Las protestas parecen apuntar contra la Guardia Revolucionaria iraní o Pasdaran, un contrapeso a las fuerzas armadas regulares, que se han convertido en el centro del poder político y controlan el 90% de la fuerza y los recursos. Fundada en 1979, como brazo militar ideológico del régimen, tiene la responsabilidad de preservar la salud islámica y proyectar la influencia transnacional de la revolución. También de controlar cualquier tipo de disidencia y movimiento contrarrevolucionario. Esa presencia, inicialmente dedicada a la seguridad interna y a tácticas de guerra no convencional, se ha consolidado como un aparato político y militar de envergadura paralelo a las fuerzas armadas. El Asia Times lo caracteriza como la dictadura militar de los mulas.

Distintas fuentes señalan que la proactiva Guardia Revolucionaria ha sido responsable directo de numerosas acciones terroristas que incluye Argentina, Alemania, India, Bulgaria, Líbano y, entre otros, Kuwait. En el caso del criminal atentado a la AMIA, según la justicia argentina, varios miembros de la Guardia Revolucionaria son acusados como presuntos responsables. En Berlín, un tribunal condenó en ausencia, en 1992, a integrantes de la Guardia Revolucionaria y señaló, entre otras cuestiones, que las decisiones del atentado terrorista en el restaurant Le Mykonos alcanzaban a las más altas instancias del Estado iraní. El Times de India informó que la Guardia Revolucionaria era responsable del ataque del 13 de febrero 2012 contra un diplomático israelí.

El papel asumido por la estructura paramilitar de la Guardia Revolucionaria es casi absoluto en cuestiones políticas, económicas como estratégicas. De dicho cuerpo depende el programa nuclear y misilístico como el cumplimiento de las obligaciones emergentes de verificación del pacto nuclear entre Irán y el G 6 (Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania). Una unidad, la llamada Fuerza Quds (Jerusalén), desarrolla la amplia mayoría de las acciones en el exterior, incluyendo la asistencia a distintos grupos yihadistas, sean chiitas (Hezbollah) o sunitas (Hamas), como la venta y transferencias de armas convencionales a terceros países. Esta fuerza de elite también define los lineamentos principales de la política exterior. Esa circunstancia pone en evidencia que el líder supremo Jamenei se ha hecho cargo directamente incluso de las funciones diplomáticas relegando a un segundo plano a la Cancillería iraní. La mayoría de las representaciones de Irán en el exterior incluye la acreditación diplomática de integrantes de los Pasdaran.

Este esquema de poder, que es uno de los ejes de las recientes protestas, plantea diversas encrucijadas para los grupos opositores, sectores del reformismo como respecto al propio presidente Hassan Rohani. Pone en evidencia también que el líder supremo, Ali Jameinei, que no goza del mismo prestigio que su antecesor, cada día restringe más el sistema de poder reconocido en la Constitución de Irán y necesita de una estructura militar como pilar para mantener la posición de liderazgo central, tanto religioso como político. La duda es si ese ejercicio de autoritarismo no estaría finalmente traspasando la línea de lo tolerable para el resto de la elite político clerical como de los sectores económicos de Irán. Las manifestaciones quizás sean una señal en ese sentido.