El halcón pacificador

Columna
La Razón, 04.07.2016
Rafael Archondo, periodista y ex representante permanente de Bolivia en la ONU
  • Juan Manuel Santos hizo un recorrido que aún hoy, ya en el final del trayecto, parece inverosímil

Juan Manuel Santos, el actual presidente de Colombia, se ha puesto en estas semanas en los primeros lugares de la fila formada por quienes podrían ser justos merecedores del siguiente Premio Nobel de la Paz. Si no se lo dan, no importa, ya hay un sitio en la historia que conserva sus iniciales. Ha coronado con éxito tres años y medio de tratativas para poner fin a medio siglo de guerra interna con su irreparable costo de más de 200.000 muertos, todos inútiles. Con ello se cierra una fase funesta para América Latina, la de las guerrillas y su consiguiente contención represiva. Tras el reciente acercamiento de Estados Unidos y Cuba, ésta podría ser ya la defunción definitiva de la Guerra Fría en el continente.

Santos y no Álvaro Uribe, su mentor, ha conquistado el logro. No es para sorprenderse. Uribe aspiraba a aplastar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); Santos, a organizar su amable capitulación. Para dar este paso audaz se necesitaba un zorro, no un león. De cualquier modo, en medio de las balas, mostrar colmillos afilados, así sea solo para asustar, era en inicio lo aconsejable.

Santos fue ministro de Defensa de Uribe y en el cargo puso a prueba su ferocidad. No solo lució sobre su pecho medallas como la espectacular liberación de Ingrid Betancourt, sino también acusaciones deshonrosas relacionadas con ejecuciones sumarias y la violación de derechos humanos. El bombardeo en territorio ecuatoriano, diseñado para acabar con un importante líder guerrillero, provocó incluso un desafecto internacional con Rafael Correa. Como ministro implacable, Santos se ganó el puesto de príncipe heredero. Era el instante de la furia, y en un país castigado por la violencia, a veces convence más el que dispara con mejor puntería.

Transformado en el sucesor del león, Santos ganó las elecciones de 2010 por una cifra récord. Colombia se unía tupidamente contra la guerrilla más antigua del mundo, la única cuyo principal comandante, Manuel Marulanda, había muerto por causas naturales a los 80 años de edad. Llegaba el momento del viraje, lo que para Uribe fue la “traición” del nuevo presidente. Y es que solo quien disentía de la prédica del aniquilamiento estaba en condiciones de negociar la paz. Santos relegaba los puños de hierro del uribismo para hacerse potable para Hugo Chávez, su “nuevo mejor amigo”, y las diversas izquierdas de la región. Pasaba de león a zorro, imagen con la cual lograría su reelección en 2014, esta vez ya con una clara identidad pacifista.

Esta breve biografía de Santos me hace pensar en cuán necesarios son los “traidores” para las acciones en las que lo central no es el heroísmo, sino la deliberación y el acomodo de posiciones divergentes. Solo quien ha tenido el aplomo de triturar sin piedad a la guerrilla podía haberse convertido en un negociador creíble. Solo aquel que puso en alto los intereses del Estado colombiano tuvo espacio para ceder sin ser sometido al escarnio de los otros halcones. Santos hizo un recorrido que aún hoy, ya en el final del trayecto, parece inverosímil. La lección está aprendida: ni una sola vida humana vale más que la más grande intención justiciera. En ese sentido, el medio es el fin. Quien lucha convenciendo, aprende a esperar y a procurar mil intentos, a saber que ningún cambio se consigue por la fuerza. Suerte a las FARC en su nueva vida política. La gente sabrá votar por el que tiene el valor de canjear los fusiles por los micrófonos.

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