Fachoda, 1898: Francia e Inglaterra una vez más frente a frente

Columna
OpinionGlobal, 01.10.2016
Isabel Undurraga Matta, historiadora (PUC)

Esta vez no será en imponentes campos de batalla ni enfrentando a millonesde hombres: la escenografía será una sorpresa absoluta. El encuentro se producirá en un lugar del mundo que ninguna de las dos potencias habrían imaginado jamás: un villorrio llamado Fachoda, perdido en la inmensidad del Sudán (África Oriental) en las márgenes del río Nilo y habitado por un puñado de esforzados fellahas (nombre con que se conoce a los campesinos egipcios desde tiempos inmemoriales), que cultivaban con esfuerzo lo que les permite la retirada de las aguas del gran río después de sus crecidas, las que también vienen sucediéndose regularmente desde hace milenios. Fachoda: unas pocas y humildes construcciones y un fuerte semi derruído como único testigo de que alguna vez hubo algún enfrentamiento entre locales. Eso es todo.

Pero previo al encuentro franco-británico de 1898 que hoy veremos, pareciera oportuno recordar algunas cosas importantes. A la fecha, la ribera norte del continente africano ya era muy conocido para los europeos. Los griegos y particularmente Roma, colonizaron y ocuparon ambas márgenes del Mediterráneo, estableciendo en la ribera sur, colonias que tuvieron una gran relevancia económica y política. Los griegos Heródoto, Estabón y Plutarco recorrieron y describieron con detalles válidos hasta la fecha, parte de la geografía de Egipto y el río Nilo. Alejandro Magno llegó más al este de la desembocadura del Nilo, fundando una colonia que hasta hoy lleva su nombre: el puerto de Alejandría, donde instaló un faro monumental el que durante muchos siglos fue la única luz que guiaba parte de la navegación en el Mediterráneo y la más reputada Biblioteca que existió en el mundo antiguo donde se guardaban incunables, mapas, documentos y manuscritos de un valor imposible de cuantificar. Una vez fallecido Alejandro, muchos de sus generales se establecieron en Egipto llevando consigo la cultura helénica. Sin ir más lejos, Cleopatra era de origen absolutamente griego, detalle importante para entender su profunda relación no solo afectiva, primero con Julio César con quien tuvo un hijo y más tarde con Marco Antonio, relación que terminó en una auténtica tragedia.

Los romanos establecieron en la costa del norte de África posesiones que fueron importantísimas para el Imperio. Todo lo que hoy se conoce como el Medio Oriente fue gobernado y desarrollado por Roma, incluyendo Leptis Magna (actual Libia), Cartago (actual Túnez) y llegando hasta Argelia. Egipto era tan vital para ellos, que se le llamaba  “el granero de Roma”, ya que allí se abastecía de la mayor cantidad del trigo que se consumía en vastas extensiones del Imperio.

Una vez dividido el Imperio a mediados del siglo V, la parte oriental tomó el nombre de Imperio Bizantino y todo el territorio que había sido de Roma pasó a sus manos manteniéndose así la cultura greco-romana.

Pero hasta el siglo XV, de África se conocía solamente los territoriosde la costa mediterránea. Fue en los primeros decenios de ese siglo que Portugal apoyado y alentado por el monarca de la época Enrique el Navegante, dió el pistoletazo de salida para explorar la costa occidental del continente. Muy pronto, le siguió España, aventurándose ambos cada vez más al sur, estableciendo factorías comerciales, y encontrándose con el creciente y lucrativo comercio de esclavos: niños y jóvenes  de ambos sexos, particularmente mujeres en edad de procrear. Cuando llegaron al inmenso golfo de Guinea, creyeron que habían alcanzado el sur del continente. Pero nada: navegarlo les tomó varias semanas para descubrir que estaban en un error.

El momento culminante fue cuando Portugal, ahora sí, llegó al extremo sur doblando el Cabo de las Tormentas  (hoy conocido como de la Buena Esperanza) y se encontró con tierras y mares inmensos y desconocidos. A medida que avanzaba hacia el este siempre  bordeando la costa, siguió instalando puestos comerciales en el Mar Rojo y apropiándose de Madagascar e instalándose en Goa y Diu en el sur de la India. España, a la siga de Portugal, llegó hasta las Filipinas.

