Helmut Schmidt: Un liderazgo superior

Columna
El Mercurio, 12.11.2015
Mariano Fernández, embajador de Chile en Alemania

"Fue un gran alemán" y la descripción de otros notables atributos son los titulares con que la prensa germana encabezó las primeras planas de sus diarios a propósito de la muerte de Helmut Schmidt, acaecida el martes a los 96 años en su casa de Hamburgo.

A Helmut Schmidt, Canciller Federal 1974-1982, le correspondió gobernar Alemania en muy difíciles circunstancias para el país y para Europa: la crisis del petróleo, el terrorismo de la RAF y la crisis de los "euromisiles" fueron capítulos fundamentales que hicieron del Canciller alemán un líder excepcional para el continente.

No gozó del respaldo incondicional de su Partido Socialdemócrata (SPD), dirigido por Willy Brandt y por el complejo jefe de la fracción parlamentaria, Herbert Wehner, todo lo cual lo obligó siempre a una gestión política de alta tensión permanente, agudizada por los severos desafíos planteados en aquellos años.

Ha sido descrito como una persona con "condiciones de liderazgo insuperable", y efectivamente así ejerció el poder: no negociando con los terroristas de la Rote Armee Fraktion (RAF) y enviando un comando que liberó a los rehenes de un avión Lufthansa en Mogadiscio; convocando a los alemanes a no consumir petróleo mediante un eficaz discurso televisado, manteniendo la "Ostpolitik", con la convicción de que debía haber un entendimiento sereno con los países de la órbita soviética hasta que se encontraran nuevas condiciones de convivencia.

La unidad europea fue un objetivo fundamental de Schmidt, pero con el principio "Nada sin Francia", constituyendo una sólida y fructífera alianza personal con el conservador Presidente galo Valéry Giscard d'Estaing, de excelentes resultados para la Europa de esa época. Ya poco después de que dejara el poder, su figura se convirtió en una leyenda porque su independencia de opinión que empezó a ejercer como coeditor del semanario de mayor profundidad analítica que existe en Europa, Die Zeit, lo mantuvo en la primera plana de la opinión pública por largo tiempo.

Fue oficial de aviación durante la Segunda Guerra Mundial, pero sin relación con el Partido Nazi. Se incorporó a la socialdemocracia (SPD) a poco de finalizado el conflicto y desarrolló una notable vida pública desde su natal Hamburgo, y luego como ministro de Defensa, Finanzas y, finalmente, como Canciller Federal, sucediendo a Willy Brandt, carismático político, Premio Nobel de la Paz en 1971, quien renunció inmediatamente después que supo que su jefe de gabinete era un espía de la Alemania oriental comunista.

Un hamburgués sencillo, pero cultural e intelectualmente de un refinamiento notable. Pianista consumado, grabó discos, con preferencias evidentes por Bach, Brahms y Mendelssohn, y dio conciertos de beneficencia, acompañado por otros famosos pianistas; muy buen ajedrecista; eximio navegante, particularmente en los veleros del tipo catamarán; pintor de domingo, como él mismo reconocía, pero un gran conocedor de arte; prolífico autor y lector voraz, con admiración por Immanuel Kant y sus concepciones jurídico-políticas, así como por el emperador romano Marco Aurelio y su capacidad de gestión gubernativa. Sobre estos dos personajes vuelve en su último libro, "Lo que aún quisiera decir", publicado hace algunos meses, declarándolos como los arquetipos a seguir.

Una parte desconocida de su vida pública fue el apoyo a la causa democrática chilena, en especial a la Iglesia Católica y al cardenal Raúl Silva Henríquez, con quien se reunió al menos en dos oportunidades. Llegó a conocimiento de lo que ocurría en Chile bajo la dictadura de Pinochet por su gran amigo y ministro de Finanzas de su gobierno, Hans Matthöfer, quien conocía muy bien Chile y era amigo personal del cardenal y de numerosos otros chilenos, entre lo que me contaba. Enterado de la situación en nuestro país, tomó la decisión de ayudar, especialmente con las actividades del cardenal en apoyo de pobres, familias de desaparecidos, dirigentes sindicales, profesionales perseguidos, etcétera.

Tuve el privilegio de conocerlo e incluso ser parte de su comitiva en un extenso viaje por América Latina. Con Helmut Schmidt no solo se ha marchado un personaje notable y un estadista de magna estatura, sino que también la última de las figuras históricas de la socialdemocracia alemana, aquella de sus mejores años del siglo XX, y también uno de los líderes europeos que más impulsaron el proceso de unidad continental, sin dilaciones ni dudas.

No hay comentarios

Agregar comentario