Guerreros civilizadores

Reseña
Revista Historia, Vol.46 (1) 2013
Gabriel Cid, programa de Historia de las Ideas Políticas en Chile (UDP)
  • CARMEN McEVOY en Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico,  Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2011.

Cuantitativamente, ningún hito histórico ha llamado más la atención de la historiografía chilena que la Guerra del Pacífico. En efecto, la cantidad de investigaciones dedicadas al conflicto bélico iniciado en 1879 ha llegado a ser tal que resulta válido a estas alturas interrogarse sobre la pertinencia de otro estudio referido a la guerra que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia, cuando al parecer la mayor parte de las facetas del conflicto han sido investigadas. El ambicioso libro de la historiadora peruana Carmen McEvoy que reseñamos en estas páginas, Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, parece poner en entredicho esta afirmación, presentando enfoques novedosos y tesis sugerentes que permiten renovar nuestra visión del conflicto desde el lado chileno.

La propuesta de McEvoy, académica en University of the South-Sewanee, Estados Unidos, que es fruto de una investigación de más de una década, resulta atractiva porque permite tomar distancia de las aproximaciones clásicas a la guerra. En efecto, la historiografía tradicional sobre el conflicto, tanto chilena como peruana y boliviana, ha centrado mayormente su atención en las dimensiones diplomáticas y militares de la guerra, es decir, en la descripción y análisis de las batallas, el examen de las estrategias desplegadas, la composición de los ejércitos y las vicisitudes de la diplomacia y la política exterior, entre otros aspectos. Sin desmerecer estos problemas, resulta evidente que un fenómeno como la guerra, en tanto instancia límite de la experiencia humana, permite insertar en su análisis otros tópicos, propios de lo que Jeremy Black denomina el campo de los estudios de "guerra y sociedad", que persigue abordar el impacto social de los conflictos bélicos, las implicancias culturales de estos y sus vinculaciones con problemas tales como la construcción de las identidades nacionales. Precisamente en el marco de estos intereses, en la encrucijada entre política, sociedad y cultura, debemos insertar este libro.

Esta encrucijada de intereses permite comprender la división de la obra. Los capítulos 1, 5 y 6, titulados "Chile viejo y Chile nuevo", "Refundar la república en la frontera" y "La ocupación de Lima o los dilemas de la guerra permanente", respectivamente, se adentran en la historia política de la guerra. Los capítulos 2, 3 y 4, titulados "La guerra cívica", "Dios y patria: los derroteros de la guerra santa" y "La guerra en tiempo heterogéneo", en cambio, logran articular temáticas propias de la historia sociocultural. Resulta evidente que la separación entre lo cultural, lo político y lo social nunca es tan nítida, y en cada capítulo se expresa la interrelación entre estas dimensiones; sin embargo, esta división puede ayudar a dar al lector una idea del contenido del libro.

Dentro de la propuesta de la autora resulta fundamental el intento de reexaminar la guerra no desde la perspectiva tradicional del frente externo, sino desde el frente interno, es decir, analizar la guerra desde la óptica de la sociedad civil chilena. Si la guerra se peleó a miles de kilómetros de distancia, eso no significó que la población no combatiente no fuese protagonista del conflicto: de hecho, como expone Guerreros civilizadores,la guerra implicó una movilización de la sociedad civil a una escala hasta entonces inédita. Y eso llevó a alterar los imaginarios y la cotidianidad de la población en diversas direcciones. En este sentido, el libro examina detalladamente el impacto del conflicto bélico en el asociacionismo a lo largo del país, lo que la autora interpreta como un resurgir de la "democracia de los pueblos", es decir, el rescate del ascendiente de las comunidades locales en la formación de políticas a nivel nacional. Este despertar del asociacionismo local y provincial McEvoy lo vincula con la tradición del republicanismo y su conceptualización de la ciudadanía en la que, junto con los derechos, cada ciudadano tenía deberes respecto a la patria, dentro de los cuales su defensa armada resultaba crucial. La movilización de la sociedad civil se evidencia, para la autora, en aspectos tan diversos como la eclosión de sociedades de socorro, la organización de colectas y, en consonancia con lo que la autora llama "la cultura de la movilización", la organización de funciones musicales, teatrales, desfiles y diversos espectáculos públicos, con el fin tanto de recaudar fondos como de difundir entre la población el discurso patriótico.

