El gran desafío del multilateralismo

Columna
La Nación, 25.06.2018
Roberto García Moritán, embajador (r) y ex viceministro de RREE argentino

El sistema multilateral que nace en Bretton Woods en 1944 y en San Francisco en 1945 se encuentra en una compleja encrucijada y enfrenta el urgente desafío de redefinición a las circunstancias del siglo XXI. Después de una labor reconocida de casi ocho décadas, que incluye también resultados imperfectos y hasta discriminatorios, una variedad diversa de grupos ad hoc de países han ido desplazando paulatinamente al entramado de los órganos de las Naciones Unidas del epicentro de muchos temas sustantivos de la realidad internacional.

Este nuevo protagonismo, que refleja que el escenario estratégico global ha variado, en ocasiones muestra tener mayor influencia que algunos organismos especializados e incluso se encuentra duplicando responsabilidades.

La abreviatura G, con mayúscula, sea el G-20, G-15, G-10, G-7, G-5 o cualquier otra agrupación numérica de países, es una señal de que los tiempos del multilateralismo convencional han cambiado. En algunos casos específicos, estos mecanismos informales han sido razonablemente eficaces para tratar cuestiones urgentes o de emergencia de la gobernanza global. También para tender puentes e impulsar debates para alcanzar metas comunes.

La duda, entre otras, es si estas nuevas expresiones restringidas del multilateralismo son válidas para resolver temas y negociar acuerdos de mayor vigencia temporal. También en términos de adoptar decisiones jurídicamente vinculantes de alcance global al representar, en definitiva, las decisiones de solo un puñado de países más allá de la relevancia geográfica, económica o militar de los integrantes.

La necesidad de los países de trabajar en conjunto para enfrentar determinados problemas o situaciones, sean de seguridad colectiva, financiera, humanitaria o, entre otros ejemplos, relativas al cambio climático, es lo que ha hecho necesario el multilateralismo. Sin embargo, ningún grupo de constitución limitada, por legítimo que sean sus objetivos y propósitos, es la expresión auténtica del multilateralismo. Tampoco constituyen ámbitos en condiciones de reemplazar la necesaria existencia de un sistema de carácter universal que englobe a toda la comunidad internacional.

La proliferación de los G, que alude a polos de poder o a intereses homogéneos, pone en evidencia las insuficiencias, fallas y fisuras del sistema multilateral conocido desde la segunda posguerra. Es probablemente también un síntoma de la urgente necesidad de adaptación y actualización del conjunto de esos mecanismos. Los desafíos del presente como los de las próximas décadas no son los mismos de 1940.

En un marco internacional en evolución, el sistema multilateral requiere de una capacidad renovada que no haga necesario el recurso a la metodología de comités de crisis para controlar situaciones de emergencia o de agrupaciones selectas para impactar sobre las decisiones internacionales. Es de absoluta prioridad, en cambio, avanzar en las reformas de los distintos órganos de las Naciones Unidas, incluso los métodos de toma de decisión, para que sea capaz de enfrentar con mayores posibilidades de éxito las múltiples perspectivas del siglo XXI. También que esa arquitectura posea la capacidad de generar confianza para obtener repercusión práctica y efectiva en todos los países del planeta.

Es hora de pensar que podemos construir un sistema multilateral algo mejor e inclusivo que el que hemos heredado.

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