Conmemorando Hiroshima y Nagasaki (1945): una maniobra estratégica pero injustificada

Matías Cristóbal Salazar H.[1]

Si bien, las secuelas inmediatas de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki no fueron (significativamente) más avasalladoras que las destrucción de los bombardeos incendiarios en Tokio, éstas fueron un acto injustificado incentivado por intereses estratégicos y geopolíticos.

El día 6 de agosto de 1945 el “Enola Gay”, un bombardero B-29 Superfortress pasó a ser reconocido como la nave encargada de dejar caer sobre el centro de la ciudad de Hiroshima a “Little Boy”,una bomba de alrededor de 4,4 toneladas, que vaporizó de forma instantánea al 60% de la infraestructura de la urbe y acabó con la vida de aproximadamente 140.000 personas, en su gran mayoría civiles. Tres días después, el 9 de agosto, el presidente norteamericano Harry Truman tras una declaración pública para justificar la utilización de la bomba atómica sobre territorio japonés dio ‘luz verde’ a la detonación de una segunda bomba nuclear, “Fat Man”, ésta vez sobre la localidad Nagasaki. En esta segunda instancia las muertes generadas sólo por el estallido rondaron los 80.000 habitantes.

Nagasaki (antes y después de la bomba)

Nagasaki (antes y después de la bomba)

A luz de que ambas fueron las únicas bombas nucleares utilizadas en un conflicto armado hasta el día de hoy y en contra -en su mayoría- de no combatientes nipones, se puede determinar con seguridad que la decisión de Truman fue una de las más controversiales de la historia contemporánea. Muchos califican los hitos del 6 y 9 de agosto como los peores crímenes de guerra de la historia. Por otro lado, también están aquellos académicos que justifican su uso por, en palabras de Truman, “haber acortado la agonía de la guerra y haber salvado la vida de millones de norteamericanos y japoneses”, aludiendo a que evitaron la “Operation Downfall”, la invasión anfibia de las islas japonesas por las fuerzas aliadas.

Sin embargo, cabe destacar que muchos de los altos mandos militares involucrados, tantos de la armada, del ejército como de la fuerza aérea norteamericanas, han determinado que el uso de las bombas no era necesario para lograr una eventual rendición nipona.

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Estas son solo una porción reducida de las declaraciones –entre funcionarios de altos cargos–contrarias a las intervenciones atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Es más, dirigentes del bando contrario también reafirman esta postura. Uno de ellos, el Ministro de Guerra japonés durante la Segunda Guerra Mundial, el general Korechika Anami declaró que “[para el imperio japonés] los bombardeos atómicos no fueron más amenazantes que los previos bombardeos con explosivos incendiarios” y, en esencia, una eventual entrada del ejército rojo a la contienda resultaba mucho más inquietante para los militares nipones (Panda, 2015).

Es decir, a diferencia de lo redactado en la mayoría de los textos occidentales de historia, los ataques en Hiroshima y Nagasaki no fueron los que determinaron el ‘cambio de actitud’ japonés que los acarreó a su rendición. Más bien, implicaron una aceleración al desgaste gradual del imperio nipón frente a la interminable campaña de ataques aéreos sobre la isla. Para entrar en perspectiva, cabe hacer mención de algunas cifras extraídas del artículo de Ankit Panda (2015):

Se estima que, a causa de los bombardeos incendiarios en Tokio, murieron alrededor de 100.000 personas (40.000 menos que lo estimado en Hiroshima y 20.000 más que en Nagasaki). Estados Unidos bombardeó 68 ciudades en el verano de 1945.

Si se grafica la cantidad inmediata de muertos a causa de estos ataques, Hiroshima no es el que produjo más muertes de forma instantánea, sino que se posiciona en el segundo lugar, después de Tokio, un ataque con bombas convencionales.

Si se grafica el número de millas al cuadrado destruidas, Hiroshima pasa al sexto lugar. Y, finalmente, si se grafica el porcentaje de destrucción de cada ciudad, Hiroshima se sitúa en el decimoséptimo lugar.

