Dilma Vana da Silva Rousseff

Hija de inmigrante búlgaro (abogado y ex militante comunista reconvertido en Brasil en empresario inmobiliario) y de maestra brasileña, nacida en 1947 en Belo Horizonte (Minas Gerais). Aprendió música y francés. Militó en el movimiento de la resistencia contra la dictadura militar, perteneciendo a la Organización Revolucionaria Marxista Política Obrera y al grupo guerrillero COLINA. Fue detenida y torturada en 1970, permaneciendo tres años en la cárcel. Estuvo casada en dos oportunidades, primero con el periodista Claudio Galeno Linhares (1967-69) y después con el guerrillero Carlos F. Paixao de Araújo (1969-2000), pero tiene una sola hija (Paula) del segundo matrimonio y un nieto (Gabriel). Siguió estudios en la Universidad Federal de Minas Gerais, pero fue expulsada por el gobierno militar, y se licenció de economista de la Universidad Federal de Río Grande del Sur (1977). Militante del partido democrático laborista (PDT), dirigente del partido de los trabajadores (PT), ministra de minas y energía en el gobierno de Lula da Silva (2003-05), jefa del gabinete civil de la presidencia (2005-10), y Presidenta del Brasil desde el 1 de enero del 2011. No se ha vuelto a casar y vive en la residencia oficial de Planalto con su madre y una hermana de ésta.

Seria, tenaz, memoriosa y amante de los libros, muy joven se involucró en política, primero formando parte de la resistencia contra los militares y, luego, en dos grandes partidos políticos (PDT y PT). Con una imagen poco sentimental y nada sonriente, ocultando aparentemente el perfil técnico de una "gerentona irreductible", Dilma Rousseff era un misterio para los brasileños a su llegada al poder. Siendo la jefa de gabinete del presidente, para la mayoría de la gente se trataba de una creación de su mentor y predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, el que también fue su principal apoyo para conseguir la reelección presidencial.

Con el tiempo no ha cambiado su estilo, tan serio y nada complaciente, con voz ronca y sin regalar sonrisas, que la caracterizan como la "dama de hierro de la izquierda brasileña". Sin embargo, igual disfruta de un buen nivel de popularidad y nadie tiene la menor duda sobre quién manda en Brasil. La presidenta no ha dulcificado su imagen ni su manera de trabajar, frente a quienes le advertían de que la sociedad brasileña valoraba sobre todo el carisma y la proximidad de sus líderes. Tiene fama por su genio fuerte, de exigir un trabajo extenuante a sus colaboradores y de callarles con una simple mirada. Lo que sí ha cambiado es su aspecto físico, a raíz de haber padecido un cáncer linfático, que felizmente ha logrado superar. Las fotos demuestran que la presidenta brasileña lleva un corte de pelo mucho más moderno del que lucía hace años atrás, de un color algo más claro; que ha corregido su fuerte miopía para suprimir las grandes gafas de su juventud, y que ha recurrido a la cirugía estética para eliminar arrugas y ojeras.

Uno de sus mayores desafíos ha sido enfrentar la rampante corrupción del país. Dejar caer al ministro Palocci, un gran amigo de Lula, que la había acompañado durante toda su primera campaña, fue complicado. Todavía más, el sustituirlo por alguien poco conocido, una mujer como la senadora Gleisi Hoffmann, de 48 años y con fama de ser tan dura y seria como ella misma. Tampoco fue fácil enseñarle la puerta de salida a ministros que pertenecían a otros partidos, que formaban parte de la coalición de gobierno y que eran imprescindibles para la buena marcha de la legislatura. En esos otros casos, Dilma no tuvo más remedio que dejar en manos de los propios partidos los nombres de los sucesores, porque necesita el apoyo no sólo de su partido (el Partido de los Trabajadores, PT) sino también del famoso Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), donde muchos sitúan un importante foco de corrupción.

La gran pregunta que se formulan hoy los brasileños es si la presidenta seguirá adelante con esa limpieza. Ella explicó en una ocasión el sentido de esa lucha, que no es solo ético, sino también pragmático: "Tenemos que responder a las demandas de un país emergente, profesionalizando el servicio público, promoviendo a las personas de acuerdo con su mérito". "Ningún país ha alcanzado un elevado nivel de desarrollo sin reformar el servicio público", insistió recientemente. En Brasil, todo el mundo sabe que esa reforma pasa necesariamente por bajar los niveles de corrupción y la gran mayoría apoya los pasos que va dando en ese camino, entre ellos, la batalla que contra los super salarios de políticos y altos funcionarios, que pueden superar los 25.000 euros mensuales en un país donde un salario normal ronda los 300 euros.

Dentro de esta línea, se inscriben también su manejo del escándalo de la Petrobras y su resistencia total a cualquier proyecto que pretenda reglamentar -desde el poder- el control de los medios de comunicación. Incluso, desde el PT, han habido serios intentos por promover una ley para la reglamentación social de los medios, inspirada en otras legislaciones que han ido surgiendo en los últimos tiempos en la vecina Argentina y en otros países latinoamericanos.

La presidenta ha introducido bastantes cambios, muchos de ellos discretos, con su habitual estilo serio y, a veces, incluso hosco. Pero Brasil está viviendo un momento único, con grandes desafíos respecto de su estancada economía. Se requiere de un líder con experiencia sólida y firmes ideas. Si bien Dilma podría ofrecer esa virtuosa combinación, la experiencia durante su primer mandato es que le faltó liderazgo para emprender las reformas necesarias. Su alma izquierdista la ha frenado.

La independencia de Dilma Rousseff era uno de los rasgos que más apoyo había logrado. Primero, algunos gestos de reconocimiento al ex presidente Fernando Henrique Cardoso, un mayor acercamiento en las siempre problemáticas relaciones con Estados Unidos, cambiando la política respecto a Irán, el recorte presupuestario de 50.000 millones de dólares nada más tomar posesión y haber parado el "contrato del siglo" para la renovación de la fuerza aérea, un proyecto muy cercano a Lula. Todo ello, sin que se resquebraje su extraordinaria relación personal con su mentor, que está cumpliendo lo que prometió y desarrolla una intensa actividad internacional, lejos de los asuntos internos. Sin perjuicio de ello, los acercamientos de la presidenta a Cuba y Venezuela, así como su apoyo permanente a la gestión de Cristina Fernández, si bien pueden interpretarse como muestras de autonomía y pragmatismo de la política exterior brasileña, también son vistas en varios países de la región como signos de populismo.

Quienes rodean a Dilma afirman que es consciente del enorme poder que tiene como presidenta y que no tiene grandes problemas para ejercerlo. Está claro, además, que defiende la intervención del Estado en la economía y la continuidad de los planes sociales para lograr arrancar de la miseria a los millones de brasileños, que todavía no han conseguido saltar a la pequeña clase media. Sin embargo, su gran reto es poder relanzar la economía brasileña, aminorar la corrupción e impulsar una política exterior menos "globalista" y más integracionista en la región.-


Bibliografía
  • BATISTA AMARAL, Ricardo: A vida quer è coragem. A Trajetória de Dima Rousseff, a primeira Presidenta do Brasil. Primeira Pessoa, Río de Janeiro 2011 (en portugés).
  • SALAZAR SPARKS, Juan: Quo vadis Brasil? Es hora de un cambio de fondo. 'OG-Review', N*4 (septiembre/octubre 2014).