Conflictos internacionales. La batalla de Puebla

Artículo
Revista ADE, 05.05.2018 
Antonio Pérez Manzano, embajador (r), fundador y director de ADE

Desde el surgimiento de México a la vida independiente, la historia nos describe acontecimientos que muestran los esfuerzos realizados por los gobiernos y sociedad en general, para tratar de conformar un país que se pudiera gobernar por sí mismo, sin tutelajes del exterior.

Los Tratados de Córdoba, firmados el 24 de agosto de 1821 entre Agustín de Iturbide y el nombrado “Virrey” de la Nueva España, Juan O´Donojú, no fueron reconocidos por la corona española, si no hasta 1836. Mientras tanto, hubo amenazas de reconquista por parte de los mismos colonialistas ibéricos. Poco tiempo después, afloraron la visión y ambición de Iturbide, para convertirse en el primer emperador del México independiente y con la habilidad para convencer a otros gobiernos de aceptar el Plan de Iguala, logró que las provincias de Centroamérica formaran parte de su aventura imperial, la que sin embargo, duró poco menos de un año.

La joven República Mexicana pasaría por muchas tribulaciones y amenazas antes de lograr su consolidación. La Constitución Federal de 1824, tuvo un periodo muy corto de vigencia; dado que las diferencias entre federalistas (liberales) y centralistas (conservadores), se manifestaban en cada gobierno y no se lograba la estabilidad necesaria. Asimismo, las ambiciones personales de personajes como Antonio López de Santa Ana, lo llevaron a derogar la Constitución mencionada y proponer en cambio las llamadas Siete Leyes (1836), de carácter centralista, que cambian el sistema de gobierno y hasta la división política del territorio nacional.

Una de las consecuencias hacia el exterior, fue la inconformidad de los texanos con el nuevo sistema y representó un buen pretexto para proclamar su separación de México e independizarse, formando una nueva república. Santa Ana no estuvo de acuerdo con dicha iniciativa y la consideró como una rebelión, o intento de secesión y sin medir posibles consecuencias, se lanzó a la aventura de someter a los texanos. La historia consigna que obtuvo una victoria mexicana en el Fuerte de los Álamos; pero después, sufrieron una derrota en la famosa Batalla de San Jacinto, del 21 de abril de 1836, en la que Santa Ana fue hecho prisionero y obligado a firmar los Tratados de Velasco, en los que reconoce la independencia de Texas.

Todavía no nos reponíamos de la Guerra de Texas, cuando surge otro conflicto, en esta ocasión con Francia y también por pretextos. Primero, los franceses reclamaban indemnización por daños sufridos durante los enfrentamientos entre distintas facciones mexicanas. Además, por la magnificación de un incidente, según el cual soldados del Gobierno de Santa Ana comieron unos pasteles en una panadería de Tacubaya, sin pagarlos. Ante la intolerancia y la prepotencia del gobierno francés, que decidió enviar hasta 26 buques de guerra, que bloquearon los puertos marítimos del Golfo de México, se desató la llamada “Guerra de los Pasteles”, que tuvo lugar del 16 de abril de 1838 al 9 de marzo de 1839.

Como antes se dice, la estabilidad en México era un bien ausente, la unidad nacional estaba desquebrajada, de lo cual países como los Estados Unidos, que buscaban con voracidad la forma de adjudicarse territorios de sus vecinos, para continuar con la expansión territorial. Encontraron en el conflicto México-Texas el motivo para iniciar una guerra desigual, en la que privaban los motivos que impulsaban a ese país, a formar un imperio. En esa etapa se recurría a los argumentos de todo tipo, para adquirir, conquistar, colonizar, o comprar territorios, como la Luisiana, la Florida, Alaska, Filipinas, Puerto Rico y Cuba. 1846-1848 ha quedado en la historia de México como una de las etapas más tristes, en cuyo conflicto no solo perdimos 2.3 millones de Kms. cuadrados de territorio. La humillación de ver la bandera de las barras y las estrellas en la Plaza de la Constitución o Zócalo, no ha sido fácil olvidarla; así como la posibilidad de que los vencedores de esa guerra pudieron haber decidido quedarse con todo el territorio y todos sus bienes.

Como se observa, hasta el momento de llegar al 5 de mayo de 1862 -fecha en que se obtiene una victoria ante uno de los ejércitos mejor preparados del mundo de esa época- distintos gobernantes mexicanos, venían acumulando derrotas por diferentes motivos y circunstancias.

Como referencia cercana de esta nueva intervención francesa en México, viene al caso mencionar que luego de tres años de luchas en la llamada Guerra de Reforma (17 de diciembre de 1857 al 1º de enero de 1861), las fuerzas liberales que apoyaron a Benito Juárez, entraron triunfantes a la capital de la República. La recuperación para los liberales representó grandes reclamos, tanto internos, como del exterior. ratificar el tratado por considerar que, como prisionero, Santa Anna no tenía capacidad legal para firmarlo, con lo que no aceptó ni la independencia texana ni la frontera del Río Bravo.

