Embajador Ramón Huidobro

Carta
El Mercurio, 26.01.2019
Eduardo Rodríguez Guarachi y Francisco Cruz Fuenzalida, abogados y ex embajadores

Ramón Huidobro era de esas personas excepcionales, que con su vida y testimonio marcaron generaciones y épocas tan diversas como complejas. De esos hombres que definen el tiempo y la historia y que, de algún modo, logran marcar el pulso de esta última gracias a la fecunda huella que deja su vivencia.

Y es que Ramón Huidobro fue un profesional con identidad y un ser humano singular. Imprimió abnegación y lealtad al oficio diplomático, sin perder carácter y definición. Todos sabían lo que pensaba, sin dobleces, sin ambigüedades. Jefe de gabinete del entonces canciller Valdés, sencillo y cercano, podía convocar a los jóvenes diplomáticos de Cancillería a compartir la mesa de almuerzo y, ese mismo día por la tarde, encerrarse con Gabriel Valdés en su oficina para discutir altas decisiones, en una época en que la Alianza para el Progreso marcaba el ritmo de las relaciones desde Estados Unidos hacia Latinoamérica.

Hombre leal al Servicio Diplomático, sin perder dignidad y esa autonomía que el buen juicio y valentía otorgan. Entendió, como el que más, la política exterior como una cuestión de Estado. Como embajador en Buenos Aires durante el gobierno del Presidente Allende, en tiempos tumultuosos para nuestra política interna, fue de los últimos en hablar con La Moneda antes que el ocaso del bombardeo acallara los teléfonos en el Palacio de Toesca. Permaneció en Buenos Aires y nunca perdió contacto y amistad con sus amigos. No tuvo miedo, solo afectos, y así vivió un "segundo último diálogo" con el general Prats antes de su atentado en el país trasandino.

Con el retorno a la democracia en la década de los 90, y convertido en director de la Academia Diplomática de Chile, fue el responsable de formar a una nueva pléyade de profesionales. También, hay que confesarlo, siguió inspirando con su carácter a los más antiguos. Firme en conocimientos, expansivo en personalidad y empático en relacionamientos, era dueño de una capacidad transversal y única para entender y comunicarse.

Somos dos generaciones de abogados y exembajadores que nos unimos en estas líneas para decir adiós a este gran ser humano y diplomático de carrera. Le decimos adiós con respeto y admiración. Nos queda la satisfacción de que personas como Ramón Huidobro son inmortales en la remembranza de las personas y también de las instituciones, porque la intensidad de su vida y su legado solo aumentan en la retina del tiempo, del recuerdo y del culto.

En un Chile marcado por los "blancos y negros", la polarización fútil y la conveniencia de última hora, el testimonio de Ramón Huidobro es una luz valiente, dialogante y decidida que seguirá encendida en la memoria general de Chile y en particular en nuestra Cancillería.

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