Colombia y Chile: Tan cerca del Infierno y tan lejos de Dios

Columna
El País Online, 13.05.2021
Enrique Subercaseaux M., director Fundación Voz Nacional

Estos días transcurren violentos en Colombia. Una asonada narco-terrorista asola ciudades y pueblos, y ataca al Gobierno legalmente establecido.  Libreto bien conocido en Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y algunos otros. En Brasil aún no han podido.

Entender la génesis del problema lo es todo.

En el caso de Colombia, durante el pasado gobierno de Juan Manuel Santos se lleva a cabo un proceso de negociación con las FARC. Curioso proceso, financiado por Noruega y con sede en La Habana.

De Noruega, con respecto al tercer mundo, podemos esperar poco o nada. Comparten con los jesuitas un existencialismo histérico y posmoderno.  Sera el clima, o será su filosofía pétrea y rígida.  Lo que si es claro es que lo que predican y fomentan en el tercer mundo no lo imponen en su propia tierra.

Se finaliza un acuerdo, donde se les concede mucho en términos de garantías políticas y jurídicas a las FARC, y, en un plebiscito, el acuerdo es rechazado.  Santos sigue con la letra chica y se firma un segundo acuerdo, texto revisado, y simplemente se pasa por la aprobación del Congreso.

Los males de Colombia comienzan en ese momento.  País de geografía compleja, y por tanto de impredecible temperamento político, Colombia conoce la violencia persistente muy de cerca.

Si se pensaba que la reconversión de la guerrilla iba a ser total, se cometió un enorme error de apreciación. Muchos no solo dedicaron su vida a la vía armada, sino que además era lo único que sabían hacer, y de manera muy exitosa.

Santos fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.  El que debería ser devuelto porque la paz solo asomó su rostro en Colombia y siguió arrancando.

Curiosamente Chile mantuvo en La Habana observadores en el proceso negociador, que nunca se percataron de los peligros que se levantaban tanto en Colombia como en la región completa.

Es así como las FARC “blanqueadas” se esparcieron por la región, fomentando el negocio del narco-terrorismo. Para hacer las cosas bien se requieren de expertos.

Existe mucha evidencia de su activa presencia en Chile y en la región, por lo que no se precisa entrar en detalles.

Los resultados han sido devastadores, ya que el consumo y el trafico aumenta exponencialmente. Y las ganancias sirven para “ganar” o más bien comprar, voluntades.

La lucha contra el narcotráfico precisa de la colaboración de los Estados Unidos, algo bastante incierto en la presente era de Joe Biden.

Los resultados están a la vista. Mucho del actual proceso insurreccional esta bien financiado. Es necesario, ya que los gastos son cuantiosos: entrenamiento, logística, pagos directos y un largo etcétera.

La región se consume entre la vanidad de una clase política que es ignorante de la realidad que aqueja a sus países, y una clase terrorista y subversiva para quienes se han hecho a la medida leyes, códigos de derechos humanos, judicatura no justa y un largo etcétera, que conforman un esquema favorable y totalmente descompensado.

La alternancia en el poder, una ley básica en el juego democrático y electoral, ya no existe. Ni siquiera en los Estados Unidos, como bien sabemos.

Es el mundo al revés, deconstruido en su lenguaje y conceptos, y vuelto a construir a la medida de quienes mejor encarnan el espíritu totalitario en la política.  El poder por el poder.

El cáncer avanza y no es posible detenerlo pues se debe lograr un consenso básico para detener el proceso.

Una nueva aproximación al concepto global de la democracia, y una nueva aproximación al concepto de los derechos humanos.

No puede ser que estos dos pilares de la sociedad (democracia y derechos humanos) se utilicen a favor de minorías y en contra de las mayorías.

Pretender que un proceso de subversión como el actual arribe a un buen puerto, o, mejor dicho, que arribe a algún puerto, es mucho pedir.

Basta examinar los restos de miseria, corrupción y hambre que han dejado en Cuba y en Venezuela.

Si las poblaciones de nuestra región no despiertan, les esperan largos, y crueles, años de servidumbre.

Lo estamos viendo en Colombia, y somos testigos presenciales en Chile.

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