Las arcas del gobierno estaban vacías, en cambio las demandas de indemnizaciones por daños sufridos durante la guerra, la deuda externa y los pagos necesarios de las tropas, representaban una gran presión. Con el fin de conseguir más recursos para frenar la guerra y arreglar la Hacienda Pública, el Presidente de la República tuvo que tomar medidas drásticas.

Benito Juárez decidió presentar ante el Congreso una iniciativa de ley para suspender los pagos de deudas y obligaciones extranjeras durante dos años, fue el corolario a la angustiosa situación. Discutida en el seno de la Asamblea Legislativa, la iniciativa fue aprobada y publicada en julio de 1861. La respuesta de las potencias afectadas fue inmediata, Francia, Inglaterra y España formaron una alianza, la llamada Convención de Londres, con lo cual anunciaron su decisión de enviar tropas a México. El gobierno mexicano derogó dicha Ley pero la alianza continuó con sus planes.

Parte de las tropas de la alianza llegaron a Veracruz en diciembre de 1861, pero para enero ya los tres países se encontraban en suelo mexicano. El gobierno de Juárez solicitó entrar en negociaciones y con dicho propósito envió a su Secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Doblado; luego de largas entrevistas, los representantes de los gobiernos de España e Inglaterra, aceptaron firmar los Tratados de La Soledad (una población del Estado de Veracruz), aceptando la posposición de pagos de la deuda; declarando respeto por la soberanía y otorgando su reconocimiento al gobierno de Juárez. De acuerdo con dicho compromiso, tanto ingleses, como españoles decidieron volver a sus países, pero los franceses rechazaron el acuerdo y anunciaron que ocuparían México. El 6 de marzo de 1862, el Conde Laurences avanzó de Veracruz a Orizaba con cinco mil soldados franceses, donde se le unirían como refuerzos los ejércitos de los altos oficiales franceses L'Herillier y Gambier.

Las tropas mexicanas, bajo el mando del general Ignacio Zaragoza, salieron al encuentro de los invasores franceses y los atacaron en forma de guerrilla, en las cercanías de las Cumbres de Acultzingo (28 de Abril de 1862), para luego retroceder y pertrecharse en Puebla, donde el 5 de mayo se produce la gran batalla, en la que estando en inferioridad numérica y en capacidad de entrenamiento y disciplina, aparentaban desventaja, ante uno de los ejércitos más famosos del mundo, que después de Waterloo no habían sufrido otra derrota tan impactante.

En este caso, se debe destacar la decisión apropiada de enviar al General Ignacio Zaragoza –quien por esas fechas se desempeñaba como Ministro de Guerra-, a enfrentar a los franceses, así como a los soldados mexicanos que valiente e inteligentemente combatieron unidos, para vencer al enemigo. Estuvieron en dicha batalla Porfirio Díaz al frente del ejército de Oaxaca, Felipe Berriózabal, Miguel Negrete, Francisco Lamadrid, Antonio Álvarez y Santiago Tapia.

Al final de la batalla, Zaragoza hace llegar el siguiente mensaje al Ministro de la Guerra:

Puebla, mayo 5 de 1862. – Puebla a las cinco y cuarenta y nueve minutos de la tarde – General Ministro de la Guerra – Las Armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del la plaza, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formando su batalla fuerte de cuatro mil y pico de hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato como desearía, porque el Gobierno sabe que para ello no tengo fuerza. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 y 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase dar cuenta de este parte al Ciudadano Presidente de la República. Libertad y Reforma. Cuartel General en el Campo de Batalla. General Ignacio Zaragoza.”

Entre las enseñanzas que nos deja esta gesta heroica, es que con unidad se logra el triunfo y cuando se defienden causas justas, la historia consigna los hechos no solo como acciones armadas o triunfos aislados gracias al valor o la astucia de sus soldados; si no también enseña a respetar a los demás. Nunca como ahora viene mejor el apotegma juarista: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Para los estudiosos de la historia, les recordamos que este es solo un capítulo, que la vida de la nación mexicana continuó y que por desgracia, otros signos de divisionismo y ambiciones de grupos, permitieron y apoyaron la instauración de un gobierno extranjero en la persona de Maximiliano de Habsburgo, quien durante casi cuatro años actuó como Emperador de México, hasta que, nuevamente las circunstancias permitieron a los mexicanos que nunca bajaron los brazos, recuperar la soberanía del país y expulsar a los invasores franceses y castigar a quienes atentaron contra México.

No deja de ser un relato cruento en cuanto a que, por dichos enfrentamientos, se produjeron miles de muertes y la destrucción de parte del patrimonio nacional; además de los odios y enconos provocados entre hermanos de un mismo país. Ojalá que nunca más tengamos que enfrentar la división fraterna y tampoco un conflicto con el exterior, pues nuestros dirigentes políticos y sociales, deben de tener en mente los principios de la política exterior, insertos en el Artículo 89, apartado X de nuestra Constitución Política vigente. De ese modo, tendremos asegurada la paz, la cooperación internacional para el desarrollo y los demás mandamientos comprendidos en el artículo que se menciona.

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