El mito del frente

Columna
La Tercera, 26.01.2017
María de los Ángeles Fernández , cientista política española afincada en Chile

La configuración de un frente amplio de izquierda extra oficialista es vista con una esperanza inversamente proporcional a la desilusión generada por las reformas de la Nueva Mayoría. A ello contribuye la adhesión ciudadana que reciben los diputados Jackson y Boric, sus dos exponentes más conocidos; el triunfo de Sharp, uno de los suyos, para liderar la alcaldía de Valparaíso así como el avance del autonomismo en las federaciones estudiantiles.

Por estos días, la prensa informa de la elaboración de programas de gobierno así como de la confección de listas parlamentarias. Ello supone un progreso. Además de rostros, solo se conocían expresiones de deseo, formulaciones vagas (como la necesidad de hablarle a públicos amplios o la de crear poder popular autónomo), reyertas internas (como el quiebre al interior del autonomismo) y una oposición cerrada a todo lo que oliera a los dos conglomerados que han conducido la política de la transición. Claro que nunca tan absoluta como para no hacer la vista gorda con el “colaboracionismo crítico” con que Revolución Democrática calificó su paso por el Ministerio de Educación.

La idea de crear un frente social y político no es nueva en la reciente política chilena. Luego de la derrota de la Concertación en 2010, algunos volcaron sus ojos en una experiencia concreta, la del Frente Amplio uruguayo. Se veía como una alternativa que contenía elementos cuya ausencia explicaba, en parte, el fracaso electoral: elementos de carácter social y sindical en convergencia con los partidos, así como la existencia de procedimientos para dirimir las diferencias. También se destacaba la existencia de una identidad (”frentamplismo”) superior a las de sus partes así como el intento por establecer una independencia relativa entre el gobierno y el Frente Amplio, entendido como fuerza política. Más allá de la notoriedad del expresidente Mujica, producto de su estilo y personalidad más que de sus políticas, la fórmula uruguaya lidia hoy con sus propias tribulaciones. Tensiones entre dos sectores, el llamado mujiquismo y los seguidores de Danilo Astori (astorismo); el surgimiento de otras formas de militancia (redes) que interpelan a la orgánica tradicional y un cierto desapego entre los intelectuales y la fuerza política son algunos de los nudos está obligada a desatar.

Pero la idea de frente también actúa, al interior del imaginario de la izquierda, como una especie de Ciudad de los Césares en su intento por dar respuesta a sus dilemas, especialmente los relativos a la unidad y a la convergencia. La brasileña sugiere crear uno, luego de la destitución de Rousseff y Juan Carlos Monedero postula un frente amplio como horizonte para la izquierda española donde Podemos, del que es cofundador, sería solamente la “nave nodriza”.

En Chile, la unidad se acerca más a lo improbable. Por un lado, porque son dos los referentes compuestos por distintos colectivos que, además, aspiran al uso de la marca “frente” al tiempo que una parte habita al interior del oficialismo. Pero existe otra explicación más sustantiva: la desactualización del sistema de ideas que le sirve como guía.

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