Geert Wilders el político holandés que abandera la identidad

Perfil
El País, 13.03.2017
Isabel Ferrer
  • Firme opositor al islam, el líder del partido de la Libertad está en cabeza en las encuestas para las elecciones del 15 de marzo

COSTHANZO

En su carrera hacia el poder, en este caso, convertirse en el primer vencedor de los partidos eurófobos, el holandés Geert Wilders, de 53 años, ha perfeccionado el discurso del miedo en su doble acepción: angustia y recelo. El líder del Partido para la Libertad se presenta como un liberal y un demócrata, y rechaza que lo incluyan en la llamada “nueva extrema derecha europea”. Su programa para las elecciones del próximo 15 de marzo es una letanía de noes. No a la inmigración procedente de países musulmanes y las escuelas del mismo credo; no al Corán; no a las mezquitas; no al velo; no a la Unión Europea; no al euro; no a la jubilación a los 68 años; no a que se revisen las cuentas con las que, asegura, evitará el hundimiento de la economía nacional, basada en la exportación y dependiente del comercio con sus socios comunitarios.

Muy reconocible por su cabello oxigenado en un país poco dado a los tintes, su negativa lista no ha impedido que Wilders encabece la intención de voto de sus compatriotas. Los sondeos le presentan empatado o por encima de los liberales de derecha, su antiguo grupo parlamentario. Ha sabido aprovechar el vacío dejado por una socialdemocracia en horas bajas, no solo en Holanda. Y también el ¿despiste, corrección política? de tanto de socialdemócratas como del centro derecha, que han ignorado las quejas y el temor crecientes ante los cambios operados en su sociedad. Una transformación que el político atribuye por entero a la inmigración musulmana, estrenada en su tierra en los años sesenta, pero desbordada con la actual crisis de los refugiados de Siria e Irak. El asunto de la UE le parece aún más fácil de explicar: “Bruselas exige demasiado dinero”, dice, “y nos resta soberanía”. De modo que critica a las élites políticas, de las que forma parte, prometiendo “devolver Holanda a los holandeses”.

Sin embargo, incluso aceptando que el miedo es una emoción fácil, solo alentándolo Wilders no habría llegado a disputar el poder con tanto brío. Además de su habilidad para hacer digerible su modelo de populismo, el gancho se debe en parte al halo de misterio y sacrificio que le rodea. Casado desde 1992 con Krisztina Marfai, una diplomática húngara, solo puede verla una vez a la semana. Amenazado de muerte desde el asesinato del cineasta Theo van Gogh, en 2004, a manos de un islamista holandés de origen marroquí, no tiene domicilio fijo. Duerme en un lugar diferente cada noche, lleva chaleco antibalas, le protegen varios guardaespaldas y su despacho en el Congreso es casi inaccesible. Con todo, su empeño en demostrar la amenaza del islam puede tener una explicación más íntima. Así lo cree la antropóloga y jurista Lizzy van Leeuwen, que ha estudiado la situación de los holandeses que vivieron en la actual Indonesia durante la época colonial (hasta 1949).

Después de haber consultado el Archivo Nacional, ha concluido que el abuelo materno de Wilders, un holandés llamado Johan Ording, se casó con Johanna Meijer, la abuela, procedente de una familia judía con raíces indonesias. Despedido el abuelo en 1934 de su empleo como funcionario en Java y sin pensión por motivos poco claros, los Ording tuvieron ocho hijos —entre ellos, la madre del político— y lo pasaron muy mal hasta que Johan encontró trabajo en Holanda en el servicio de prisiones. A pesar de la distancia en el tiempo, Van Leeuwen sostiene que la sensación de estar desplazados, frecuente entre los que regresaron de la colonia (muchos estuvieron en campos de concentración tras la invasión japonesa en la II Guerra Mundial), ha marcado a Wilders. El término indo, aplicado entonces a quienes tenían mezcla holandesa e indonesia, les convertía casi en una minoría cultural susceptible de marginación. Por eso, apunta la estudiosa, se tiñe el pelo su color original es rubio suave.

Estudiante regular, al acabar la secundaria trabajó en un kibutz en la frontera jordano-israelí. Estuvo allí dos años y luego viajó por la región. Siempre ha dicho que no le gustó nada lo que vio en los países árabes y ha mantenido su querencia por Israel. A la vuelta, hizo un curso sobre seguros médicos y obtuvo varios certificados de derecho en la Universidad Abierta. Su interés por la sanidad le llevó a escribir discursos para el partido de los liberales de derecha. Después le marcaron sus años como asistente de Frits Bolkestein (1990-1998), antiguo líder del partido y ex comisario europeo de Mercado Interior y Servicios, y uno de los primeros en criticar la inmigración y la sociedad multicultural. Wilders ascendió a portavoz del grupo en 2002, el año del asesinato de Pim Fortuyn, y su vida cambió. Sociólogo y militante socialdemócrata, Fortuyn fundó su propia agrupación cuando vio que calificar el islam de “cultura retrógrada” tensaba hasta el límite el arco electoral nacional. Abatido a tiros por un ecologista radical, su lucha fue recogida por Wilders, que abandonó a los liberales en 2004 porque no quería negociar la posible entrada de Turquía en la UE. En 2006 fundó el Partido para la Libertad y desde entonces ha patentado una marca difícil de clasificar.

No es conservador en lo social ni se muestra contrario al matrimonio homosexual (Holanda fue la primera en aprobar los enlaces entre personas del mismo sexo en 2001). Da por hecho, eso sí, que “no hay musulmanes partidarios de la democracia, solo los que piden subsidios y privilegios en nombre de su religión y laminan la identidad holandesa”. Por eso ha comparado el Corán con el Mein Kampf, de Hitler, y ha dicho que el islam es peor que el fascismo. Y por eso se queja de ser condenado, sin multa, por insultar a los holandeses de origen marroquí y por discriminación racial. Aseguró a sus seguidores que “se ocuparía” de reducir su presencia en el país, y cuando salió escaldado del tribunal dijo que “solo ejercía” su derecho “a la libertad de expresión”.

Su electorado es de clase media y media baja, y apela ahora a la media alta, temerosa de la pérdida de valores y normas nacionales. Nadie quiere gobernar con él si gana. En estas elecciones, la palabra clave no es economía. Con una tasa de crecimiento del 2,3%, y un 5,4% de paro, el vocablo esencial es identidad. Y ahí Wilders ha sacado siempre ventaja a sus colegas.

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