El revés de la trama

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La Tercera, 10.09.2017
Héctor Soto, abogado y periodista

Los gobiernos no solo dependen de la calidad de sus políticas públicas o de la buena fe de su inspiración. Entre otros factores, también dependen del tipo de oposición que enfrenten. Y por lo mismo la pregunta sobre qué ocurrirá con la izquierda chilena en un eventual gobierno de la centroderecha -cuál será su mapa, quiénes sus líderes- cobra especial relevancia.

La gran incógnita no es si vayamos a ver una izquierda de matriz tradicional y orgánicas partidarias más o menos fuertes enfrentada a otra izquierda más joven, más hipster y rupturista en cierto sentido, porque eso ya existe y a estas alturas se da por descontado que seguirá existiendo. Están los partidos de izquierda de la Nueva Mayoría -el PS, el PPD, el PRSD y el PC- y está el Frente Amplio. De momento se ve difícil que a corto plazo puedan converger en un mismo bloque porque, al margen de sus diferencias en planteamientos de fondo, existen brechas generacionales que hasta aquí aparecen insalvables. Es más: hay razones para creer que el surgimiento del Frente Amplio responde en buena medida a dos factores a los cuales la izquierda tradicional les prestó poca atención en su hora. El primero concierne a la esclerosis de sus partidos, a la falta de renovación de sus dirigencias y a la obstinación de los viejos tercios por eternizarse en las posiciones de poder. El segundo, muy ligado al anterior, apunta a la debilidad, al abandono y al desprecio incluso del trabajo político de los partidos tradicionales entre la juventud.

Cuando la Presidenta Bachelet hizo la observación generacional que tanta réplica mereció en su momento, reconoció un hecho que es evidente: buena parte de los hijos de la dirigencia de la izquierda tradicional, los hijos de la nomenklatura por decirlo así, terminaron en el Frente Amplio. Ahí radica la fuerza que tiene esta coalición en términos de energía, de renovación de pensamiento y de estándares de las prácticas en su acción política, aunque a esta misma matriz están conectadas muchas de sus debilidades. Son limitaciones respecto del trabajo político en poblaciones, en sindicatos y en regiones del país donde la densidad de los movimientos universitarios, que fueron la cantera de sus actuales dirigentes, es mucho menor.

Es obvio que la pugna entre estas dos izquierdas será por la primacía y es iluso pensar que la próxima elección dirimirá el conflicto. Por lo visto, este asunto va para largo. La izquierda tradicional, que inicialmente miró, más que con benevolencia, con un cierto orgullo de abuelo beatífico y senil la acción radicalizadora de estos muchachos comprometidos y arrojados, ha ido modificando sus percepciones en la medida en que comenzaron a verlos ya no como mascotas, sino como amenaza. Dejaron de ser regalones y pasaron a ser competencia. Desde el prisma de la dirigencia izquierdista histórica, nada sería más humillante y revelador de su fracaso, por ejemplo, que fuera Beatriz Sánchez y no Alejandro Guillier quien pasara a segunda vuelta en noviembre próximo. Aunque esa posibilidad, que en un momento pareció probable tanto por los vaivenes de la opinión pública (¿no sería más exacto hablar de emoción pública?) como por los retrasos logísticos de la candidatura de Guillier, que parece haberse debilitado en las últimas semanas, seguirá representando el mayor riesgo para la izquierda oficialista de aquí al día de la elección.

Con todo, la pugna por el protagonismo es solo una variable que intervendrá en esta ecuación. Hay varias otras. Llegará ciertamente el momento en que la izquierda tradicional tenga que definir con mayor claridad sus posiciones, no ya frente a la derecha, porque ante este sector mal que mal ya las tiene, sino ante el Frente Amplio, con el cual quiso convivir paternalmente hasta que los niños se fueron de la casa. Hasta aquí el discurso de los derechos sociales ha permitido a una y otra izquierda plantear crecientes demandas de educación, de salud, de pensiones, de subsidios, de resguardos, de beneficios…. pero es dudoso que este elástico pueda estirarse hasta el infinito. En algún momento habrán de definir un modelo de sociedad que sea viable con el peso de ese nivel de demandas. La experiencia del gobierno de Bachelet demostró que subirlas a dedo o indiscriminadamente no era tan gratis como parecía. Y aunque ni La Moneda ni el oficialismo parecieran haber tomado nota del efecto, la ciudadanía sí reparó en el detalle y es por eso que actualmente el sector mejor posicionado para triunfar en noviembre es la centroderecha.

En el que vaya a ser el balance final de la izquierda chilena para los próximos años, uno también diría que algún rol debiera jugar la izquierda socialdemócrata. Mal que mal fue un eje central de la antigua Concertación. Después del rechazo a Lagos por parte del comité central del PS, esa vertiente, que en algún momento fue la espina dorsal del llamado “partido transversal”, quedó muy debilitada y prácticamente fue expulsada de la escena política. Quedó disminuida incluso por contagio en la DC, que había sido su gran compañera de ruta. Es un legado que, bueno o malo, hoy nadie está reivindicando y que de hecho tiene en la actualidad mejor cotización en la derecha que en la propia izquierda. Es verdad: la derecha no tiene mucho título para reivindicar ese legado, pero vaya que tiene ganas de hacerlo. Ciertamente esta es una rareza de la política chilena, pero en un escenario de derrota de los bloques que integraron la Nueva Mayoría, donde el proceso de autocrítica será inevitable, es difícil suponer que el tronco socialdemócrata, varias veces agraviado, no entre a cobrar las cuentas que tiene pendientes.

El mapa de la izquierda chilena se ve muy difuso para los próximos años. Son muchas las definiciones pendientes. Y como la izquierda las eludió cuando fue gobierno, no tendrá más remedio que afrontarlas cuando sea oposición.

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