Causas de la segunda “guerra civil europea”

Artículo
OpiniónGlobal, 24.02.2016
JSS

Para muchos historiadores tanto la primera como la segunda guerra mundiales fueron parte de un mismo gran conflicto intraeuropeo, uno en el que hubo un interregno de dos décadas y que se desbordó hacia otras regiones. Su ulterior connotación global se debió a los participantes extrarregionales (la URSS, los EE.UU. y Japón), por una parte, y a su carácter total de incluir al estado-nación entero (tanto militares como civiles) con la totalidad de sus recursos físicos y humanos.

Como en todo gran acontecimiento internacional, se dieron causas generales y otras más específicas para el advenimiento del conflicto bélico ocurrido entre 1939 y 1945. Entre las primeras, no se puede descartar en sus orígenes la influencia que ejercieron una nefasta secuencia de factores económics y factores políticos e ideológicos. En lo concreto, la crisis del capitalismo y el quiebre de la economía liberal, ocasionadas por la gran depresión mundial de los años treinta, no sólo desembocaron en la autarquía y en el proteccionismo económico sino en el nacionalismo, éste último con una ingerencia directa en el surgimiento del fascismo, del nazismo y de otras variantes extremas que pregonaban el odio y la violencia política nacional e internacional.

Nacionalismo Europeo previo a la Segunda Guerra Mundial (www.msu.edu.com)

Nacionalismo Europeo previo a la Segunda Guerra Mundial
(www.msu.edu.com)

Ahora bien, entre los motivos particulares, cabría mencionar -entre otros- los siguientes factores:

La cuestión ideológica en general, que inducía a la alteración del status quo por parte de fascistas, nazistas y comunistas, afectando y debilitando a las democracias liberales;

La cuestión soviética en particular, en cuanto a la gran preocupación que motivaban los bolcheviques en los países vecinos (Polonia, Turquía, China, Japón) y entre las grandes potencias temerosas de una revolución mundial;

La cuestión alemana, que se desprendía del intento nazi por derogar el Tratado de Versalles y por lograr un nuevo imperio germano (hitleriano) capaz de acabar con la amenaza soviética. Como elemento subyacente se encontraba el genio diabólico de Hitler (el más hábil de los dictadores en el manejo de la situación internacional). Si bien las teorías hitlerianas no pasaban de ser un pot-pourri de eslóganes, el líder nazi se valió de una particular combinación de instinto sicótico y voluntad sobrehumana para contar siempre con el apoyo de una fanática comparsa de seguidores;

La cuestión del Asia Pacífico, provocada por la aguda militarización de la política interna japonesas y por el creciente intervencionismo nipón no sólo en China sino también en el resto de Asia. Históricamente, Rusia había competido con Japón en el Noreste Asiático, pero una vez que la URSS se volcó hacia adentro para consolidar su revolución la única potencia que podía contener a Japón eran los EE.UU.; y

La cuestión mediterránea, impulsada preferentemente por la Italia fascista a través de su conquista de Abisinia y de su desafío a la Sociedad de Naciones, factor que se relacionaba con una abierta intervención extranjera en la guerra civil española y la siempre explosiva situación de los Balcanes. En términos de poder militar, Italia no era ni remotamente comparable con Gran Bretaña, Francia y Alemania, pero nuevamente el vacío dejado por el aislamiento de la URSS convirtió a Roma en un aliado auxiliar útil para determinadas situaciones internacionales como la independencia de Austria o la desmilitarización del Rin.

Por otra parte, una sucesión de episodios mal manejados (diplomáticamente) condujeron, a la postre, a la segunda guerra mundial:

  • La ocupación japonesa de Manchuria (1931)
  • La invasión italiana de Abisinia (1935)
  • Las intervenciones militares de Alemania e Italia en la guerra civil española (1936-39)
  • La anexión alemana de Austria (1938)
  • La mutilación de Checoslovaquia por Alemania y terceros países (1938-39)
  • La ocupación de Albania por parte de Italia (abril de 1939)
  • La invasión alemana de Polonia (septiembre de 1939)

Por lo expuesto anteriormente, queda claro que “la segunda guerra mundial no comenzó por obra de un equívoco o de una confusión u error diplomático, ni siquiera a causa de los engaños o la duplicidad de Hitler. Empezó más bien porque -muy tardíamente- los adversarios de Hitler comprendieron que tenían ante sí un choque entre dos mundos”. Al igual que en la primera guerra mundial, la segunda se produjo como resultado de la ambición nacional de Alemania. El Führer ya había apuntado en MeinKampf (“Mi lucha”) los objetivos de una política exterior racista e imperialista para el III Reich. No se trataba simplemente del restablecimiento de las fronteras alemanas de 1914, aunque al comienzo sí se valió muchas veces del principio de la libre determinaciónde lospueblos. La política nazi de fondo era, desde el Anschluss con Austria, pasando por el caso de los Sudetes y la desmembración de Checoslovaquia, hasta emprender la invasión final de Polonia (por Danzig y el corredor polaco), la dealcanzar lisa y llanamente un lebensraum (espacio vital) para un pueblo alemán expansionista en Europa Oriental (incluyendo la Rusia europea).