Este último punto, la articulación del discurso patriótico chileno en torno a la guerra resulta central en la argumentación del libro. La construcción de esta retórica, diseminada de forma sistemática por una esfera pública ensanchada precisamente a raíz del conflicto, resultaba pertinente para conformar un entramado simbólico que dotase de legitimidad a la guerra, tanto para justificar el uso de la violencia que todo enfrentamiento armado involucra, como para defender, a medida que el conflicto fue desarrollándose, la incorporación de los territorios conquistados a la soberanía del Estado chileno. En este contexto, el concepto de "civilización" resultará central, ya que la afirmación de la "barbarie" hacia peruanos y bolivianos permitió hacer "moralmente aceptable" el recurso a la violencia en su contra. La articulación del concepto de "civilización" con otras nociones, como la idea de "guerra justa", permitió perfilar un puñado de ideas-fuerza que defendían la causa chilena y permitían la movilización de su sociedad. El rescate de la tradición republicana, asociado a nociones como el respeto por la ley, el trabajo, la frugalidad y la virtud cívica, contribuyó, del mismo modo, a potenciar la retórica patriótica nacional. Junto a estas tradiciones, habría que añadir el papel clave que desempeñó el nacionalismo de corte racial dentro de este imaginario. Si bien es un tema que la autora menciona, creemos que el problema del nacionalismo étnico merecía una aproximación más acabada, sobre todo si se considera que el concepto de "raza chilena", articulado en torno al ícono del "roto", por ejemplo, surge precisamente en esta época y permite confrontarlo de manera sistemática en la retórica de la guerra contra íconos nacionales como "cholos" y "cuicos".

Junto a estos imaginarios patrióticos desplegados por la dirigencia estatal y la sociedad civil, Carmen McEvoy se adentra en el rescate de un fenómeno similar, pero articulado desde la óptica religiosa. El libro rescata las tensiones de este problema, en tanto se contextualiza en un momento histórico complejo para el lugar de la religión en el espacio público republicano, producto del embate laicizador que se materializaría justamente durante la Guerra del Pacífico. Esta situación no fue un óbice, sin embargo, para que los sectores eclesiásticos desempeñasen un activo papel en el espacio público, que se plasmó desde el envío de capellanes al frente de batalla, hasta la organización de colectas y rogativas públicas, pasando por la articulación de una retórica guerrera que apuntaba a legitimar la causa chilena desde lógicas trascendentes, posibilitando el tránsito de la "guerra justa" a la "guerra santa". Esta dinámica permitió, apunta la autora, reposicionar a la Iglesia frente al liberalismo secularizador, en tanto los sectores eclesiásticos se autorrepresentaban como verdaderos monopolizadores del "mercado del consuelo", al dotar de trascendencia y sentido a la muerte de los miles de soldados enviados al frente de batalla ofreciéndoles recompensas celestiales.

La conformación del discurso en torno a la alteridad peruano-boliviana no solo se recreó en el espacio de la sociedad civil chilena, a miles de kilómetros de distancia, sino que también operó en el terreno mismo de la guerra. Junto con los discursos de la élite dirigente e intelectual, McEvoy examina la construcción de alteridad e imaginarios desde la perspectiva de otros actores, los soldados. Esta aproximación permitiría reconstruir las lógicas de la guerra desde una mirada distinta y diversa, posibilitándonos aprehender "la guerra en tiempo heterogéneo", un concepto tributario de Partha Chatterjee. Un abordaje desde esta perspectiva enfatizaría la sugerente tesis según la cual la conformación del imaginario chileno en torno al conflicto, con independencia de la prevalencia de los discursos oficiales, se vio nutrido con un conjunto de vivencias, impresiones, recuerdos y narraciones de otros actores, que contribuyeron a darle a la memoria colectiva de la guerra la condición debricollage, en la medida en que este tipo de discursos evidenciarían la pluralidad de experiencias en torno a la conflagración, que transitarían desde narrativas cercanas a las propuestas oficiales, hasta desembocar en otros casos en abiertas críticas al accionar gubernamental.

