Dictaduras en blanco y negro: El caso de Venezuela

Columna
El Líbero, 26.05.2018
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural

Ya han pasado las “elecciones” en Venezuela. Casi universalmente repudiadas. Sin embargo, una minoría sigue insistiendo en la validez de los comicios. De nada vale la evidencia lacerante de las falencias del gobierno de Nicolás Maduro, que no tienen visos de corregirse: economía cuasi-paralizada; falta de alimentos y medicina; falta de los servicios más básicos y un largo etcétera. La defensa del régimen es ya un asunto corporativo-ideológico, más que de argumentación lógica y coherente. Sólo nueve países han reconocido los comicios recientes. Además, la intervención cubana es flagrante. Más de 40.000 caribeños han intervenido el país en sus distintos ámbitos. De allí controlan cualquier disenso.  Su interés es económico, ya que el salvavidas económico de Cuba es, justamente, Venezuela.

En las últimas semanas el debate continental sobre las dictaduras ha desplegado velas.  Posiblemente sea por el impacto regional del caso Venezuela y, en menor medida, el de Nicaragua. El peruano Mario Vargas Llosa, en una reciente conferencia en Santiago, desestimó la bondad de cualquier dictadura. Para un no-historiador y un no-politólogo esta aseveración puede parecer un tantín exagerada. Evidentemente que cuando se trata de vender más libros, o de jugar a quién es el más políticamente correcto, todo vale.

En los últimos 60 años fueron muchas las dictaduras en Latinoamérica. Y la manera en que juzgamos las cosas hoy dista mucho de los juicios que se aventuraran en 1950.  Es por ello que la perspectiva histórica es importante antes de emitir una opinión, o aún mejor, un análisis razonado. Lo primero es ver porque se caía entonces, con frecuencia, en dictaduras que se resolvían, finalmente, con mayor o menor felicidad. La respuesta recurrente es por la mala calidad de la democracia y el deterioro del sistema político, que desembocaban en un callejón sin salida.

Estos elementos de análisis históricos son importantes de considerar. Pero los resultados mismos de los regímenes dictatoriales son disímiles.  El cómo recibieron las dictaduras los gobiernos, y cómo los entregaron luego al retornar a la democracia, son preguntas no sólo válidas, sino que necesarias y honestas.

Para algunos existe la corrección política y para otros el oportunismo imperante. Una democracia puede devenir en ilegítima por su mal desempeño. Es el caso patente de Venezuela hoy.

Asimismo, debemos anotar que tanto Cuba como Venezuela (y también el Brasil de Lula) se empeñaron en exportar sus revoluciones, ya sea en forma abierta (como las guerrillas pro-cubanas los años 60 y 70), o de manera más solapada (como a través del famoso Foro de Sao Paulo). Lo claro es que todos estos intentos de revolución exprés han sido fallidos. Absolutamente todos.  Y nadie ha respondido por el daño causado y las décadas perdidas.

Sin embargo, la izquierda regional ha ido variando sus tácticas. Ya se accede al poder mediante procesos populistas. Una vez entronizados, se empieza a legislar buscando limitar y entorpecer el libre proceso democrático. Y el control de las libertades individuales.

Venezuela hoy es un caso paradigmático. El gobierno de Maduro defiende su régimen de elecciones, pero la realidad es que avanzaron muy rápido en lograr el control de todas las instituciones que garantizaban un contrapeso democrático. La violencia extrema está ausente, pero la coerción mediante el recorte de libertades civiles está a la orden del día.

Sea lo uno o lo otro, el resultado práctico del ejercicio de la democracia en Venezuela, Nicaragua y algún otro país es lamentable, con los enormes problemas y crisis humanitarias que bien conocemos. Para los pueblos que sufren estas democracias imperfectas el problema es real y acuciante. Provocando, por ejemplo, olas migratorias inéditas en América Latina.

Cierta derecha en la región ha querido construir un hilo argumental de “nuevo liberalismo”, con autores —en general algo ingenuos— que buscan la corrección política y el delicado equilibrio que exige hoy la formulación ideológica “low-cost”. Ésta se basa en lecturas no plenamente maduradas de los clásicos de la literatura liberal —Adam Smith y Tocqueville, para comenzar—, pero excluye las formulaciones actuales por ser acomodaticias antes que reflexivas.

La disyuntiva de la América Latina contemporánea es, más bien, de buenos gobiernos versus malos gobiernos. El arte de la política se ha vuelto cada vez más complejo, con una ciudadanía más empoderada, más opinante, más interviniente y con un ámbito del quehacer sociopolítico cada vez más transparente, gracias, entre otras cosas, a los avances tecnológicos. Curiosamente, los temas básicos siguen siendo los mismos de siempre, y textos como El Príncipe de Maquiavelo, o el Arte de la Guerra de Sun Tzu conservan una vigorosa actualidad.

¿No sería más provechoso volver a estudiar el corpus intelectual existente antes que fabricar constructos endebles que no resisten siquiera un ciclo eleccionario? Para ejemplo basta  mencionar Choque de Civilizaciones, de Samuel Huntington, y la mal llamada “obra” del economista francés Thomas Piketty, ambos muy revolucionarios al momento de publicarse y ahora ni siquiera existen en los anaqueles de descuento.

Las sociedades se nutren de sus habitantes y de la manera en que ellos ejerzan, con mayor o menor provecho, la libertad. Esa es una clave fundamental en el éxito o fracaso de las naciones mucho más pertinente que el grado de perfección de una democracia, o del examen de la calidad moral de las dictaduras. Dejémosle esta tarea a los historiadores, que saben la importancia de la perspectiva temporal en el análisis de sociedades del pasado.

Mientras tanto, Venezuela y su pueblo siguen esperando. No hay salida sencilla; la  vía del diálogo está prácticamente muerta. Sólo resta un “mix” de presiones internacionales para facilitar y lograr un cambio de régimen. Pero incluso si así fuera, la tarea de reconstrucción del país caribeño tardará décadas.

Una lástima. Y nadie se responsabiliza.

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