November 1936, Germany and Italy sign a Treaty of friendship called 'The Rome-Berlin Axis'. (www.emaze.com)

November 1936, Germany and Italy sign a Treaty of friendship called 'The Rome-Berlin Axis'.
(www.emaze.com)

Sin embargo, la política de apaciguamiento, empleada porfiadamente por el anciano de cuello volado y aflautada voz (Chamberlain), al que se le pegaba una Francia mortalmente dividida y derrotista, junto a unos Estados Unidos aislacionistas, se hallaba básicamente fundada en el supuesto de que la Alemania nazi había acometido un programa meramente revisionista y sólo era cuestión de contenerla atendiendo sus demandas territoriales relacionadas con la autodeterminación.

Primer Ministro británico, Neville Chamberlain (www.thecommentator.com)

Primer Ministro británico, Neville Chamberlain
(www.thecommentator.com)

Pero el compromiso y la negociación eran imposibles con la Alemania de Hitler, porque los objetivos políticos del nacionalsocialismo eran irracionales e ilimitados. La ideología nazi jugaba un rol central en la definición tanto de la política nacional como de la política exterior alemana y los aliados se vinieron a dar cuenta muy tarde del error de interpretación que habían cometido respecto de ambas, lo que ocurrió cuando la ocupación alemana del resto de Checoslovaquia puso en evidencia que ello superaba los territorios poblados por la etnia germana.

Detrás de la inercia inicial de los países occidentales (política del apaciguamiento), se observaban razones muy poderosas:

(i) En el caso de los EE.UU., la gran potencia emergente, “había lanzado el golpe más contundente a la paz mundial, al rehusarse a participar en la Sociedad de Naciones desde su misma constitución, convirtiendo en artículo de fe nacional aquél principio de que los EE.UU. debían evitar verse envueltos en la siguiente guerra declinando tomar parte en cualquier asunto internacional”;

(ii) En la dirigencia británica se hallaba bastante arraigado un supuesto errado acerca de lo que estaban enfrentando, en el sentido de que la URSS y sólo ella eran los enemigos del Eje, por lo que los británicos podrían fácilmente llegar a un acuerdo con Hitler y sus colegas;

(iii) No sólo a Chamberlain y Daladier les costaba mucho sobreponerse a su natural hostilidad contra los comunistas, sino que desde el asesinato del ministro de asuntos exteriores del gobierno francés de unión nacional, Jean-Louis Barthou (1862-1934), quien estaba a la búsqueda de una red de acuerdos en Europa (incluso la URSS e Italia) para contener a Alemania, los principales políticos galos y el propio Quai d’Orsay empezaron a reemplazar el realismo político por el apaciguamiento; y

(iv) El costo y la tragedia de la primera guerra mundial hizo que la mayoría de los políticos democráticos europeos creyeran que sus ciudadanos no soportarían un nuevo conflicto armado total y de que, por lo tanto, había que evitar la guerra a cualquier precio. En cambio, resulta claro que los estados autoritarios gozaban de gran flexibilidad para la conducción de sus respectivas políticas exteriores.

En cuanto a los EE.UU., hay que reconocer que su presidente Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) no se encontraba en una posición internacional muy cómoda, desde el momento en que la campaña interna estadounidense contra la Sociedad de Naciones y las gestiones externas para cobrar las deudas contraídas por los países europeos durantela primera guerra mundial, habían envenenado en buena medida las relaciones de Washington con París y Londres. El aislacionismo norteamericano, no sólo respondía a una tradición histórica desde el Farewell Address (testamento político de George Washington), sino que seguía alimentándose de la errada creencia que las doctrinas totalitarias (tanto facismo como comunismo) eran una amenaza para las democracias europeas más que para la norteamericana. El hecho concreto es que, entre 1935 y 1937, se votaron tres leyes de neutralidad, con el objeto evidente de fortalecer la posición del Congreso y restarle al presidente algunas de sus prerrogativas en materia de política exterior.

The cynicism of the American public following World War I led to a period of heightened isolationism and non-interventionist policies. (www.boundless.com)

El cinismo de la opinión pública norteamericana tras la Primera Guerra Mundial conllevó a un periodo de aislacionismo y de una política exterior no intervencionista.
(www.boundless.com)

Difícil coyuntura la que enfrentraba el complejo y contradictorio presidente norteamericano. De confesión religiosa protestante-episcopeliana, el que se conocía por sus siglas (FDR) era hijo único y provenía de una familia acaudalada y aristócrata, profesaba ideas liberales y progresistas, y desplegaba tanto encanto como determinación y astucia, pero no actuaba de acuerdo a un plan predeterminado sino por intuición y experiencia. El demócrata neoyorkino era fundamentalmente un hombre de la marina (ex subsecretario de dicha rama) y, por tanto, creía en el rol marítimo determinante de los EE.UU., sobre todo en el Pacífico y en el Este Asiático. Si bien veremos más adelante como “FDR” fue cauteloso frente al nazismo para no ahuyentar a los críticos aislacionistas, receloso del militarismo japonés ante su monopolio eventual del mercado chino, y bastante flexible con respecto al comunismo soviético, porque creía poder “encantar” al dictador georgiano, digamos por ahora que se ganó la fama de ser un presidente valiente y exitoso, quien ante la adversidad personal (quebrantada salud) y política (depresión económica y guerra mundial) habría resultado sertodo un coloso para imponerse alosobstáculosy liderar con éxito el surgimiento mundial de los EE.UU..-

