ÉpocaRadical: Eudocio Ravines en Chile 1935-1938. El emisario de la Internacional Comunista

Opinión
El Demócrata, 15.11.2015
Alejandro San Francisco, Ph.D en Historia (Oxford) y profesor del Instituto de Historia (PUC)

Chile estaba inserto en la política internacional en la década de 1930, sea por los efectos de la crisis económica de 1929 o por el impacto del nuevo cuadro de irrupción e influencia del comunismo y el nacionalsocialismo, por ejemplo. El caso del Partido Comunista de Chile adquiere importancia especial, desde 1922, cuando pasa a tener esa denominación el Partido Obrero Socialista fundado en 1912. No era sólo un cambio de nombre, sino que también se insertaba en la órbita soviética y pasaba a depender de la Internacional Comunista, aunque con dificultades y un aprendizaje que no siempre fue lineal. Esta etapa está narrada en una especie de versión oficial de la historia partidaria, de Hernán Ramírez Necochea, Origen y formación del Partido Comunista de Chile (Moscú, Editorial Progreso, 1984).

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El discurso clasista y sectario que los comunistas tenían hasta entonces comenzó a variar en 1935, cuando se adoptó la política del Frente Popular, promovida desde la Unión Soviética y destinada a propiciar una unión más amplia, que incluyera a distintos partidos para luchar contra el fascismo. Para el caso chileno, el enviado especial fue el peruano Eudocio Ravines (1897-1979), figura que resultaría importante y polémica, y sobre quien existen versiones contradictorias, incluso omisiones deliberadas, pero que felizmente hoy cuenta con un valioso trabajo de Olga Ulianova, “Develando un mito: emisarios de la Internacional Comunista en Chile” (publicado en revista Historia, Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 2008). Ahí, en base a documentos chilenos y soviéticos, se ilustra la presencia de distintos delegados en Sudamérica en las décadas de 1920 y 1930, figuras que resultan controvertidas y enigmáticas, que forman parte de la historia mundial y regional. Entre ellos se encontraba precisamente Ravines.

Se trataba de un peruano, formador del Partido Comunista en su país, pero que debió partir al exilio. Estuvo un par de ocasiones en Moscú en los años 30, donde se le dispensó primero una gran acogida e incluso alcanzó a conocer al mismísimo Stalin, el dictador soviético que gobernó con mano de hierro desde 1924 hasta su muerte en 1953. Eudocio Ravines comenzó a trabajar en el Komintern, la Internacional Comunista, en una historia que dejaría narrada, desde esa época en adelante, en su libro La gran estafa (Santiago, Editorial del Pacífico, 1957), escrito como uno de aquellos “manifiestos anticomunistas” que surgieron durante la Guerra Fría, como lo fueron -guardando las proporciones- las obras de Ian Valtin, La noche quedó atrás, o de Arthur Koestler, El cero y el infinito.

“El discurso clasista y sectario que los comunistas tenían hasta entonces comenzó a variar en 1935, cuando se adoptó la política del Frente Popular, promovida desde la Unión Soviética”

La llegada de Ravines a Chile en 1935 tenía el objetivo específico de contribuir a la formación del Frente Popular. A su juicio el partido se encontraba totalmente “deshecho” a su llegada, como fruto de las persecuciones. Los distintos informes y comentarios lo mostraban como un hombre duro, excesivamente represivo. “Hubo que asumir actitud de combate”, reconocía el peruano. Era “azotador de comunistas” en palabras de Marta Vergara, Memorias de una mujer irreverente (Santiago, Catalonia, 2013), a quien “se le iba la mano más de la cuenta y a veces daba el latigazo sobre un cuerpo equivocado”, que “redujo a escombros la obra de los comunistas chilenos”. Por otro lado, resultaba ser un buen conocedor del marxismo y gran expositor en diversas clases que dio en la capital chilena, donde “los círculos se multiplicaron”: había personas “que querían conocer las esencias del marxismo”; otros estaban interesados en “saber lo que pasaba en Rusia”; veía que todos estaban “deslumbrados por el fulgor de la revolución”.

Por otro lado, entre los que criticaban a Ravines, separaban lo que eran sus méritos en el progreso del Partido Comunista de sus métodos de trabajo, que causaban rechazo. El italiano Marcucci, en un informe conservado en el Archivo Dimitrov, que cita Olga Ulianova, señala lo siguiente: “Aunque se trata de un compañero inteligente y capaz, sus métodos de trabajo y su carácter son muy malos y merecen reproche”. Agregaba que en la práctica sustituía a la dirección del Partido y en reuniones trataba a los obreros de “tontos”, “mentirosos” o “flojos”. El documento precisaba que Ravines era instructor del Buró Sudamericano.

En Chile se hacía llamar camarada Jorge Montero, en una fórmula habitual entre los emisarios, que utilizaban chapas en vez de sus nombres de origen. La llegada no fue fácil, implicaba cambiar la línea del partido, desde las posturas de clase contra clase hacia los frentes populares. Así tuvo acceso a algunos radicales, entre ellos Gabriel González Videla, que sería más tarde Presidente de la República (1946-1952), también aliado de los comunistas y más tarde decidido contrario al PC.

Entremedio, Ravines fue enviado al gran foco de conflicto internacional del momento, la Guerra Civil Española. Después incluso estuvo en Moscú, en los duros años de las purgas estalinistas. Otro tema muy interesante es que participó en enero y febrero de 1938 en las sesiones del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, donde se trataba el tema del programa del Frente Popular que sería presentado por el PC chileno. Luego volvió al país, y fue director de Frente Popular, periódico que alentaba precisamente esas ideas que tendrían final feliz, con la llegada de Pedro Aguirre Cerda a La Moneda, que daría inicio a la era radical. Para entonces ya se había quebrado la fidelidad total de Ravines al comunismo, que había asumido desde joven con emoción y decisión, en gran medida desilusionado por los sucesos de España y lo vivido en Moscú.

La historiografía oficial y los memoristas del comunismo chileno restan importancia al peruano, y sostiene que habrían recibido al emisario por razones humanitarias. Así lo señala, por ejemplo, Luis Corvalán en De lo vivido y lo peleado. Memorias (Santiago, LOM, 1997), al decir que había llegado a Chile “para estar más cerca de su país”, que no contribuyó decisivamente al Frente Popular y que además desvió la línea del Partido, recibiendo el correspondiente castigo.

Como resume Olga Ulianova, esta postura “desconoce por completo la muy documentada participación de este emisario de la Internacional en la génesis del Frente Popular chileno”, que fue la función asignada en la década de 1930 y por la cual sería una figura relevante de la política chilena de entonces. Los problemas posteriores del Frente, como la desafección comunista, o del propio Ravines, como su expulsión del Partido en 1940 -promovida por otro emisario, Victorio Codovilla-, y el anticomunismo militante que llevaría adelante y mostraría públicamente el peruano, son otra historia. Ciertamente interesante, pero distinta al proyecto llevado a cabo en la década de 1930.

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