ÉpocaRadical: El Partido Comunista de Chile en la década de 1930 (II)

Columna
El Demócrata, 19.06.2016
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

En la elección de 1932 participó el dirigente comunista Elías Lafertte, que obtuvo poco más de cuatro mil votos, un 1,2% del total. Fue una incursión más simbólica que competitiva, y finalmente resultó elegido Arturo Alessandri Palma, restableciendo una democracia que tendría vigencia hasta 1973.

En esa ocasión el líder de izquierda sostuvo que “la Constitución y las leyes son instrumentos de la burguesía para defenderse y oprimir a los trabajadores”, y que por eso mismo “sería un contrasentido que por tales medios se pueda llegar al triunfo de la revolución agraria y anti-imperialista”. Concluía que las elecciones servían para realizar propaganda y movilización de masas, pero que “el dominio de la clase burguesa solo terminará por la violencia revolucionaria de la clase obrera” (citado en Jaime Etchepare, Surgimiento y evolución de los partidos políticos en Chile, 1857-2003, Concepción, Universidad Católica de la Santísima Concepción, 2006).

Este discurso se enmarcaba dentro de la línea asumida por el partido y su inserción en dentro del comunismo a nivel mundial. Esto significaba, por una parte, haber asumido un proceso de bolchevización, así como haber ingresado formalmente a la Internacional Comunista en 1928, ya que antes solo participaba en calidad de simpatizante. Aquí se da la llamada política del Tercer Periodo, o del “Frente Único de clase contra clase”, que impedía en la práctica la formación de alianzas más amplias con otras agrupaciones, lo que además coexistía con las divisiones internas entre la línea oficial y los denominados “trotskistas”.

La política del PCCh implicaba la imposibilidad de cooperar con la izquierda de la burguesía, y tampoco con los llamados social fascistas. Era una época en que los comunistas en Europa tenían una sostenida lucha con los socialdemócratas, lo que tendría consecuencias dramáticas en Alemania. En Chile los enemigos serían los socialistas, y considerarían a Marmaduque Grove el “enemigo más peligroso”. Era una práctica de absoluta independencia, que no se mostraría positiva para los comunistas, que tenían pocos militantes, no lograron movilizar a las masas y mantuvieron al partido con exiguos resultados. Esta situación y evolución se encuentra bien narrada en Andrew Barnard, “El Partido Comunista y las políticas del tercer período, 1931-1934”, en Olga Ulianova, Manuel Loyola y Rolando Álvarez, 1912-2012. El siglo de los comunistas chilenos (Santiago, IDEA Universidad de Santiago de Chile, 2012).

En 1933 se desarrolló una importante Conferencia Nacional del PCCh. Una de sus consecuencias más importantes es que se estableció el “clásico etapismo”, que se vinculaba a “alcanzar la revolución democrático-burguesa, agraria y antiimperialista, antes que la revolución socialista”, en un proceso que debían llevar adelante los obreros y los campesinos (Jorge Rojas Flores, “Historia, historiadores y comunistas chilenos”, en M. Loyola y Jorge Rojas, compiladores, Por un rojo amanecer, Santiago, 2000).

Hay otros dos aspectos interesantes en estos años. Lo primero, es la vinculación y admiración hacia la Unión Soviética, que se expresa muy claramente en la revista Principios. Como destaca Santiago Aránguiz, hay diferentes aspectos que caracterizan un proceso de apropiación de la cultura soviética dentro del PCCh. Entre ellas se puede destacar: la misión histórica universal del Ejército Rojo; la admiración por la labor realizada por Lenin y Stalin, los dos grandes líderes en la construcción de la Unión Soviética; la relevancia del PC de la URSS como actor decisivo de la historia y como primera experiencia revolucionaria exitosa según las doctrinas de Marx y Engels; los avances económicos alcanzados por la industria soviética; finalmente las relaciones entre Chile y la Unión Soviética. Todos factores que se proyectarían en el tiempo, más allá de la década de 1930 (en “El Partido Comunista chileno y la Revolución de Octubre: “herencia viva” de la cultura política soviética (1935-1970)”, en 1912-2012. El siglo de los comunistas chilenos).

El otro tema se refiere a los frentes populares, política asumida por los partidos comunistas a partir de 1935. Giorgi Dimitrov dijo en el VII realizado ese año: “Si se nos pregunta, si nosotros, los comunistas, luchamos sobre el terreno del frente único solamente por reivindicaciones parciales o estamos dispuestos a compartir la responsabilidad, si se llegase a la formación de un gobierno sobre la base del frente único, diremos con plena conciencia de nuestra responsabilidad: ¡sí!, tenemos en cuenta que puede producirse una situación en que la creación de un gobierno de frente único proletario, o de frente popular antifascista sea no solamente posible, sino indispensable en interés del proletariado (aplausos); aceptamos, en efecto esta eventualidad. Y en este caso, sin ninguna vacilación, nos declararemos a favor de la creación de este gobierno”. La lógica detrás de eso era explicar que ya no valía luchar solos, por el establecimiento de la dictadura del proletariado, sino que por la democracia frente al fascismo, lógica que se aplicó tanto en España y Francia como en Chile. Una delegación de la Komintern se desplazó a Chile, produciendo una nueva situación política en el país, como muestra Olga Ulianova en su estudio sobre los emisarios de la Internacional Comunista en el país.

Finalmente, es necesario explicar otro aspecto, que es la contracara del desarrollo de estos procesos de la izquierda. Así como existió comunismo, hubo también anticomunismo, en una polaridad que tuvo vigencia durante todo el siglo XX, convirtiéndose en una de las claves para entender la política chilena. Así lo ilustra el reciente y documentado estudio de Marcelo Casals, La creación de la amenaza roja. Del surgimiento del anticomunismo en Chile a la “campaña del terror” de 1964 (Santiago, Lom, 2016). Al respecto distingue la existencia de diversos anticomunismos, uno conservador, otro nacionalista y un tercero socialcristiano. A ellos se puede añadir la postura del Partido Socialista de Chile: como expresó Marmaduque Grove, ellos no eran comunistas y tampoco anticomunistas, así como expresaba la necesidad de hacer cambios “para evitar la dictadura comunista”. Tiempo después ambos grupos se reunirían en el Frente Popular.

Con estas variables avanzaría la vida política de Chile en la década de 1930. Con un comunismo ya no solitario, sino que formando alianzas con otras agrupaciones. Y también con un anticomunismo plural, que se mantendría en el tiempo.

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