Helmut Kohl: forjador de la Alemania reunificada y europea

Artículo
Estudios de Política Exterior, 19.06.2017
Marcos Suárez Sipmann

Kohl, en una reunión de la CDU en 1978. BUNDESARCHIV

La Alemania contemporánea ha tenido dos grandes eras. Konrad Adenauer devolvió Alemania a la comunidad internacional y comenzó el milagro económico. Helmut Kohl, continuador del legado político de Adenauer, culminó la unidad del país y concilió la fidelidad a Alemania con la lealtad a Europa.

Kohl fue el último dirigente alemán que sufrió los horrores de la guerra. En la contienda perdió a su hermano mayor, Walter. Cuando tenía 15 años los chicos de su edad fueron movilizados porque Hitler mandó enrolarlos para defender las ruinas de su tiranía. Creció en una región –Renania Palatinado– fronteriza con Francia y vivió la reconciliación entre ambos pueblos. Su ingreso en 1947 en la recién fundada Unión Cristiano Demócrata (CDU) y su encuentro con Adenauer deben mucho a esa circunstancia.

Historiador de formación, se doctoró en 1958, y afirmaba “un pueblo que no conoce su historia no puede comprender el presente ni construir el porvenir”. Fue concejal, diputado regional, ministro y primer ministro de su land. En 1972, elegido presidente de la CDU pasó a encabezar la oposición parlamentaria. El 1 de octubre de 1982 obtuvo el poder tras una moción de censura con los liberales contra el socialdemócrata Helmut Schmidt. Muchos le consideraron un fenómeno pasajero. Sin embargo, ganó las elecciones federales de 1983, 1987, 1990 –primeras en la Alemania unida– y 1994.

Pocos creían posible la unificación; él la lideró. Mucho menos se confiaba en un proceso rápido; lo logró en solo 11 meses. El día de la caída del muro, el 9 de noviembre de 1989, estaba con su ministro de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, en Varsovia. Presentó su programa de 10 puntos que trazaba las líneas maestras del proceso apenas 20 días después. Se llevó a cabo sin derramamiento de sangre y de manera pacífica. Resulta significativo el reconocimiento de su adversario político y antecesor, Schmidt: “Cualquier canciller habría aprovechado la ocasión que brindó la inesperada implosión”.

Recibió la ayuda de importantes aliados externos en un contexto favorable. Lo hicieron posible –entre otros– el valor reformador de Mijail Gorbachov y la lealtad de George Bush. Y el Papa polaco, Juan Pablo II. Existe la anécdota referida al término “Europa del Este”. Durante una audiencia con el Pontífice, el canciller se refirió a Polonia como Europa del Este. Su Santidad a modo de admonición le corrigió: Das ist Mitteleuropa (eso es Europa Central). La diplomacia alemana lo corrigió de inmediato. El término antaño interesaba a los designios soviéticos.

Su bagaje económico era escaso. Creyó que la unificación se podría financiar con unos millones de marcos y sin mucho sacrificio. Se equivocó al prometer “campos florecientes en tres, cuatro o cinco años” en la antigua RDA.

El proceso despertó recelos en varios países de la entonces Comunidad Europea. La visión del presidente de la Comisión, Jacques Delors, calmó las suspicacias que provocó esta ampliación sin ratificación por los parlamentos de otros Estados miembros. De hecho, la vía escogida para implementar la unidad alemana eliminó legalmente esta cuestión. La RDA se adhirió a la República Federal de Alemania según el artículo 23 de su Constitución. Incluso en el seno de la Comisión Europea el proceso no fue fácil. En 1990 se publicó un informe demoledor que pronosticaba el potencial impacto negativo de la introducción del marco alemán en la RDA sobre la estabilidad monetaria del resto de divisas europeas. La peseta fue devaluada un 7% en 1995.

La historia de la Unión Europea se ha caracterizado por la presencia de grandes personalidades. Lo que hizo tan fructífera la década de Delors al frente de la Comisión (1985-95) fue su entendimiento y buena relación con líderes como Kohl y los presidentes de Francia, François Mitterrand, y España, Felipe González –de ideología opuesta al canciller–. Entre todos impulsaron la creación del euro, ampliaron el espacio Schengen y consolidaron el mercado interior.

