Fábula de la niña sin mar y quizá sin Silala

Columna
El Día, 26.10.2018
Winston Estremadoiro, antropólogo y columnista boliviano

Había una vez una niña que la Madre Tierra bendijo con muchas bondades. Dispendió un cerro argentífero que transformó un continente al otro lado del mundo. De sus entrañas brotaron raíces que alimentaron hambrientos en el planeta. Robaron sus plantas que paliaban males tropicales; un valioso mineral plateado; la caca que rejuvenecía la tierra cansada de miles de aves digiriendo peces de un río marino; de la sal convertida en salitre para explosivos; la leche arbórea que llamaron caucho; un metal que se volvió diabólico al aliarlo con otros. Muchos también apetecían sus lagos multicolores, su agua abundante, sus animales silvestres, su cerro de hierro y su mar de sal con minerales antes desdeñados.

En la repartija de bienes, algunos se quejaron por la cornucopia de riquezas dadas a la niña. La diosa Naturaleza prometió compensar con su gente, y vaya que lo hizo. En ese reino del revés reinaba la impostura y en su corte de figurones eran nobles la duquesa mentira, el marqués adulón y el conde chanchullo, protegidos por cobardes o barrigudos uniformados y alfiles judiciales obsecuentes al poder. Los cambios venían de afuera, todo estaba en venta, y hasta se deificaba el mal gusto.

Cuando la púber ni siquiera balbuceaba, los que mandaban estaban divididos en doctores que no lo eran y militares que mucho sabían de asonadas. Luego la codicia se hizo corrupción. Generó primero barones que moraban en ciudades lejanas, después prendió en la tierra vegetal de su gente ignorante. Sus originarios, antes esclavos de socavones, se graduaron a gorrones campesinos. A sus sectores medios se anestesiaba con fardos de ropa usada, vehículos a medio uso, liberaciones impositivas, dobles aguinaldos y pegas supernumerarias. Sus poderosos soñaban con vivir en patrias donde ya estuvieran tendidas cama y mesa.

Sedados con dieta de “entradas” dizque religiosas y festividades de valientes que no lo eran, la niña sufrió cuando la gente ni se dio cuenta de la noticia de un 20 de Octubre. Era el aniversario de fundación de una sede de Gobierno impostora. Celebraban con camaretas importadas, que ni balas ni fuegos de artificio producían, el aniversario de fundación de una que había arrebatado la capitalina distinción so pretexto de ser el centro de gravedad del país. En supuesta guerra civil que nada tuvo de federal, quizá a costa de bolsadas lograron la adhesión de amargados originarios que masacraron, y dicen que se morfaron, a jóvenes adversarios en una iglesita; poco después harían lo mismo con sus aliados en otro recinto sagrado.

Quizá tal fue un origen de “republiquetas” étnicas, pero transcurrido el tiempo el reino del revés las tenía también de contrabandistas y coca-cocaineros.

Alejándonos de la fábula, consignemos que el 20 de octubre de 1904 Bolivia firmó el Tratado de Paz y Amistad con Chile. Era la segunda impostura; la inicial fue que sus dos enviados votaron por ser peruanos en la Asamblea que fundó el país. Entonces se ratificó la rendición con armas y bagajes después de una guerra imprevista de héroes civiles, retiradas cobardes y abandono de su aliado, con el botín para el vencedor del mar, puertos, peces, azogue, salitre, guano, cobre y litio de la vencida.

Lo peor es que la rendición no fue por la engreída premisa de que la victoria daba derechos. Tampoco fue por la asfixia financiera y amenaza bélica con que el agresor extorsionaba a Bolivia desde 1884. Ignorando que manda la billetera de Don Dinero en país ignaro, un autor chileno alegaba que los firmantes de 1904 fueron premiados por el pueblo al ser electos presidentes.

Evidencias recién hurgadas dan cuenta de que varios de los tales “héroes” tenían pies de barro y poca conciencia al haberse vendido al agresor: 170.000 libras esterlinas fue el precio de la infame coima que Chile pagó en 1904 por la compra del Litoral. Se la repartieron ídolos en cuya memoria se nombraron calles y construyeron estatuas en nuestro país.

Ser o tener vínculos con la minería era rasgo común de falsos federales y torvos unionistas peleando por ser capital de Bolivia: Montes, Pacheco, Arce, Aramayo, Carrasco, Gutiérrez. Se plegaron Campero, Camacho, Cabrera, los hermanos Pinilla, Diez de Medina y Araníbar. Minoría de patriotas opositores fueron Natalio Araujo y Daniel Salamanca, cochabambinos; el beniano Pablo E. Roca, el cruceño Pedro Ignacio Cortez, el tarijeño Tomás O’Connor D’Arlach.

La beneficiaria del Tratado fue La Paz. El tren al puerto de Arica, tal como el de Antofagasta, favoreció a los mineros. ¿Acaso los FF.CC se vincularon con el resto del país? El sitio aimara de 1781 revive con el recurrente bloqueo a la ciudad, hoy casi recluida en el sur.

Falta nomás que sea negativo el nuevo dictamen de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Ojala que no sea porque a espaldas potosinas los manantiales de Silala ya fueron vendidos.

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