Centenario de la Revolución Bolchevique

Columna
El Líbero, 07.01.2017
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), investigador (CEUSS) y profesor (PUC)

En 1917 se produjo la primera revolución comunista en la historia. Por lo mismo, este 2017 será un año donde seguramente se recordarán los sucesos que hace un siglo cambiaron para siempre la historia mundial.

Como suele ocurrir en ocasiones como esta, algunos aprovecharán de conmemorar y celebrar a los héroes de su revolución; otros execrarán los males que trajo el régimen de la Unión Soviética. Más allá de las posiciones personales, me parece que el centenario de la Revolución Bolchevique es una oportunidad extraordinaria para repensar la historia del siglo XX, la dinámica del proceso revolucionario, la ideología que lo sustentaba y el tremendo impacto que produjo. En otras palabras, se trata de hacer un nuevo esfuerzo para conocer y comprender la revolución.

En un extraordinario análisis sobre la idea comunista en el siglo XX, François Furet destaca un elemento crucial para entender el significado de esta ideología: es la convicción de estar frente a una idea fuerza de gravitación enorme, por la cual muchas personas estuvieron dispuestas a vivir y a morir: la experiencia soviética fue “inseparable de una ilusión fundamental, cuya evolución pareció validar su contenido durante largo tiempo, antes de disolverlo” (en El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1996). A este factor debemos agregar otro que se refiere a la realidad histórica del comunismo, el ejercicio efectivo del poder en la nueva Unión Soviética, con todo lo que ello significó en términos de vidas humanas, sufrimientos y destrucción, lo que también ha sido objeto de numerosos e interesantes estudios. Estos dos elementos resultan insoslayables si se quiere avanzar en el esfuerzo de comprensión.

Es interesante revisar la dinámica histórica y temporal de la Revolución Bolchevique. A comienzos de 1917 Rusia se encontraba en una guerra internacional, mal llevada y muy costosa: la I Guerra Mundial. Sin embargo, nada hacía presagiar el futuro que llegaría. Después de todo, los zares habían enfrentado y superado otros momentos difíciles en el pasado y no parecía existir una demanda radical por un cambio de régimen. Por otra parte Lenin, el líder bolchevique que conduciría el proceso revolucionario en octubre, se encontraba fuera de Rusia. La guerra, en tanto, seguía con resultado abierto.

Doce meses después, la situación había cambiado radicalmente. Primero se produjo la caída del régimen de los zares, en lo que fue la primera revolución rusa. Inmediatamente surgió el deseo de crear un sistema liberal parlamentario, como se usaba en Europa. Sin embargo, el nuevo sistema fue más débil de lo pensado y su organización no fue fácil. Fue ese el momento que aprovechó Lenin, con una genialidad política excepcional, para regresar a Rusia, encauzar el proceso, acelerar el ritmo histórico y provocar una segunda revolución: la Revolución Bolchevique.

Resulta fascinante leer los escritos de Lenin durante 1917, desde las famosas “Tesis de abril” hasta las cartas y documentos internos de los bolcheviques, mediante los cuales fue definiendo y redefiniendo conceptos, alentando a la acción, fortaleciendo a los indecisos, todo esto mientras lideraba el cambio histórico. Posteriormente, él mismo se transformaría en la cabeza del régimen comunista y, por lo mismo, en una figura de dimensiones universales. Después de 1917, la historia no volvería a ser la misma.

El comunismo vivía su momento de mayor gloria hasta entonces. Esto llevó a Lenin, convencido de la victoria final, a realizar importantes declaraciones en el I Congreso de la Internacional Comunista: “Camaradas, este congreso tiene importancia histórica y mundial. Es una prueba de que las ilusiones de la democracia burguesa han fracasado… La burguesía experimenta verdadero terror cuando ve el auge que está adquiriendo el movimiento revolucionario del proletariado” (Discurso de apertura). En otra jornada del mismo encuentro, señaló: “La victoria de la revolución proletaria está asegurada. Ya se divisa la formación de la República Soviética Internacional” (Discurso de clausura). (Textos en La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos 1919-1922, Madrid, Fundación Federico Engels, 2010).

La vocación de victoria y la interpretación del sentido final de la historia deben entenderse en su contexto, y no con los ojos de 2016, que ya conocen el final del relato. Por lo mismo, conviene evaluar el proceso revolucionario de una manera propiamente histórica, conociendo los documentos en su momento y los contenidos en su significado propio, contemporáneo a los hechos. Es un esfuerzo de comprensión e interpretación sin el cual sería imposible alcanzar un entendimiento adecuado de la Revolución Bolchevique, de sus líderes e ideas, los resultados de sus acciones y su trascendencia.

Esa misma capacidad debemos utilizarla al estudiar las reacciones anti-bolcheviques, tanto dentro de Rusia como en el resto de Europa. La historia tiene muchas derivadas y motivaciones, pero no cabe duda que hay procesos con elementos dialécticos -en lo ideológico o lo fáctico- que provocan acciones y reacciones. En el caso de la Revolución Bolchevique se produjo la situación siguiente: por un lado crecían las posibilidades de que el comunismo triunfara en un segundo o tercer país, y que efectivamente se cumplieran los sueños de Lenin; por otro lado emergió con más fuerza el anticomunismo, manifestado en la represión de los gobiernos, en las urnas o en las disputas de otro tipo. Los fenómenos del fascismo en Italia y del nacional socialismo en Alemania son especialmente ilustrativos al respecto.

En cualquier caso, 2017 presentará innumerables oportunidades para revisar estos y otros temas. Después de todo, el siglo XX fue prolífico en procesos históricos, desde las guerras mundiales a las bombas atómicas, desde la irrupción de los totalitarismos a la expansión de la democracia, desde las revoluciones políticas a las culturales. Por eso siempre resulta apasionante volver a las grandes ideologías y sucesos, los personajes determinantes y los pueblos movilizados. En definitiva, a todo aquello que hizo historia y que, por lo mismo, es necesario conocer.

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