Pero no fue hasta el siglo XVII que el resto de los países europeos, sobre todo Holanda e Inglaterra, decidieron seguir los pasos de Portugal y España. Allí, naturalmente, comenzaron los problemas, especialmente en Asia entre Holanda y Portugal. Inglaterra tuvo la fortuna de que nadie le disputase la India a donde llegó bajo el patrocinio de la Compañía de las Indias Orientales.

Ya en el siglo XIX, Europa comenzó a poner su atenta mirada en África, en cuyas costas todos los países europeos pretendían territorios en un continente que intuían fuente de inmensas y ricas materias primas. Hasta ese momento, solo Portugal, España y Francia controlaban territorios en la costa atlántica  de África. Y  en el extremo sur estaban instalados los ingleses después de haber derrotado a los boers de ascendencia holandesa. Cada país europeo que, a la fecha estaba ya armado hasta los dientes (ya sabemos que 1914 no los iba a tomar desprevenidos), estimaba que tenía el legítimo derecho a poseer extensos territorios allí.

Las disputas fueron subiendo peligrosamente de tono. Y, como no se ponían de acuerdo en la “repartija”, el Canciller Bismark (a pedido de Inglaterra y Francia) convocó a una Conferencia en Berlín (IX 1884- II 1885) y los reunió a todos. Una vez más en torno a una larga mesa y con un gran mapa del mundo extendido sobre ella (la primera mesa, en Viena, fue para “redistibuir” lo saldos del Imperio napoleónico; después vendrían otras, la de Versailles sin ir más lejos), Europa iba a adjudicar con soltura, territorios que le eran completamente ajenos a ella y  que ni siquiera conocía de oídas. Después de cuatro intensos meses de negociaciones que en un comienzo no auguraban destino alguno, de dimes y diretes, de desconfianzas indisimuladas, miradas de mediolado, de más de un vozarrón con el “yo quiero ésto” y el de otro que quería lo mismo, se logró el anhelado acuerdo y se dió por finalizada la reunión. Con ello, África ya nunca más volvería a ser lo que fue y obvia decirlo, sus millones de habitantes ni se enteraron de que a partir de ahora su ancestral libertad tenía varios dueños y algo absolutamente desconocido para ellos, contaban de ahora en adelante con fronteras.

En el citado Congreso de Berlín los participantes quedaron satisfechos (unos más que otros) y se apresuraron a ocupar lo asignado, pero los apetitos coloniales descontrolados generaron más de un incidente diplomático, particularmente entre Francia e Inglaterra. Se establecieron algunos puntos esenciales, tales como que la navegación de los ríos Níger y Congo sería internacional; que el Congo sería propiedad privada de Leopoldo II de Bélgica mientras viviera (¡¡bajo  una fachada filantrópica y científica!!); que las antiguas posesiones portuguesas y españolas se mantenían y que la república de Liberia fundada por el Presidente norteamericano Monroe para que se establecieran los esclavos que quisieran regresar a África, se mantenía independiente. Etiopía, que desde tiempos inmemorables era un nación independiente, lo seguiría siendo.

Con todos estos antecedentes en la mano, llegamos a FACHODA.

Francia aspiraba a llegar a las fuentes del Nilo y a establecer un protectorado francés al sur de Egipto. Pero, por sobre todo, unir en línea férrea sus territorios en el África occidental con el puerto de Djibuti en el mar Rojo, que le pertenecía con lo que auguraba un intenso intercambio comercial. El gobierno francés le asignó la  “MISIÓN CONGO-NILO” a Jean-Baptiste Marchand, un distinguido oficial con un gran don de mando, quien preparó minuciosamente la expedición en lo logístico y en lo sanitario, escogiendo a los militares más adecuados que tenía a su cargo, además de 1.700 fusileros africanos. Partieron en línea recta el  22 de junio de 1896 desde el Chad y huelga describir las increíbles dificultades a que se enfrentaron en la travesía por ciénagas, selvas, desiertos, estepas y llanuras. Recién llegaron a la aldea de Fachoda a orillas del Nilo el ¡¡ 10 de julio de 1898 ¡!, con muchos menos hombres que los que partieron y con la desagradable sorpresa que la expedición militar francesa de apoyo que partiría desde Djibuti que se le había asignado en Berlín, no los estaba esperando… y no llegaría nunca. Inmediatamente reforzaron las defensas del lugar reconstruyendo el fuerte que yacía semi derruído. En eso estaban, cuando semanas después, el 19 de septiembre ven avanzar por el Nilo una flotilla de cañoneras británicas al mando de Lord Kitchener, otro distinguido militar inglés, quien venía victorioso después de haber pacificado una revuelta en el Sudán en representación del gobernante de Egipto, país que se mantenía como Protectorado británico desde la apertura del Canal de Suez (1869).