A los argumentos anteriores habría que agregar otros antecedentes relativos tanto a los intereses en juego como a los estados de ánimo de algunos de los actores implicados en la política internacional. Un analista perspicaz ha sostenido, por ejemplo, que el gobierno británico se hallaba afectado “por el pacifismo, por una cierta simpatía liberal hacia las reivindicaciones etnográficas germanas en Europa central, por el conservadurismo fiscal (que se oponía al rearme) y por un deficiente sentido estratégico que exageraba la fuerza de Italia en el Mediterráneo y subestimaba la significación de Europa oriental”. Y, en cuanto a sus aliados más importantes, los franceses, “su posición básicamente defensiva quedó ilustrada por la construcción de la Línea Maginot. Los generales galos carecían de planes ofensivos en lo que atañía a Alemania....y políticamente el país se hallaba muy dividido”, por lo que a partir de 1937 dichos factores fomentaron una creciente disposición hacia el entendimiento con Alemania”.

A pesar de estar animados por las mejores intenciones, los premieres Chamberlain y Daladier contribuyeron con sus concesiones a dar tiempo para el fortalecimiento militar de Hitler. Los hechos posteriores no sólo demostraron la inutilidad del apaciguamiento per se sino que, en razón delinstinto de supervivencia condujeron a los ciudadanos a la situación que precisamente querían evitar: la guerra. Desde el inicio, “el poder de los sueños nazis contrastó con la timidez ideológica de los británicos”. Y, como diría el reconocido diplomático y escritor Sir Harold George Nicolson (1886-1968), quien en esos días trabajaba en el ministerio de información inglés, la “guerra revolucionaria” lanzada por el nazismo alemán nada tenía que ver con el esfuerzo bélico “conservador” de los británicos. Hitler pensaba en imponer un Nuevo Orden Internacional, muy distinto al imperante en ese momento, mientras que los gobernantes occidentales se limitaban a calcular el precio que debían pagar para satisfacer las reclamaciones “históricas” alemanas. Por ello, “la inseguridad de la postura de Chamberlain frente a Hitler fue para muchos críticos ejemplo de la complacencia, la pasividad y el estilo anticuado de la tradición democrática ‘burguesa’ que predominaba en Europa Occidental”. También hay que reconocer, al menos en un comienzo, que una de las técnicas más notables y exitosas del líder nazi fue disfrazar sus acciones internacionales agresivas como diseñadas esencialmente para la defensa y seguridad del III Reich.

En fin, hay razones relevantes que explican las profundas diferencias que se dieron en esa época entre las dictaduras y las democracias en cuanto a valores y aspiraciones. Por un lado, naciones como Gran Bretaña, Francia y EE.UU. se habían desarrollado en la tradición democrático-liberal, cuyo enfoque de las relaciones internacionales estaba fuertemente influenciada por la primacía del derecho y, por ende, les repugnaba la guerra como instrumento de política. Para ellas, el rol de la diplomacia seguía siendo el de la solución pacífica de las controversias. Los estados totalitarios (Alemania, Italia y la URSS), en cambio,  rechazaban estos valores y presunciones y operaban de acuerdo con sus propias reglas. En los casos del fascismo y del nazismo, el objetivo válido era construir un nuevo orden mundial; para el comunismo, el fin último era la victoria frente al capitalismo. Y, en ese contexto, los estadistas occidentales se demoraron mucho en reconocer la naturaleza de las fuerzas revisionistas y en la forma de abordarlas.

Sumando todas y cada una de las causas que llevaron a la segunda guerra mundial, todavía se debate hoy si las potencias occidentales debieron iniciar la guerra en lugar de claudicar en Munich. Alemania no se encontraba preparada para enfrentarse en ese momento con Francia y Gran Bretaña, a la vez que los aliados podrían haber contado con las buenas divisiones checas (40 en total y bien armadas), en vez de supervalorar la capacidad de resistencia de los polacos (anticuados en su estrategia y armamento). A la inversa, la inmovilidad del frente occidental significó que Alemania aprovechara la ventaja de barrer con Polonia y ensayar cómodamente armas y tácticas nuevas, como la combinación de aviones y tanques en la “guerra relámpago”, que le serían tan útiles para vencer después a Francia. A partir de ese punto, Hitler dejó de ser el gran orador y demagogo político para convertirse de hecho en un militarista, que trabajaría y viviría en los cuarteles generales del ejército alemán.

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