Daniel Ortega ayer y hoy

Columna
Infobae, 18.07.2018
Washington Abdala, abogado y político uruguayo

Conocí a Daniel Ortega en el año 1990 cuando participé de una misión de observación electoral en su país. En aquella oportunidad perdió la elección a manos de doña Violeta Chamorro. La noche de la derrota observé cómo en las calles de Managua se desarrollaba una batalla campal porque los sandinistas enloquecieron. Sentí pánico. Vi gente que apaleaba a otra gente y todo pasaba como algo normal. Parecían los golpeadores fascistas romanos de 1922. No me lo contaron, lo vi con mis propios ojos. Es más, esa noche, con la derrota ya instalada en las urnas, observé, luego en la madrugada, cómo Ortega devolvía al sector privado un canal de televisión "público" para que el novel gobierno no lo usara como vehículo de comunicación (y se lo quedaran los sandinistas). Fui testigo de todo eso. Insisto, no son cuentos de terceros, los presencié en vivo y en directo.

En realidad, en aquella elección, me había pasado la quincena haciendo un seguimiento de Ortega y casi que admiraba lo que había hecho en sus años de gobierno. (Tengo una foto de su último acto político en esa elección pegándole a una bola con un bate de béisbol en un estadio que lo ovacionaba). Como todo individuo joven, que era yo en aquella época, miraba a Ortega desde el lugar de quien lideró una revolución, de quien se había peleado con una dictadura y por las urnas obtiene la homologación ante su pueblo. No niego que me parecía algo mítico el personaje. Sin embargo, ya aquella noche supe que todo sería "complicado" para el Frente Sandinista de Liberación Nacional y su estilo rupestre de manejarse en democracia. Las pruebas empezaban a asomar.

Daniel Ortega más tarde fue abandonado por Sergio Ramírez, quien fuera su vicepresidente. Ramírez siempre fue genial en literatura, honesto y frontal. Ramírez se retiró silbando bajo y luego diciendo lo que todos supimos del régimen sandinista. Y siguieron cientos de sandinistas puros y limpios que lo fueron dejando de lado porque ya no los representaba. Recordar a Ernesto Cardenal se impone en este momento, él también le pegó el portazo. Todos se iban. ¿Estaban equivocados o no comprendían el liderazgo de Daniel?

El tiempo fue montando un nuevo Frente Sandinista autocrático —hasta con acusaciones de abuso sexual por parte de Ortega— y con su actual esposa como lugarteniente dentro del poder. La caricatura del poder delirante empezó a ganar terreno, y lo que para Argentina fue una desgracia con Perón y sus esposas, o Néstor y Cristina, también lo sería para los nicaragüenses. Algo pasa en nuestras tierras en donde al amor se mezcla con el poder y produce semejantes cócteles obscenos. Lo que empieza siendo inimaginable termina lindando con la locura.

Hace no muchos años encontré a Daniel Ortega en Panamá. Aproveché la ocasión para preguntarle sobre su futuro, y en una charla de algunos minutos me dijo seguro que ganaría la elección de vuelta en su país sin grande problemas. Dudé.

Era verdad, Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo obtuvieron en la última elección más del 70% de los votos. Pero esa legitimidad se ha ido desvaneciendo por fenómenos de corrupción, por abuso de poder y principalmente por la sangre que se derramó con más de 270 muertos al día de hoy. Se corrompió, se creyó invencible y abusó de casi todo lo que tuvo por delante. Alienó políticamente. Esa es la explicación. No busquen otra. El viejo relato sandinista épico fue suplantado por los placeres del dólar robado y la efímera repugnancia del poder económico prebendario. Eso es lo que sucedió. Sin misterios.

Daniel Ortega no es fácil de definir. Hay momentos en que le creí su relato histórico. Luego fui desconfiando de su palabra. ¿Era un hombre convencido o dogmático? ¿Siempre fue así o la patología de la eternización en el poder lo corrompió? No importa cómo llegó al lugar patético al que arribó: hoy es solo un triste espejo de su pasado, es un criminal político que ha hecho uso y abuso de la toma de decisiones y tiene las manos manchadas de sangre. Ya no hay dudas, el país se le incendió. Él lo incendió.

Sería muy infantil catalogar a Ortega de "populista" y creer que es igual a Nicolás Maduro. La verdad es que es distinto. Ortega era más, tenía una historia personal por detrás y parecía estar para otra cosa. Por eso impacta tanto su alienación y causa tanto estupor. Ortega habla pausado, parece de poca dicción, pero piensa más, tiene una mirada torva, es frío y calculador. Ortega conoce (o conocía) del manejo del poder, sabe quién es quién en su país y por eso es tan peligroso, porque su actitud debería causar inquietud al que no lo conoce. Está dispuesto a todo.

El Daniel Ortega del presente ya nada tiene que ver con el revolucionario que entregó el poder en los noventa. Hoy es un actor político corrompido, él y ella, encaramados en el poder, saliendo ellos mismos a las calles, sacando sus patotas paramilitares y montando casi una guerra civil que nos asusta a casi todos los hermanos americanos.

¿Su mejor escenario es la violencia? ¿Será distinto esto a lo de Venezuela? Me animo a afirmar que sí, por muchas razones. La gente en Nicaragua está dispuesta a todo. En Venezuela el régimen cansó y expulsó a decenas de miles de venezolanos al exterior. Nicaragua tiene a la Iglesia tratando de ayudar, sensatamente, en el terreno. En Venezuela la voz de la Iglesia ya no se impone. Los opositores en Nicaragua se están jugando la vida. En Venezuela a los más firmes ya los privaron de libertad y los torturaron. En Nicaragua la gente está en las calles. En Venezuela, los han intimidado tanto que por ahora no se advierte una voz demasiado fuerte. Es más, en Venezuela, si no fuera por la voz de la OEA y algunos pocos países valientes países comprometidos con la democracia, es poco lo que se oiría de ese país.

Por ahora Nicaragua está en el candelero. Lo está porque los muertos nos impactan y es tanta la violencia que por eso se mantiene su presente en los medios de comunicación. Lo está porque se insta a una salida democrática en clave de negociación y no hay duda que es el único camino posible, si se encuentra el tono y las coordenadas para salir de ese entuerto. Claro, ellos querrían ser Cuba, eternizarse en el poder y seguir por los siglos de los siglos.

Será mejor o será peor el camino de la negociación, pero no hay otra manera de salir de allí si no es negociando. Cualquier otra opción pasa por seguir apostando a más muertos y ese camino es solo creer que en el infierno puede haber paz. Y la negociación nunca es perfecta, eso lo deberíamos saber todos. Pero cualquier otra opción es la eternización del conflicto. Eso, también lo sabemos.

Eternizar el conflicto es el peor negocio para los nicaragüenses, acaso los únicos que tienen derecho a salir de ese foco ígneo en que los metieron lo más rápido posible y en las coordenadas que ellos entiendan aceptables.

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