JJ Torres

Columna
Página Siete, 24.08.2016
Ricardo Paz, sociólogo y columnista boliviano

Sin introducirme todavía en las recientes polémicas desatadas a raíz de la rememoración histórica del papel de Juan José Torres en la decisión de ejecutar al "Che” Guevara o en la pertinencia de tomar su nombre para bautizar a la flamante Escuela de Comando Antimperialista, me parece oportuno primero recordar quién fue este personaje singular, para un cabal conocimiento del público, sobre todo de las recientes generaciones.

Hace un poco más de dos meses se cumplieron 40 años del asesinato del general Juan José Torres González. El 2 de junio de 1976 fue un día aciago para Bolivia. Nuestra historia sufrió uno de esos acontecimientos que determinaron trágicamente los siguientes años. En Buenos Aires, bajo un puente, en la localidad de San Andrés de Giles, fue hallado el cadáver de Juan José Torres. El expresidente había sido secuestrado el día anterior por un comando de la tristemente célebre triple A, brazo paramilitar de la dictadura argentina y ejecutor del Plan Cóndor para el cono sur de nuestro continente.

Torres o Jota Jotita, como cariñosamente lo apodó el pueblo, gobernó desde el 10 de octubre de 1970 hasta el 21 de agosto de 1971. Subió al poder mediante una insurrección de obreros, campesinos, estudiantes y soldados que se negaron a aceptar el indecente "pasanaku” militar que pretendían los altos mandos de entonces. En un solo día, amanecimos con Ovando de Presidente, luego pasó fugazmente Rogelio Miranda, después un triunvirato (Albarracín, Guachalla, Satori), hasta que el pueblo logró imponer a Torres, militar patriota y autor del Mandato Revolucionario de las Fuerzas Armadas.

Jota Jota, para ese entonces, era un destacado comandante revolucionario que tomó personalmente las instalaciones de la Gulf Oil Company, durante el gobierno de Alfredo Ovando. Esta nacionalización del gas tuvo como autor intelectual a Marcelo Quiroga Santa Cruz y a Torres como principal ejecutor.

Ya en su gobierno, nacionalizó la mina Matilde, las colas y desmontes (que hasta hoy en día dan vida a la minería nacionalizada), aumentó los salarios de los obreros y toleró, aunque sin estar de acuerdo con ella, la instalación de la Asamblea Popular, órgano de deliberación resultado del ejercicio corporativo de la democracia directa. Pero lo realmente destacable de este proceso revolucionario fue que se llevó a cabo sin derramar una gota de sangre, respetando escrupulosamente los derechos humanos, en un ambiente de libertad de expresión irrestricta y donde la tolerancia política era la norma rectora del régimen.

Torres fue derrocado por un cruento golpe militar encabezado por Hugo Bánzer y tuvo que exiliarse en Chile y luego en la Argentina. Unos días antes de marchar a México, debido a las constantes amenazas que recibía, fue secuestrado y asesinado. En ese momento se encontraba dedicado a aglutinar a la oposición democrática y progresista boliviana en un espacio denominado Alianza de la Izquierda Nacional (ALIN).   Pero no solamente acción y testimonio político nos dejó el general patriota. La obra escrita fundamental que Juan José Torres nos heredó como legado es un texto que hoy merecería ser reeditado: En defensa de mi Nación oprimida recoge un pensamiento lúcido, valiente y original, alejado de dogmatismos y todavía hoy plenamente vigente; además de una tesis histórica y una tesis política que resumía el pensamiento de la izquierda nacional, el corazón del planteamiento torrista se plasmó en un insuperable alegato al que denominó: "Dinámica nacional y liberación”.

A 40 años de su muerte todavía nos queda la rabia y la impotencia de saber que, si ésta no hubiera sucedido, Bolivia se hubiese ahorrado muchos años de extravíos, embustes y oportunidades perdidas. JJ Torres era sin duda el líder que podía conducir una verdadera revolución democrática, nacional y popular que nos libere del círculo vicioso y perverso de la anomia, el corporativismo y la dependencia, lacras de las que hasta hoy no podemos escapar.

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