El Tratado de 1904 en la obra de dos académicos chilenos

Reseña de libro
El Diario (Nuevos Horizontes), 07.03.2017
Rodolfo Becerra de la Roca, abogado (U.M. San Andrés), miembro (Academia Boliviana de Historia Militar) 
y columnista boliviano
  1. SOBRE LAS REFLEXIONES FINALES

En el libro “El Tratado de 1904, Negociaciones e intereses involucrados”, de los autores chilenos José Miguel Concha Robles y Cristian Garay Vera, impreso por PLURAL editores, sus autores, pretenden contribuir al esclarecimiento, desde una óptica académica, algunos pasajes de cómo se llevó a cabo la firma del Tratado de Paz definitivo en 1904.

Apartándonos del orden con que suelen analizarse estos trabajos, vamos a empezar a ocuparnos de la última parte del libro: “Reflexiones finales”, donde se formulan los intereses que satisfacieron el Tratado de 1904, a bolivianos y chilenos; dejando para otra ocasión el estudio de los primeros ensayos de fondo. Esos intereses los enuncian en IV aspectos, para ambos países, equilibradamente.

El libro, según sus autores, pretende contribuir al esclarecimiento, desde una óptica académica, de algunos pasajes tendientes a concertar un Tratado de Paz definitivo que se concluyó en 1904.

Dicen que en torno al tema se han generado aseveraciones poco rigurosas. En efecto, es así en lo que toca a Bolivia, donde no se realizó un examen acucioso y profundo, limitándose a una narrativa exenta de examen e interpretación que últimamente estamos genrando, descubriéndose cada vez más, en toda su dimensión espantosa y pavorosa, lo que fue el génesis, desarrollo y culminación de la invasión chilena con la apropiación descomunal de territorio boliviano por Chile.

Sostienen los nombrados autores que entre las aseveraciones contra el Tratado, “se destaca la referida a que el Tratado de 1904 fue impuesto a Bolivia bajo la fuerza y la amenaza militar chilena” y que aun siendo ciertas estas aseveraciones, en nada perjudicaría la validez del Tratado de 1904. Estas reflexiones “académicas” contradicen la realidad histórica y jurídica de la imposición del Tratado. Para ello solo esgrimiremos dos antecedentes:

1º El Tratado de Paz y Amistad da por finalizado el régimen de tregua impuesto por el Pacto de 1884, es decir que con este instrumento oprobioso de dominación Chile mantuvo latente una supuesta guerra que engrillaba a Bolivia, impuesto por la fuerza como reconocen dichos autores; y 2º El tratado no es si no consecuencia del brulote de Konig, de 13 de agosto de 1900, que constituye en buen romance una amenaza e intimidación a un país en bancarrota que languidecía por el Pacto de Tregua. Entonces, la aseveración de fuerza y amenaza militar fueron evidentes para la firma del Tratado de 20 de octubre de 1904.Y esto no es un sofisma académico, es una realidad, lo que desmiente que ese trata-do sea producto de la libre voluntad en lo que toca a Bolivia.

Luego afirman una serie de acciones y hechos que demostrarían que el Tratado de 1904 fue un acuerdo “relativamente” voluntario y consensuado que resumen en 4 puntos que los rectificamos y replicamos con la misma puntuación:

a) Les corregimos que el Tratado fue firmado después de más de 25 años de la invasión pérfida a Antofagasta en 1879 y mas de 20 años del Pacto de Tregua de 1884. Este acuerdo forzoso, como reconocen los autores, fue un ardid malicioso e inescrupuloso, porque la Guerra del Pacífico propiamente concluyó con el Tratado de Ancón de 20 de octubre de 1883 y debe aclararse que nunca hubo un último combate entre fuerzas bolivianas y chilenas como aseveran, porque, académicamente, no hubo una guerra específica de Chile contra Bolivia si no, la guerra se desarrolló entre Chile y el Perú, donde Bolivia concurrió como aliada de éste, de forma que solo por el imperio de la amenaza y la fuerza Chile obligó a una Tregua separada con Bolivia, por una guerra inexistente. Estas precisiones es importante hacerlas para no desfigurar la verdad de los acontecimientos.

