ÉpocaRadical: El Partido Socialista de Chile en la década de 1930

Columna
El Demócrata, 05.06.2016
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

Entre las novedades de la década de 1930, además de la restauración democrática con Arturo Alessandri Palma en 1932, estuvo la formación de nuevas corrientes políticas. Algunas tuvieron una corta vida, como el Movimiento Nacional Socialista, mientras otras estuvieron destinadas a tener una larga e influyente vida en la política nacional: entre ellas destacan la Democracia Cristiana y el Partido Socialista de Chile.

El Partido Socialista se formó en abril de 1933, sobre la base de diversas fuerzas de la izquierda chilena, que asistieron a una reunión en la que se procuraba alcanzar la unidad. Como señala Julio César Jobet en su clásico Historia del Partido Socialista de Chile (Santiago, Documentas, 1987), en la ocasión asistieron representantes de la Orden Socialista, el Partido Socialista Marxista, Acción Revolucionaria Socialista y la Nueva Acción Pública, todos los cuales confluyeron en la nueva agrupación.

Los socialistas nacieron sobre la base de algunas figuras fundamentales y ciertas ideas que constituyeron su fundamento ideológico. Marmaduke Grove, Eugenio Matte y Óscar Schnake  fueron tres líderes decisivos en la primera etapa. El primero era la personalidad más fascinante del partido, mientras el segundo fue un senador influyente y el tercero dirigía cursos de estudio, donde se leía y comentaba El Capital, de Marx, entre otras obras relevantes del pensamiento socialista.

La Declaración de Principios del Partido apareció en Consigna el 19 de marzo de 1934. En ella se explicitaban algunos conceptos fundamentales de la nueva organización, de clara raigambre marxista.

“1° Método de interpretación. El Partido acepta como método de interpretación de la realidad el Marxismo enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos y revolucionarios del constante devenir social

2°.- Lucha de clases. La actual organización económica capitalista divide a la sociedad humana en dos clases cada día más definidas. Una clase que se ha apropiado de los medios de producción y que los explota en su beneficio; y otra clase que trabaja, que produce y que no tiene otro medio de vida que su salario. La necesidad de la clase trabajadora de conquistar su bienestar económico y el afán de la clase poseedora de conservar sus privilegios, determinan la lucha entre estas dos clases. La clase capitalista está representada por el Estado actual, que es un organismo de opresión de una clase sobre otra. Eliminadas las clases debe desaparecer el carácter opresor del Estado, limitándose a guiar, armonizar y proteger las actividades de la sociedad”.

En otro plano, sobre la futura sociedad, la declaración explicitaba:

“4°.- Dictadura de trabajadores. Durante el proceso de transformación total del sistema, es necesaria una dictadura de trabajadores organizados. La transformación evolutiva por medio del sistema democrático no es posible, porque la clase dominante se ha organizado en cuerpos civiles armados y ha erigido su propia dictadura para mantener a los trabajadores en la miseria y en la ignorancia e impedir su emancipación”.

Los socialistas, como recuerda Jobet, se definían por una serie de declaración “anti” y por otras afirmaciones. En sus oposiciones se pueden mencionar que era antioligárquico y antiaristocrático, antiimperialista, anticlerical, anticapitalista, antifascista, antimilitarista, antiindividualista y antiestatista. En cuanto a las afirmaciones se menciona que es democrático, es laico, propugna el reemplazo del sistema capitalista por el régimen socialista, es nacionalista y “celoso defensor de la independencia económica y política de su país”, es defensor de las libertades públicas, lucha por la paz y la fraternidad entre los pueblos, es colectivista en lo económico y cree en un Estado de servicio social y planificador, es revolucionario y americanista.

Estos dos últimos aspectos son fundamentales. El socialismo aspiraba a una transformación radical del orden existente, se proponía “cambiar las relaciones de propiedad y de trabajo”, y sostenía que “la sociedad socialista se basará en la propiedad pública de los instrumentos de producción”. En cuanto al americanismo, precisaba que el socialismo estaba enraizado en el continente, “en fraternal unidad con los movimientos revolucionarios de los pueblos hermanos por raza, idioma, costumbres e idiosincrasia, por su historia y similares problemas, por sus anhelos comunes y por enfrentar a idénticos enemigos”.

La formación doctrinal resultaba decisiva para un buen socialista, y la gama de lecturas era amplia: obras de Marx y Engels, como el Manifiesto Comunista de 1848; de Lenin destacaban dos obras fundamentales: El Estado y la Revolución y El Imperialismo, fase superior del capitalismo. A ellos se añadían Reforma y Revolución, de Rosa Luxemburgo. Resulta interesante mencionar que también se leía La Revolución Permanente, de Trotski, figura proscrita por la Revolución Bolchevique, enemigo número uno de Stalin y por ende de los partidos que adherían a la Tercera Internacional, como era el caso del Partido Comunista de Chile.

Esto muestra que por su doctrina y la representación que deseaban, los socialistas tuvieron una disputa inicial con el Partido Comunista, que estaba en una fase de reorganización. Como sostiene Julio Fáundez, “durante los dos primeros años del gobierno de Alessandri [1932-1934], las relaciones entre los dos partidos fueron malas. El PC, siguiendo la línea del 'Tercer Período' del Comintern, que rechazaba los contactos con los partidos burgueses, objetaba las tendencias parlamentaristas del PS” (en Izquierdas y democracia en Chile, 1932-1973, Santiago, Ediciones BAT, 1992).

La división se reflejaba en la participación social, por ejemplo en las organizaciones de trabajadores, en la disputa por transformarse en vanguardia de la clase obrera y también en las eventuales posiciones sobre temas contingentes, incluso en las disputas de liderazgos. Todo ello tendría vaivenes, algunos acercamientos, disputas renovadas, que se mantendrían por décadas, y que comenzaría a superarse recién en la década de 1950, cuando se formó el Frente de Acción Popular (FRAP).

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