Cambio del Canciller y profesionalización del Servicio Exterior

Carta
OpinionGlobal, 22.06.2019
Carlos Klammer Borgoño, embajador (r) del Servicio Exterior

A raíz de la salida del escritor Roberto Ampuero como Canciller, se ha revivido la polémica sobre la prometida modernización del Servicio Exterior, pendiente desde la vuelta a la democracia en 1990.

Algunos medios señalan que el ex-canciller Ampuero, cuando se empapaba precisamente del quehacer de la diplomacia chilena, se le pidió la renuncia, pagando así los platos rotos por no haberse impuesto a la excesiva injerencia del segundo piso de la Moneda en la Cancillería, a través del asesor Sr. Benjamín Salas Kantor, hijo de la Ministra del Deporte y hombre de confianza del Ministro Laroulet. Las mismas fuentes señalan que sería Salas el responsable de algunos "gaffes" diplomáticos conocidos últimamente, como el "chistecito" de la banderita chilena en la norteamericana con ocasión de la reunión Piñera-Trump o del viaje de los hijos del Presidente a China.

Cualquiera sea la razón, lo cierto es que la polémica por la modernización de la Cancillería está de vuelta. Como Embajador de carrera con más de 47 años en el Servicio Exterior, me permito señalar que en nuestro país la diplomacia profesional no goza de la importancia que merece y, desde la década de los 60, los sucesivos Presidentes no han mostrado un interés especial en la diplomacia profesional. Para muestra un botón, sólo ha habido un Canciller de carrera en los últimos 60 años, Rene Rojas Galdames, nombrado en plena dictadura. Luego del golpe del 73, hubo un número mayor de Embajadores de carrera pues algunos países, especialmente europeos, negaban el "agreement" a Generales o Almirantes. Con el advenimiento de la democracia, existió la fundada esperanza que se profesionalizaría la carrera. Ello no ocurrió durante los gobiernos de la Concertación y, menos, con la llegada de la Nueva Mayoría, la que siguió usando la Cancillería para pagar servicios políticos.

Sin embargo, el Presidente Patricio Alwyn, reincorporó durante su mandato a más de 70 diplomáticos exonerados por la dictadura, lo que no ocurrió en ningún otro servicio de la Administración Pública.

Actualmente y, a casi 30 años de la vuelta a la democracia, han habido pequeños avances con el nombramiento de más Embajadores de Carrera. Sin embargo, tengo la impresión que aún persiste el desinterés presidencial por una Cancillería moderna y profesional, donde la carrera se inicie en el grado de 3er. Secretario y termine en el de Embajador, limitando el número de las designaciones de exclusiva confianza del Presidente y reponiendo el pase del Senado para su aprobación. (No hay que olvidar que el Embajador representa al Estado y no sólo al Presidente de la República). Así ocurre en la Cancillería brasileña y en los países europeos, donde los nombramientos políticos de Embajadores son inexistentes.

El nuevo Canciller tendrá ahora la oportunidad de crear una comisión que se encargue de la modernización del Ministerio, idealmente integrada por profesionales y ex-profesionales de la diplomacia, proyecto que finalmente saldrá de los numerosos otros que duermen por años en los cajones de la Cancillería.

El Canciller Ribera tiene la ardua tarea de limitar la injerencia del segundo piso en la Cancillería, pero al mismo tiempo tendrá la oportunidad de profesionalizar la diplomacia chilena. Deseándole el mayor de los éxitos, invito al nuevo Ministro a asumir este desafío por el bien de nuestra diplomacia, la que a pesar de la constante injerencia de la política en su historia mantiene un merecido respeto internacional.

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