¿Es Trump un verdadero populista?

Columna
Clarín, 25.10.2016
Justin Beck, historiador y profesor del The New School (Nueva York)

Se ha convertido en un lugar común calificar a Donald Trump como un típico populista. ¿Lo es verdaderamente?

El historiador argentino Federico Finchelstein interpreta al populismo como una reformulación del fascismo y así, naturalmente, engrendra similitudes intensas con su progenitor. Siguiendo esta perspectiva, los rasgos populistas que se manifiestan más consistentemente en la campaña de Trump son su retrato de sí mismo como “la voz del pueblo”, su nacionalismo radical y el señalamiento de los medios como enemigos.

En el tercer y ultimo debate, Trump declaró que “los medios son tan deshonestos y corruptos (que) han envenenado las mentes de los votantes”. Esto muy claramente refleja la retórica de los gobiernos populistas de Sudamérica. Esa estigmatización de la prensa libre apuntaló innumerables actos legales y administrativos de acoso, como los ocurridos en la Argentina durante el gobierno de Cristina Kirchner contra el diario Clarín. De manera similar, Trump específicamente individualiza al New York Times con diatribas de este tipo.

Pero aún con lo sorprendente que puede parecer su retórica, puede discutirse que Trump sea, en verdad, un populista. Incluso desde una perspectiva histórica levemente informada, sería irresponsable ignorar las similitudes evidentes que comparte con las ideas populistas; aunque al final, la falta absoluta de consistencia en su retórica y política (aun con lo difusa que puede resultar) debilita un tanto la validez de cualquier definición de su política como tal. No porque haya retrocedido en sus apelaciones a impedir el ingreso de musulmanes al país, proponiendo a cambio “un proceso de selección riguroso” y altamente impráctico. O por su intento de moderar sus alusiones a los latinos, después de llamarlos “violadores y asesinos”. Más aún, mientras su amenaza de designar un investigador especial para “atrapar” a Clinton es perturbadora debido a su índole inconstitucional y antidemocrática, la lista de afirmaciones llamativas y definiciones extemporáneas es larga: también declaró que derribar el Obamacare, destruir el acuerdo climático de Paris y deshacer el acuerdo con Irán sería “lo primero que haga” al asumir como presidente, entre otras. El hombre habla por hablar.

Es un experto en marcas, y su marca es el espectáculo, no la sustancia. Tampoco es una marca de “populismo”. Su marca es un revoltijo caótico de ideales conservadores anticuados que entran en pánico en su agónico final electoral, y un etnocentrismo evidente apuntalado por la desconfianza fundamental hacia el orden político actual. Se alimentó del fenómeno global de la crisis de autoridad que aqueja a las democracias liberales , utilizando una “retórica del miedo” ambigua y acusatoria que galvaniza la maduración del enojo, buscando canalizarla en su favor.

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