Si bien, “Little Boy” y “Fat Man”, a diferencia de los explosivos convencionales, causaron daños inmediatos y graduales, como la lluvia negra radioactiva, nunca antes vista, las cifras estipulan que no había una necesidad militar empírica de ser utilizadas contra del imperio oriental.

Varios académicos reconocidos –M. Sherwin, P. Kuznik y T. Hasegawa, entre otros– discurren que las crecientes fricciones bilaterales entre EE.UU. y la Unión Soviética, desde la Conferencia de Potsdam, incentivaron a los norteamericanos dejar caer esas bombas para apresurar la rendición nipona y evitar que las fuerzas armadas rusas entraran en el conflicto. Truman, dispuesto a aplicar ‘mano dura’ con los rusos, sabía que una eventual participación soviética en la campaña del Pacífico, hubiese implicado nuevamente tensas negociaciones y concesiones territoriales a favor de Stalin. Por ende, a sabiendas del exitoso desarrollo de la bomba por el Proyecto Manhattan, se lanzaron las bombas –específicamente en tales fechas– ya que, se pronosticaba que la invasión soviética transcurriera el 8 de agosto (Global Research, 2015).

“Algunos consideran que la principal razón del uso de la bomba fue enviarle un mensaje a Stalin” (Wallace, 2015). Tanto así, que Hiroshima y Nagasaki fueron elegidas como blancos estratégicos. Debido que, ambas ciudades no eran blancos militares relevantes durante la campaña de explosivos incendiarios –dado la escasa presencia de soldados e instalaciones militares– por lo que, permanecían estructuralmente indemnesa principios de agosto. Tal como lo contempló el comité de expertos del Manhattan Project, dicha preservación urbana permitió exacerbar el impacto psicológico –en Japón, la URSS y el mundo entero– a causa de la capacidad destructiva del blast nuclear.

En síntesis, la administración norteamericana fue responsable de uno de los ataques indiscriminados más controversiales en la historia. La justificación empleada por el presidente Truman fue inaceptable. El imperio nipón, tras la campaña de bombardeos y el bloqueo naval, estaba a punto de caer vencido. En ese entonces, la prioridad de la sociedad japonesa era mantener los poderes constitucionales de su emperador. A la luz de ello, los aliados, tal vez mediante canales diplomáticos podrían haber logrado una rendición antes de acudir al armamento nuclear. Sin embargo, había interés terminar pronto el conflicto para evitar la eventual incursión soviética en el Pacífico.

“Truman y sus asesores intuyeron que el monopolio atómico de Estados Unidos podría ofrecer influencia (ventaja) diplomática sobre los soviéticos. De esta manera, el lanzamiento de la bomba atómica en Japón puede ser visto como el primer disparo de la Guerra Fría.” (Global Research, 2015).

[1] Cientista politico (UDP) y co-editor de OpinionGlobal

 

Referencias bibliográficas:

-Compton, Karl T. (1946) “If the Atomic Bomb Had Not Been Used” en The Atlantic [12.1946]. En línea, disponible en: <http://theatln.tc/1B7rnxH>

-Engelhardt, Tom y Christian Appy (2015) “America’s Hiroshima and Nagasaki 70 Years Later” en OpenDemocracy [06.08.2015]. En línea, disponible en: <http://bit.ly/1JAzaFe>

-Holmes, James (2015) “Hiroshima, 70 Years Later: Did Truman Make the Right Call?” en The National Interest [06.08.2015]. En línea, disponible en: <http://bit.ly/1IrXExs>

-Panda, Ankit (2015) “Was Nuclear Weapon Used in Hiroshima Really a Turning Point in World War 2?” en The Diplomat [06.08.2015]. En línea, disponible en: <http://bit.ly/1K6i3bR>

-Wallace, Arturo (2015) “¿Era necesariolanzar la bombaatómica contra Hiroshima?” en BBC Mundo [06.08.2015]. En línea, disponible en: <http://bbc.in/1Nc4k6m>

-Washington Blog (2012) “The Real Reason Why America Used Nuclear Weapons Against Japan. It Was Not to End the War or to Save Lives” en Global Research [04.08.2015]. En línea, disponible en: <http://bit.ly/1lTbOMk>

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