No es verdad que en los inicios del siglo XX se aceptase que el Estado vencedor imponga las condiciones al Estado vencido; pues, si esto ha sucedido muchas veces, siempre ha sido por la imposición de la fuerza, nunca por la aplicación del derecho, porque ya existían tratados que prohibían las guerras de conquis-ta, por ejemplo los tratados firmados entre países americanos el 23 de enero de 1865 y otros instrumentos internacionales.

b) Está probado que las conversaciones de don Félix Avelino Aramayo a su paso por Santiago, en abril de 1902, no tuvieran carácter oficial. Su intervención fue oficiosa a título netamente personal para llegar a un acuerdo de paz, ya que las condiciones de Chile estaban expuestas en la nota agresiva de Konig; entonces no son los puntos de Aramayo los que se mantuvieron inamovibles en el curso de las negociaciones, sino las bases de Konig, hecho que es preciso no alterar por lo histórico y desde el punto de vista académico también.

Lo que ha sucedido siempre es, que habitualmente los chilenos alteran los hechos, desfiguran los conceptos según sus conveniencias, como éste que hacen partir del año 1902 la negociación del Tratado de Paz de 1904, cuya génesis parte de las bases de Konig de 1900. ¿Por qué los chilenos en nuestra propia casa nos toman el pelo? ¡Nos creen estúpidos para obligarnos a aceptar que el Tratado de 1904 es resultado de las bases propuestas por Bolivia en 1902! La falsedad es manifiesta.

c) Que las negociaciones se hayan desarrollado en La Paz, no obsta ni cambia el propósito chileno de sostener sus exigencias en el Tratado.

d) Vamos a reiterar nuevamente que las presiones y amedrentamiento hacia Bolivia permanecieron latentes en los términos de la conminatoria de Konig. Entendamos que este Tratado llamado de “Paz y Amistad” concluye un régimen de Tregua de una guerra declarada por Chile y no desarrollada nunca en nuestro Litoral: esto quiere decir que subsistió la amenaza de guerra que solamente estuvo suspendida por la tregua impuesta, figura que, académicamente, no correspondió porque no hubo un desarrollo de hostilidades entre Chile y Bolivia, no obstante que aquel le declaró a ésta.

Los autores del libro que comentamos, concluyen que en su momento los intereses fueron mutuamente beneficiosos para ambas partes, plasmados en intereses y objetivos para ambos países, a los que nos referimos en la segunda y tercera parte, replicando que los beneficios solamente quedaron para Chile.

2.- LOS INTERESES BOLIVIANOS

Las reflexiones finales se refieren a intereses satisfechos a ambos países, lo que es intrascendente y subjetivo. Que bueno habría sido que los académicos chilenos que comentamos se hubieran ocupado de los beneficios y perjuicios sufridos por las partes como emer-gencia de la invasión, del atraco de 1879. Tocar estos extremos sería más honrado y edificante. Pero en las reflexiones finales se ocuparon de los intereses bolivianos satisfe-chos con el Tratado de 1904:

I) Desde mediados del siglo XIX todo el mundo estuvo afanado con establecer en su territorio una red ferroviaria. Bolivia inició el emprendimiento con el de Mejillones a Caracoles, autorizó el de Antofagasta al Carmen. Hubieron varios proyectos para construir al interior, se construyó el de Guaqui a La Paz en 1900, conectado por el Lago Titicaca con Puno y Mollendo que tanta importancia tuvo para nuestro comercio exterior. Quien dijo que más que un puerto le convenía a Bolivia las líneas férreas, es precisamente Konig en su conminatoria indigna, que le cacarearon los corifeos liberales de La Paz, lo que no implica que los bolivianos aceptaran tener ferrocarriles a cambio de renunciar a un puerto, si no unos oligarcas mineros que estuvieron interesados en apremiar su problema de transporte a costa de la traición a su país.

