Caída del Muro de Berlín

Columna
El Mercurio, 18.10.2019
Jaime Lagos Erazo, abogado y embajador (r)

A la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 me encontraba en esa ciudad para negociar el restablecimiento de relaciones consulares entre Chile y la RDA (República Democrática Alemana).

Al haber sido testigo de ese histórico acontecimiento, recuerdo que bastó inicialmente una equivocación para que luego esa noticia provocara que millares de berlineses orientales se dirigieran hacia los puntos de acceso para verificar si podían pasar libremente al lado occidental.

Las guardias alemanas tenían órdenes de impedir que se traspasara el Muro, pero finalmente esa noche misma (y en la mañana siguiente) la masa humana fue incontenible y tuvieron que abrir las barreras cerca de las 11 pm. Yo me perdí esa escena al traspasar el “Checkpoint Charlie” aproximadamente cinco horas antes, pero el silencio que observé entonces era preludio de lo que acaecería más tarde.

Aquí conviene recordar cómo se había gestado este hecho inesperado que conmovió al mundo. El régimen comunista de la RDA enfrentaba una situación interna insostenible, con demostraciones masivas que se repetían a diario, fundamentalmente en Dresden y Leipzig, desde fines de septiembre, las que condujeron a la renuncia de su Jefe de Estado, Erich Honecker, el 18 de octubre de ese año. Todo ello fue provocado luego que a fines de agosto del mismo año Hungría abrió oficialmente la “Cortina de Hierro” hacia Austria (antes, centenares de turistas de Alemania Oriental se habían escapado por esa vía), pero con esa medida, solo en el mes de septiembre 13.000 alemanes orientales habían traspasado las fronteras por esa ruta, constituyendo el primer éxodo masivo desde la construcción del Muro en 1961.

Finalmente, las nuevas autoridades de la RDA (encabezadas por Egon Krenz) que sucedieron a Honecker se propusieron preparar nuevas leyes para reglamentar las restricciones de tránsito al exterior cuando fueron superadas por los acontecimientos del 9 de noviembre. La historia subsiguiente es conocida. No solo los alemanes orientales esa noche y los días siguientes traspasaron el Muro, sino que además miles de berlineses occidentales lo destruyeron utilizando martillos y cinceles para llevarse algunos de sus restos como trofeo o lo pintaron con grafitis.

Más tarde llegaron las retroexcavadoras para completar esa obra de desmantelamiento. Al día siguiente, el 10 de noviembre, teníamos una reunión con el vicecanciller de la RDA, quien nos recibió como si la noche anterior nada hubiera pasado. Esa reunión fue casi de ciencia ficción, ya que obviamente el acuerdo consular que habíamos concluido no tenía ninguna viabilidad futura con un régimen que se desmoronaría al poco tiempo.

Liberados de estos compromisos oficiales, fuimos ese mismo día a ver lo que estaba sucediendo con el Muro bajo la famosa Puerta de Brandenburgo. Las escenas que presenciamos a lo largo de ese día en dicho lugar, y después en otros de Berlín Occidental, son indescriptibles. Miles de berlineses festejaban con una alegría casi incontenible. Era un verdadero carnaval con miles de botellas de cerveza y champaña que yacían sobre el suelo. Centenares de berlineses orientales traspasaban el muro y se abrazaban con sus hermanos de Occidente.

Dos meses más tarde, el 31 de diciembre, volví junto a mi esposa a pasar el Año Nuevo en esa histórica ciudad, por fin reunida, y en la cual aún se celebraba una gran fiesta. Por doquier resonaba la “Oda a la Alegría” de Beethoven convertida en “Oda a la Libertad”. En efecto, después de la caída de la infamante Muralla de Berlín, cual “castillo de cartas”, todos los demás países socialistas se derrumbaron recobrando su libertad.

No hay comentarios

Agregar comentario