros, responsable de la inmensa red de corrupción de sus colaboradores  del Partido de los Trabajadores, inclusive cuando estaba a cargo de Petrobras, la empresa petrolera utilizada para financiar sobresueldos y coimas. Todo ello, hizo que se rompieran las alianzas políticas y que su Vicepresidente, se transformara en su principal enemigo para sucederla en la Presidencia, si era destituida. Y, así ocurrió finalmente, no sin dejar un país dividido, con serios problemas de gobernabilidad, y con claros rechazos internacionales de los países que consideran al actual Presidente Temer, un usurpador y un golpista. Tarea nada fácil para el actual mandatario.

Lo ocurrido, además, ha tenido otros componentes, que sin ser los más visibles, tal vez constituyan la base real de la difícil situación del país. Dilma asume un segundo mandato por estrecha mayoría, luego de un primer gobierno que no logró resultados en campos como, la economía, la delincuencia, el desmesurado déficit fiscal, y por sobre todo, combatir la corrupción que explotó escandalosamente, involucrando a más de la mitad del parlamento que está siendo investigado, así como varios Ministros y autoridades de toda clase.

La población comenzó a salir a las calles en manifestaciones multitudinarias de repudio, en casi todas las ciudades, lo que agravó la sensación de desgobierno y de incapacidad de encontrar soluciones. Las rupturas políticas no tardaron en hacerse realidad, pese a que Dilma intentó la ayuda de su antecesor y líder indiscutido del Partido, el ex Presidente Lula. Intento que fracasó en una inédita pugna legal entre jueces federales y estatales que lo autorizaban y luego lo desautorizaban, incluso minutos después de jurar como el Ministro más importante del Gabinete. Lula ha seguido apoyando a la ex Presidenta y anunciado que volverá a competir para reelegirse en los próximos comicios presidenciales, pese a que se encuentra acusado e investigado por enriquecimiento ilícito y su verdadero futuro no está para nada garantizado.

Dilma fue depuesta por el Senado en votación superior a la mayoría requerida, en una sesión tensa y larga en la que se defendió acusando un golpe de Estado y recordando su pasado revolucionario y de víctima de anteriores gobiernos militares. Eso sí, las inhabilitaciones como consecuencia de su destitución, no alcanzaron los votos necesarios, lo que la deja en capacidad de retomar su carrera política. Un resultado inesperado y sin precedentes, que hace sospechar arreglos políticos no conocidos. O bien se buscó deshacerse ahora de Dilma pero no dejarla como víctima por los ocho años de inhabilidad que correspondían a su destitución.

El resultado es un Brasil diferente en lo político, tanto interno como internacional. Ya no se muestra coincidente con los gobiernos populistas de la región pertenecientes al ALBA creada por Chávez, sino que ahora se les opone abiertamente. Los antiguos aliados de Dilma ya han expresado su molestia, pese al peso e influencia del Brasil, con fronteras con la mayoría de ellos. Se alinea con los nuevos rumbos anti-populistas de Argentina, Colombia y Perú, y abandona sus entendimientos con Bolivia, Venezuela, Ecuador y Cuba.

Un giro trascendente para Latinoamérica. Sin embargo, habrá que ver si el actual gobierno de Temer logra sortear tantos importantes desafíos y se afianza suficientemente para su normalización.

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