¡42 congresales votaron a favor del tratado contra la oposición de todo el pueblo! La conectividad con el resto del país – que ya existía por Antofagasta y por Mollendo - no implicaba que Bolivia renunciara a sus puertos ni el desarrollo y modernización del país, se podía alcanzar solamente con la construcción del Ferrocarril de Arica a El Alto con que los chilenos embaucaron o coludieron a los liberales de Montes.

Este nuevo ferrocarril benefició más a Chile por muchas razones: Le sirvió como una gran inversión que le dio utilidades por espacio de 15 años de explotación y recuperación con creces de la inversión; para chilenizar Arica y el norte; para desplegar su influencia comercial en Bolivia; para desviar el intenso tráfico comercial peruano boliviano a través del F.C. Guaqui-La Paz. Estos objetivos reconocen íntegramente los académicos chilenos en su libro que comentamos.

Las garantías ferroviarias del 5% no funcionaron por los mismos boicots de los chilenos

Entonces, el interés de Bolivia con la construcción del F.C. de Arica es mucho menor al que se satisfizo Chile con esta su inversión.

II) Este punto es un sofisma intolerable. No es pues verdad que Bolivia tuviese “urgencia por alcanzar un acuerdo conveniente con Chile antes que éste lo alcanzase con el Perú”. Porque es absurdo y falso de toda falsedad que estuviese interesado en zafarse del Perú antes que éste resolviera la “Cuestión de Tacna y Arica”; si no ¿Porque hubiera acelerado la construcción del F.C. Guaqui-La Paz que le conectaba a Mollendo y que estaba en servicio desde 1902?

Justifican el hecho con otra aberración, de que podría “volverse al estado de situación pre guerra de 1879, durante el cual los impuestos y aranceles peruanos asfixiaban al comercio boliviano”, lo cual es inexacto porque regía entre ambos un tratado de comercio y omiten, mas bien poner al tapete que Chile asfixió realmente a Bolivia, destruyó su industria y agricultura con el brutal régimen de la Tregua de más de 20 años en que toda la producción chilena ingresó a Bolivia sin pagar impuestos, colocándola en banca rota, como ellos mismos aseveran.

Sobre el “Protocolo Confidencial” si es que existió, debemos protestar de la infamia de haber involucrado a Bolivia en un compromiso de “contribuir con electores para el triunfo de Chile en un eventual referéndum para determinar la soberanía definitiva de Tacna y Arica” a favor de Chile; lo cual es otro baldón para los liberales.

III) En este punto refieren la consolidación hegemónica de La Paz en Bolivia frente a los empresarios del sur y siguen mintiendo que las bases de Aramayo “implicaban la construcción de un ferrocarril que ligara a La Paz con el Pacifico” y que para ello “los liberales no escatimaron ofrecer el antiguo departamento del Litoral a cambio de vías férreas que les otorga-ran la indiscutida hegemonía comercial en Bolivia”, agregando que “los intereses regionales primarían frente a los intereses nacionales”. Los liberales paceños fueron los mayores culpables para la entrega del Litoral, pero la hegemonía paceña sobre las capitales del sur, fue resultado de la llamada Guerra Fereral, de ninguna manera ocasionada por el Tratado de 1904.

IV) En este último punto se ocupan de enunciar que el partido liberal se propuso realizar ciertos sacrificios territoriales “con el objetivo de alcanzar una seguridad territorial capaz de ser conservada y defendida en toda su extensión”, no es exacto, menos todavía que el “milagro de la existencia de Bolivia” (parafraseando a Carlos Mesa) y su consolidación como entidad independiente se deban en ninguna medida a la aprobación del Tratado de 1904. Bolivia debe su existencia a su ser auténtico, como ningún otro país, y que no se resquebrajará por sofismas interesados de países que carecen de ese valor, y que está esperando únicamente ser más organizado para mostrar su fuerza.

Presentar los aspectos anteriores como intereses plasmados por el Tratado de 1904, realmente resulta enojoso, inadmisible como tales, porque no son nada.

Repetimos que lo cabal y honesto, si enfocaron la cuestión desde el punto de vista académico, habría sido denunciar los perjuicios sufridos por Bolivia por un Tratado imperfecto y desigual a todas luces.

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