Más allá de los aspectos culturales que hemos reseñado en estas páginas, la propuesta de la autora persigue también relevar la dimensión política del conflicto, que contextualizado en un momento de "desideologización" del liberalismo permite reconstruir las lógicas de la dirigencia estatal chilena, que no dudó en integrar en su maquinaria de guerra a antiguos adversarios ideológicos, como los montt-varistas. La guerra terminó siendo un verdadero laboratorio de experimentación político-institucional, en la medida en que la ocupación de los territorios conquistados implicó, por ejemplo, el desafío de fundar en estos espacios fronterizos un aparataje burocrático-administrativo funcional a los intereses nacionales. El proceso de aprendizaje logístico desarrollado en las regiones de Antofagasta e Iquique culminó en la ocupación de Lima, donde se recreó una suerte de "versión minimalista" del Estado chileno, a miles de kilómetros del centro político del país.

Tanto o más relevante que la implementación política de la ocupación resultó el proceso de desocupación del Perú, un complejo fenómeno que es examinado lúcidamente por la autora. El dilema abierto por la multiplicidad de caudillos presentes en la política peruana significó un problema político de proporciones, en la medida en que la gestión de la salida de las tropas chilenas de los territorios ocupados -previa cesión territorial de las zonas salitreras- no tuvo un interlocutor con la suficiente legitimidad política para negociar la paz. Este escenario, además, donde la guerra pasó a tornarse irregular por medio del accionar de montoneras y guerrilleros, fue lo que terminó llevando a las vanguardias del Estado chileno a maximizar su capacidad para gestionar la salida de este verdadero "laberinto político".

El libro de Carmen McEvoy, escrito con una prosa ligera -a pesar de tener más de 1.100 notas al pie- resulta, en todos los aspectos reseñados, un aporte sustantivo al acervo bibliográfico de la Guerra del Pacífico, no solo por la exhaustividad de la investigación y la lucidez de sus planteamientos generales, sino también por las líneas de investigación que el libro abre a la historiografía. En este punto, resulta significativo el intento por salirse de los esquemas dicotómicos y nacionalistas que han pervivido en las historiografías patrias relativas al conflicto, y nos invita a deconstruir las lógicas que estrechan nuestros marcos de comprensión de la guerra. Este estudio es un caso sintomático del cambio de perspectiva que desde hace una década se evidencia en los abordajes hacia el conflicto, que señalan un bienvenido giro a abandonar las miradas triunfalistas y autocomplacientes de la que cierta historiografía chilena aún es tributaria (aunque lo mismo podríamos afirmar respecto las visiones autoflagelantes y revanchistas presentes en algunos estudios desde el lado peruano).

En síntesis, Guerreros civilizadores se constituye en un estudio indispensable no solo para los interesados en el conflicto trinacional iniciado en 1879, sino también para los estudiosos del fenómeno de la guerra en su relación con los procesos de construcción estatal y nacional. En otros términos, estamos frente a una investigación maciza -teórica, metodológica y empíricamente hablando-, que nos permite transitar en nuestra comprensión de la guerra como una instancia resolutiva de conflictos por medio de las armas, a una en que los momentos bélicos son conceptualizados como fascinantes laboratorios políticos, culturales y sociales. Esta óptica resulta fundamental para entender los procesos que llevan a las sociedades a transformar, de forma dramática, sus formas de sociabilidad, las redes simbólicas que orientan su accionar y los discursos sobre los cuales pivotan sus percepciones en torno a lo justo, lo legítimo y lo necesario.

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