Las cañoneras detuvieron los motores, echaron el ancla y se mantuvieron expectantes. Inglaterra no aceptaría en modo alguno que nadie osara acercarse al Nilo, al Sudán y al resto de África del este desde El Cairo y hasta Ciudad del Cabo.¡¡Pues vaya coincidencia con Francia¡¡: ésta también llevaba tiempo estudiando y calculando una línea férrea directa de costa a costa, que uniera Senegal con Djibuti y que pasaba exactamente por Fachoda atravesando todos los territorios que había obtenido en el Congreso de Berlín. Inglaterra por su parte, tenía ya avanzados estudios para unir también por línea férrea todos los territorios del África oriental que se había asegurado en Berlín. Para este faraónico proyecto que tenía el nombre de “EL CAIRO-CIUDAD DEL CABO” y que pasaba también por Fachoda, contaba con la inestimable ayuda, ambición desmedida y abultada billetera de Cecil Rhodes, el hombre más rico de su tiempo, dueño de todos los yacimientos de oro y diamantes de África del Sur. Si entonces hubiese existido la lista Forbes, habría desbancado con largueza a los multimillonarios que hoy la encabezan. Llegó al extremo que lo que hoy se conoce como Zimbaue, Inglaterra la  llamó Rodhesia en agradecimiento por sus variados servicios prestados al Imperio.

Así pues que tenemos frente a frente y a solo metros de distancia, al Imperio Francés y al Británico. Lord Kitchener, haciendo honor a su educación y buenas maneras, le pide cortésmente a Marchand que tenga la amabilidad de retirarse en un plazo prudencial. Marchand , igualmente cortés, le responde que él obedece órdenes precisas de su Gobierno y que lamentablemente se mantendrá  allí. Demoradas, las noticias  llegaron a ambas Cancillerías y tanto el nacionalismo británico como el chauvinismo francés llegaron al paroxismo. ¡¡ A la guerra, a la guerra ¡¡  pedían las multitudes en ambos países, mientras Marchand y Kitchener en una aldea remota instalaban sus respectivos campamentos, se atrincheraban en sus terrenos y con la más exquisita cordialidad e impresionante calma intercambiaban sus respectivos “derechos” sobre Fachoda, evitando en todo momento el más mínimo enfrentamiento de sus fuerzas.

En París y Londres el  patrioterismo ya estaba alcanzando niveles peligrosos, al extremo que se comenzó a considerar derechamente la declaración de guerra. Inglaterra lanzó un postrer ultimátum y Marchand ante la evidencia de la desproporción de fuerzas y por orden de su gobierno, se retiró. Hay que resaltar algo absolutamente infrecuente en una situación semejante:  se encontraron dos militares inteligentes, razonables, sensatos y que con pacienciay respeto escuchaban los argumentos de cada uno. Y por añadidura, ambos extremadamente educados.

Felizmente, la sangre no llegó al río y Francia renunció a su proyecto de unir Senegal y Djibuti y  abandonó definitivamente las márgenes del Nilo, en una convención franco-británica de 1899. Es lo que se conoce hasta hoy como “el incidente Fachoda”. Pero un profundo resentimiento galo contra Inglaterra durará muchos años.

Para terminar, hay que decir que ambos oficiales recibieron las más altas condecoraciones de sus gobiernos, particularmente después de haber participado ambos en la Primera Guerra Mundial, en la que desgraciadamente Lord Kitchener perdió la vida.

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