El ‘guevarismo’ y Chile

Columna
El Mercurio, 07.09.2017
Álvaro Góngora, historiador

Entre los sucesos que cumplen 50 años, consigno otro. En octubre de 1967, en la Quebrada del Yuro, fue atrapado Ernesto Guevara, "El Che", y más tarde ejecutado en la localidad de La Higuera (Bolivia). Era un guerrillero cabal, actor sublimado de la Revolución Cubana (1959) y emblemático funcionario del estado revolucionario, pero renunció a todos los cargos de gobierno (1965), para dedicarse a extender por Latinoamérica la revolución contra el capitalismo. El Che aceptó crear un foco guerrillero en el país altiplánico para diseminar la guerrilla por naciones colindantes, pero fracasó y su muerte lo santificó. Hoy su imagen se considera objeto de culto, figura en banderas de barras bravas, vasos, gorros, camisetas que visten jóvenes del mundo, deportistas, políticos, músicos, actores. Es un producto transado en mercados y adquirido por quienes ignoran de quién se trata realmente. Lo suponen épico, encarnación de principios supremos, desconociendo que legitimó la violencia como medio para eliminar a los oponentes políticos por considerarlos como "enemigos".

Dominó la ideología marxista-leninista en grado de excelencia, siendo crítico de su vertiente ortodoxa -el comunismo adscrito a Moscú, el chileno entre ellos-, por haberse quedado empantanada en formas de lucha inútiles en términos revolucionarios. A saber, creer que el imperialismo occidental, cumpliendo un cierto ciclo, se derrumbaría. A la par, el partido debía colaborar aplicando, por etapas, diversas tácticas para debilitarlo: participación electoral en alianza con partidos centristas, "democrático-burgueses", huelgas estudiantiles o sindicales, boicot, promover el odio de clase, ampliar la militancia de jóvenes y obreros, etc. La lucha armada estaba en la lista, pero reservada solo para cuando se presentaran condiciones "objetivas": el estado de crisis del capitalismo.

El Che pensaba distinto. "El imperialismo no cae jamás, ¡hay que vencerlo para poder derrumbarlo!"; para ello hay que romper con todas las recetas teóricas ortodoxas. "No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución". El objetivo era destruir el orden, el aparato institucional del estado opresor.

Para América Latina la lucha armada era la única, necesaria y deseable fórmula para vencer el poder dominante. Imponer "dos, tres Vietnam", dijo, sin medir el costo en años y vidas humanas. La esencia del auténtico guerrillero, de cualquier época, era "el odio como factor de lucha; odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales, convirtiéndolo en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar". Hablaba de sí mismo. Varias acciones demuestran cuán decidido y dispuesto estuvo para eliminar sin contemplación a quienes consideró enemigo, traidor o cómplice.

Su muerte no fue heroica, como señala el mito, fue penosa. Cuba lo abandonó, huía en la sierra boliviana con un puñado de hombres, estaba destruido física y sicológicamente. Perdió su metralleta y, acorralado, gritó a sus perseguidores: "Valgo más vivo que muerto". Con su ejecución se construyó la leyenda, el ideal del guerrillero viviente para la faz del mundo.

Desde entonces el "guevarismo" fue profesado por movimientos y partidos políticos latinoamericanos en medio de la borrachera ideológica predominante. La lucha armada contra el otrora adversario político fue el método propuesto por agrupaciones, como ocurrió en Chile con el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), que denostó la factibilidad de la "vía pacífica" hacia el socialismo, promovida por la Unidad Popular, en 1970. A poco andar, la bandera de la "vía armada" se hizo flamear en el Partido Socialista, de gobierno, convocando a construir el socialismo, destruyendo "la actual constitucionalidad: En última instancia será el enfrentamiento violento que decidirá quién es el vencedor" (1972). Nunca es malo recordar lo que fracturó la democracia.

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