Aunque los temperamentos de Kohl y Mitterand (10 años mayor) no les predisponían a la amistad, anudaron unos fuertes lazos. Pocas veces fue defendido con tanto afán el tándem Francia-Alemania. Inolvidable el minuto de silencio del presidente y el canciller, cogidos de la mano, ante las tumbas de Douaumont.

Es de sobra conocida la magnífica relación de González y Kohl, con óptimas repercusiones para España. A partir del apoyo sin reservas del español a la reunificación vinieron los fondos de ayuda. Entre ambos hubo una permanente voluntad de acuerdo.

En 1985 se había producido la adhesión de España y Portugal a la Comunidad Europea. Para Kohl una Europa sin la península Ibérica carecía de uno de sus componentes esenciales. En 1987 entró en vigor el Acta Única que modificaba el Tratado de Roma para profundizar en la política estructural, de medio ambiente y la dimensión social. En 1988, bajo presidencia alemana del Consejo Europeo, se puso en marcha en el Consejo de Hannover el Comité de expertos que debía sentar las bases de la Unión Económica y Monetaria (UEM). El comité –presidido por Delors y compuesto por los gobernadores de los bancos centrales– estuvo encargado de estudiar objetivos y modalidades del establecimiento de una moneda única. Las conclusiones fueron aceptadas un año después por el Consejo de Madrid.

Kohl fue el primero en utilizar el término “unión política”. Lo hizo para referirse –más allá de la creación de un necesario equilibrio para la UEM– a las revoluciones pacíficas que tras el Telón de Acero pusieron término a la dictadura soviética. Supo ver que una política exterior y de seguridad común, el desarrollo de un espacio de libertad y seguridad sin fronteras, y una mayor eficacia y aproximación de las tareas de las instituciones europeas a los ciudadanos debían formar los tres ejes sobre los que llevar a cabo esta nueva fase en la integración. Una visión que se institucionalizaría con la aprobación del Tratado de Maastricht en 1991, y del Tratado de Ámsterdam en junio de 1996. En el Consejo de Luxemburgo, 1997, se adoptaron las líneas directrices para la ampliación al Este.

Entre los muchos galardones recibidos por el canciller destacan el Premio Carlomagno, 1988, compartido con Mitterrand en Aquisgrán. En 1995 fue elegido Europeo del Año por el jurado de medios de comunicación del continente. Al año siguiente recibió el Premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional. En 2006 recibió en el Monasterio de Yuste el Premio Carlos V 2006, previa laudatio de González.

Su oratoria no era brillante. No obstante, era hábil en las distancias cortas. Poseedor de una excelente memoria sabía cautivar a su interlocutor. Tuvo grandes dotes de determinación ejecutiva. Fue un extraordinario estratega que puso su experiencia al servicio de sus ideales. Ganó elecciones porque los alemanes valoraron tanto su audacia en la conducción de la reunificación como su abierta asunción de liderazgo en la UE.

En el ámbito nacional, su final político fue polémico. Kohl encabezó demasiado tiempo la CDU. En 1999, el ya excanciller reconoció haber recibido entre 1993 y 1998 donativos ilegales para su partido. Se negó a divulgar el nombre del donante, al “haber dado su palabra de honor”. Tuvo que pagar una multa para evitar una condena. La denominada Spendenaffäre fue el caso de corrupción más grave del país. Angela Merkel fue la primera en distanciarse de su padre político y pedir su dimisión como presidente honorífico de la CDU. Irónicamente había sido el propio Kohl quien la llevó a su gabinete para reunir la doble cuota: femenina y procedencia del Este de Alemania. Eligió a das Mädchen “la chica”, Merkel, de 36 años. Nadie hubiera apostado que pudiera sucederle. Pero lo hizo. Con un valiente artículo en el que la hoy canciller denunciaba la laxitud moral de Kohl al haber permitido la financiación ilegal de la CDU.

Siguieron años tristes para el excanciller. El trágico final de su mujer, Hannelore, que padecía en la última etapa de su vida una rara alergia a la luz solar, estaba recluida en su casa. Sufrió desavenencias con sus hijos. Y en 2008 quedó postrado en una silla de ruedas a causa de un derrame cerebral. Si bien cometió errores en sus 16 años en el poder, prevalecen sus logros y aciertos. Perteneció a una generación que supo valorar el significado del proyecto común en un continente arrasado.

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