Cuatro héroes desconocidos cuyas historias no son lo suficientemente famosas

Reportaje
El Confiencial, 13.08.2015
Héctor G. Barnés
Se dice que los vencedores escriben los libros de historia, pero si eso es verdad, estos suelen olvidar a esas personas que se sacrificaron por los demás y cuya valentía no siempre ha sido reconocida

Suele decirse que la historia la hacen los hombres, aunque no todo el mundo está de acuerdo: el presidente uruguayo José Mujica señaló en una ocasión que “la historia no la hacen los hombres, sino las grandes causas”. Hay ocasiones en las que, milagrosamente, los hombres y las grandes causas parecen darse la mano, pero no siempre el esfuerzo del valiente es reconocido más que por aquellos que en su momento se vieron beneficiados de su generosidad.

De vez en cuando, estos héroes vuelven de la tumba para servir de inspiración a las generaciones más jóvenes, biopic cinematográfico o biografía literaria mediante. Un claro ejemplo es el de Oskar Schindler, el hombre que salvó a 1.200 judíos durante el Holocausto y cuya historia fue divulgada por la novela de Thomas Keneally y la película de Steven Spielberg. Aquí proponemos a otros cinco candidatos cuya historias, probable y lamentablemente no conocías, y que esperemos que sirvan de buen ejemplo en un momento en el que estamos escasos de ellos.

Jonas Salk: cuando la medicina no era un negocio

Probablemente el nombre de este virólogo nacido en Nueva York en 1914 no le diga nada, pero gracias a él, millones de personas han conseguido salvar sus vidas. Se trata del hombre que desarrolló la vacuna contra la polio en 1955, una enfermedad que se había convertido en una plaga en su país natal: en 1952, el peor año que se recuerda, más de 3.000 personas murieron y alrededor de 21.200 sufrieron las secuelas del brote durante toda su vida. Entre estos enfermos se encontraba el presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt.

Salk comenzó su investigación en el año 1948 tras recibir un encargo de la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil y durante los siete años siguientes se dedicaría en cuerpo y alma a conseguir la tan anhelada vacuna. En su estudio participaron 20.000 médicos, 64.000 académicos y 1.800.000 niños que recibieron las primeras pruebas. El 12 de abril de 1955 la noticia del descubrimiento de la vacuna se hizo pública: aunque hoy nos parezca algo totalmente superado, esta fue recibida con una alegría inusitada desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero si Salk se convirtió en un héroe no es sólo por haberse dedicado a su obligación como médico, sino por su absoluto rechazo a monetizar el descubrimiento. Uno de los nombres claves en la historia de la medicina moderna rechazó patentar la vacuna para garantizar que esta llegara a toda la población. Cuando se le preguntó que quién poseía la patente, respondió: “No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?” Una historia que muchas farmacéuticas deberían conocer.

Albert Battel, el nazi que protegió a los judíos

La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto mostraron lo peor del ser humano, pero también lo mejor. En esta última categoría encaja la historia de Battel, un oficial de la Wehrmarcht nacido en Silesia en 1891. En julio de 1942, empezó a circular el rumor de que un grupo de judíos de la ciudad polaca de Przemysl, por aquel entonces asignados como trabajadores al ejército alemán, iban a ser deportados al campo de exterminio de Belzec. Esta información llegó a los oídos de Battel, que llamó a la Gestapo local para confirmar el rumor. Lo único que consigue es que le cuelguen el teléfono. Así que con el permiso de su superior, el mayor Liedtke, reúne un batallón con el objetivo de impedir la deportación de los trabajadores y bloquear el puente sobre el río San, el único acceso de entrada al gueto judío.

Cuando las SS intentaron entrar, Battel amenazó con abrir fuego si seguían adelante, ante la estupefacta mirada de los habitantes del gueto. Esa misma tarde, el militar consiguió evacuar hasta a 100 judíos y ponerlos bajo su protección, lo que les salvó la vida. El episodio no le gustó a Himmler, que ordenó su detención nada más terminase la guerra. Si hoy en día conocemos la historia de Battel es por los esfuerzos del Yad Vashem en reivindicar su historia.

Nicholas Winton, el filántropo que pasó desapercibido

El conocido como el “Schindler británico” falleció el pasado 1 de julio a los 106 años de edad. Una larga y próspera vida en recompensa kármica al papel que jugó durante la Segunda Guerra Mundial en la conocida como operación Kindertransport (“transporte de niños”). En 1938, Winton montó una oficina improvisada en Praga con el objetivo de ayudar a los niños de familias judías a huir. Los pequeños abandonaban el país por Holanda, un país que rechazaba a todos los refugiados judíos, y llegaban a Inglaterra, donde los horrores de la Noche de los Cristales Rotos provocaron que se aprobase una medida que permitía la entrada de los menores de 17 años. Uno de los requisitos era pagar una garantía de 50 libras para cubrir un eventual retorno a su país natal: Winton costeaba con su propio dinero dicho traslado.

Al final de su campaña, el filántropo había conseguido salvar a 669 niños, entre los que se encontraban el cineasta Karel Reisz y el político conservador británico Alf Dubs. La historia pasó desapercibida hasta 1988, cuando su mujer encontró sus cuadernos en casa. La BBC invitó a un programa a Winton, donde se reencontró por sorpresa con más de dos docenas de personas que habían salvado la vida gracias a él.

Bob Bartlett

Cambiemos de tercio y viajemos al ártico, uno de los lugares con los que soñaban más a menudo los exploradores de principios del siglo XX. En 1913, Bob Bartlett, nacido en Terranova (Canadá) fue elegido para capitanear una expedición a bordo del barco Karluk con el objetivo de explorar el área desconocida que se extendía entre Alaska y el Polo Sur, un proyecto que debía convertirse en el mayor estudio del Ártico jamás realizado. Sin embargo, el bergantín quedó atrapado en el hielo cerca de la Isla Heschel, antes de quebrarse y hundirse, dejando a la deriva a la tripulación.

Bartlett, capitán del barco, se armó de valor y junto al inuit Kataktosvik condujo a través del hielo a los supervivientes hacia la Isla de Wrangel, que se encontraba a 130 kilómetros de distancia. Aunque muchos cayeron por el camino, finalmente consiguieron llegar a la civilización. Después de pasar meses al borde de la muerte, la mayoría habría optado por quedarse en casa y dejar que los demás hiciesen el trabajo sucio, pero no Bartlett, que nada más llegar montó otra expedición para rescatar al resto de la tripulación que se había quedado atrás en un viaje de más de 1.000 kilómetros a lo largo de Siberia.

 

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