ÉpocaRadical: El Partido Radical en la década de 1930 (I)

Columna
El Demócrata, 19.07.2016
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

El Partido Radical era una fuerza política decimonónica, que se había convertido en una de las corrientes principales de la actividad pública en Chile. Después de la “cuestión del sacristán” y la formación de los partidos Liberal, Conservador y Nacional (o Montt-Varista), emergió el radicalismo como un ala izquierda de los liberales. Además de ser una organización política era una forma de sociabilidad, como ha ilustrado Cristián Gazmuri en su interesante estudio El “48” Chileno, igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos (Santiago, Ed. Universitaria, 1992).

Ellos representaban el surgimiento de una nueva generación en política, que en palabras de Simon Collier “había recibido una educación de mejor calidad, había viajado más y era por tanto mucho más receptiva de las influencias europeas” (Chile, la construcción de una república 1830-1965. Política e ideas, Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005). En el camino el llamado partido de los Matta (Manuel Antonio) y los Gallo (Ángel Custodio, Pedro León y Miguel) debió pasar la mayor parte del tiempo en la oposición, enfrentar las guerras civiles en las que fueron derrotados y experimentar un aprendizaje político largo y difícil hasta llegar al gobierno.

Sus ideas se desarrollaron especialmente en lo que se refiere a las relaciones de la Iglesia con el Estado, en lo cual el Partido Radical era partidario de una decidida secularización. En el ámbito político, se oponía al excesivo poder presidencial y luchó por disminuir las facultades del Poder Ejecutivo y avanzar hacia el parlamentarismo.  Lamentablemente, esto tuvo una expresión dramática con la guerra civil de 1891, en que el Partido Radical, junto a los nacionales, los conservadores e incluso una gran parte de los liberales, se opusieron al presidente José Manuel Balmaceda, quien sólo contaría con el respaldo de los que posteriormente se llamarían liberales democráticos. El resultado fue la conformación de un gobierno en que tendrían participación -algo impensable solo tiempo atrás- tanto los conservadores como los radicales, que fueron representados por el patriarca Manuel Antonio Matta.

Un momento decisivo en la vida del Partido Radical —y que tendría importantes consecuencias para Chile en el siglo XX— se produjo en 1906, con ocasión de la Convención. En esa ocasión se enfrentaron dos grandes posturas en el ámbito doctrinario, defendidas por figuras emblemáticas del radicalismo. Por una parte, Enrique Mac Iver —ex gran maestro de la masonería—, gran adversario de Balmaceda en 1891, inspirado en ideas británicas- defendió el liberalismo doctrinario, mientras por otra parte emergió Valentín Letelier —formado en Alemania, educador, promotor del Estado Docente— quien promovió el socialismo de Estado. Esto tenía implicancias relevantes en cuanto a la intervención del Estado en la sociedad, en aspectos que excedieran los asignados tradicionalmente en el siglo XIX. Finalmente, triunfó la postura de Letelier, marcando el giro radical para las décadas siguientes. Si bien tiene razón Mario Góngora cuando señala que el voto aprobado en la Convención “es ecléctico y carece de interés teórico” (Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Santiago, Editorial Universitaria, 2006, Octava Edición), lo relevante es la consecuencia política del mismo: hacia adelante, los radicales apoyarán un Estado más interventor, en la economía por ejemplo, aunque también se opondrían a un eventual socialismo revolucionario.

En materia de política práctica los radicales participaron en diferentes gabinetes durante el parlamentarismo, en fórmulas de Alianza Liberal. Esto significaba estar asociados con otros liberales, con la expresa exclusión del Partido Conservador, en una dicotomía que expresaba las tensiones doctrinarias del siglo XIX más que los desafíos socioeconómicos del siglo XX. Entre las figuras que ejercieron carteras ministeriales estuvo Pedro Aguirre Cerda, miembro de uno de los últimos gabinetes antes del “ruido de sables” y de la caída del régimen parlamentario en 1924.

Como casi todos los partidos, los radicales también experimentaron divisiones y confusiones en los años de la crisis institucional, particularmente desde la promulgación de la Constitución de 1925 hasta la restauración democrática de 1932. Esto se reflejó especialmente en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), en que los radicales no sólo se dividieron, sino que contaron en su seno con destacados ibañistas. De esta manera, en la organización del llamado Congreso Termal de Ibáñez, participaron algunas de las figuras más importantes del Partido Radical: por ejemplo, Juan Antonio Ríos ejerció como senador y Gabriel González Videla como diputado. Los dos serían presidentes de la República en la década de 1940.

En materia de votos, el Partido Radical obtuvo un respaldo importante en la elección parlamentaria de 1932. En esa ocasión obtuvo 13 senadores y 34 diputados, con el 17,2% de los votos. Si bien logró la misma cantidad de representantes en la Cámara Baja en relación al Partido Conservador, los radicales superaban levemente a sus tradicionales rivales, con 59.413 votos contra 55.259 (datos en Jaime Etchepare, Surgimiento y evolución de los partidos políticos en Chile, 1857-2003, Concepción, Universidad Católica de la Santísima Concepción, 2006). Esta sería una tendencia que se proyectaría con el paso de los años.

Es que Chile comenzaba a cambiar. Con la llegada de Arturo Alessandri (1932-1938) a su segunda administración la política también experimentó algunos cambios. Entre ellos, que el antiguo partido de la “izquierda” chilena, como era el radical, se fue ubicando progresivamente en el centro político, a medida que se desarrollaban proyectos que de carácter revolucionario -al menos desde el punto de vista doctrinario- como eran el Partido Socialista y el Partido Comunista. En este nuevo mapa político los radicales pasaban a ser, y lo continuarían siendo en las décadas siguientes, una especie de partido bisagra, con capacidad de ir hacia la derecha —en algún minuto participarían dentro del gobierno del propio Alessandri—, o bien hacia la izquierda —como ocurriría con su acercamiento a socialistas y comunistas— mientras se proyectaba la formación del Frente Popular, coalición que llevaría al Partido Radical a La Moneda.

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