La aventura africana

Columna
Semana, 28.11.2016
Mauricio Sáenz
El apoyo de Fidel a las guerrillas latinoamericanas siempre formó parte de la política cubana, pero ese apoyo palidece cuando se compara con su intervención en África

La presencia militar de un país latinoamericano en un conflicto por fuera del continente ha sido poca a lo largo de la historia. Argentina envió dos buques al golfo Pérsico durante la operación Tormenta del desierto, Colombia hizo presencia en Corea con un batallón y El Salvador aportó 380 soldados al actual conflicto en Irak, entre otros pocos ejemplos.

Pero ninguna de esas operaciones tuvo el tamaño, la regularidad ni el alcance de lo que Cuba llevó a cabo en África entre 1975 y 1991. Aún hoy, no deja de resultar sorprendente que un país pequeño –a pesar del abundante apoyo soviético- haya emprendido una serie de operaciones militares al estilo de una gran potencia militar.

La presencia cubana no se limitó a Angola (país en el que hubo un componente militar más largo y sostenido), sino que también llegó a Mozambique y Benín. También envió personal civil como técnicos, médicos y maestros a esos países así como a Cabo Verde, Guinea, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe, Tanzania y Etiopía.

En América Latina, la intervención cubana fue más discreta, mediante el apoyo más político que militar a las guerrillas del continente. De este lado del Atlántico, Cuba no desplegó sus tropas por fuera de la isla de la manera que lo hizo en África. Durante la invasión de Estados Unidos a Granada, Cuba envió a la pequeña isla más de 700 hombres, en su mayoría ingenieros militares, muchos de los cuales fueron capturados por las tropas estadounidenses.

Pero en África, la historia fue otra y corrió de manera casi paralela a la revolución cubana. El periodista Richard Gott, autor de Cuba, a New History, le dijo a SEMANA que “el interés de los cubanos en África empezó muy temprano, porque al tiempo que ellos tenían su revolución, estaba ocurriendo algo similar en Argelia. Los cubanos admiraban a los guerrilleros argelinos y desde el inicio tuvieron contacto. Gracias a ellos los cubanos empezaron a conocer a los líderes rebeldes en África, en países como Angola y Guinea Bissau”.

Un antecedente menos oficial y organizado estuvo en la presencia del Che Guevara en el Congo. El 25 de abril de 1965, el Che renunció por medio de una carta a sus vínculos legales con el gobierno de Cuba y viajó al Congo, donde tres meses después se le unieron 200 cubanos que llegaron con armamento. Su objetivo era entrenar a los guerrilleros del Consejo nacional de la Revolución del Congo. Aunque el Che no actuaba oficialmente como miembro del gobierno cubano, sus vínculos con Castro se mantuvieron durante los nueve meses que estuvo en África.

Esas guerrillas del Che fueron el germen de lo que diez años después se convirtió en una intervención oficial y directa de Cuba en Angola. Algunos de los grupos que organizó Guevara brindaron apoyo y entrenamiento a hombres del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), mientras que otras unidades entraron en la zona petrolera de Cabinda.

Sin embargo, el asesinato de Guevara en 1967 en Bolivia hizo que Cuba ajustara su modelo de intervención exterior. “Después de la muerte del Che, ellos decidieron no hacer más este tipo de operaciones con guerrilleros o soldados fuera de la estructura del Estado. La intervención en África en las décadas de los setenta y ochenta estaba a favor de gobiernos izquierdistas bajo ataque, por lo cual esta más fácil enviar soldados regulares, como se hizo en Angola, Etiopía o Guinea Bissau”, afirma Gott.

En noviembre de 1975, empezó la operación Carlota, llamada así como homenaje a una esclava cubana que se puso al frente de un grupo de esclavos en 1843 para rebelarse contra el ingenio en el que trabajaban. Aunque el partido comunista de Cuba tomó la decisión oficial, aún no es completamente claro si lo hizo a instancias de la Unión Soviética o si fue al contrario, es decir, que la iniciativa cubana se dio de manera independiente y logró después el apoyo del Kremlin.

En el contexto de la Guerra Fría no era raro que las potencias, en lugar de enfrentarse directamente (un riesgo que ninguna quería correr dado su arsenal nuclear), lo hicieran mediante sus aliados en diferentes partes del mundo para expandir su influencia o asegurarse posiciones estratégicas en el planeta. Sin embargo, en el caso de Cuba hay que tener en cuenta que su revolución fue independiente y no contó con el apoyo político ni militar de la Unión Soviética, país con el que la isla afianzó su relación después del triunfo de Castro. Además, a pesar de la cercanía que hubo posteriormente entre los dos países, Fidel siempre prefirió mostrarse más como un líder del socialismo internacionalista y no como el portavoz caribeño de Moscú.

En una entrevista a Barbara Walters en 1978, Castro dijo sobre la iniciativa de iniciar la operación: “Si usted conociera a los soviéticos(...) no pensaría que son capaces de pedir a Cuba que enviara un solo hombre a Angola. Yo contestaría a su pregunta diciéndole que la palabra clave de este asunto, y a la que debiera prestarse más atención, es ‘pedir’”.

Quizá Fidel diga la verdad al respecto y los soviéticos no hayan pedido nada al principio pero, ciertamente, éstos no desperdiciaron la oportunidad y apoyaron la aventura cubana en África con provisiones, munición, armamento y combustible. Como una de las cabezas más visibles del movimiento de los No Alineados, Castro prefirió no resaltar tanto el papel de los soviéticos. Bien fuera por motivos políticos o económicos, Angola resultaba un trofeo muy apetecido. El país estaba atenazado por el norte por Zaire (actual Congo) de Mobutu Sese Seko y por el sur por Sudáfrica y Namibia. Los tres países contaban con el aval y el apoyo de Estados Unidos y todos intentaban que el marxismo del MPLA no se quedara con el poder tras la salida de los colonizadores portugueses de Angola.

Materialmente, Angola es un tesoro: petróleo, diamantes y una larga costa que convierte al país en paso obligatorio para el acceso al mar de los países africanos del interior.

Sin embargo Fidel Castro siempre insistió en que la presencia de suba en África, sobre todo en Angola, no obedecía a intereses materiales. Castro se refería a la presencia de su país como un “deber de compensación”, por el papel de los africanos en la formación de Cuba, en su independencia y en su cultura.

Aunque lo anterior suene como un romántico discurso altruista, Castro podía estar siendo sincero. Por una parte, los estrategas del gobierno de Reagan reconocieron que Cuba no tenía ningún interés material en la región y, por otra parte, Castro emprendió su aventura africana a sabiendas de que eso podía causar malestar y restarle apoyos en Europa, tan necesarios ante la férrea oposición estadounidense.

El catalizador de la retirada cubana fue el fin de la Guerra Fría. En sólo tres años, ente 1988 y 1991, se llegó a un acuerdo con Sudáfrica (país que también veía cómo su régimen del apartheid se desmoronaba), la Unión Soviética colapsaba, y con ella, el apoyo material a Cuba, sin el cual, la isla perdía su capacidad real de involucrarse en iniciativas de gran envergadura fuera de su territorio.

En África, la figura de Fidel Castro es recordada con aprecio porque, independientemente de las motivaciones del comandante, lo que se vio en el terreno fue a un país pequeño dispuesto arriesgarse política y militarmente por naciones que no estaban en su órbita.

Cuba, claro está, no es un país sin intereses y el régimen de Fidel Castro es la prueba de cuan ambiguas pueden ser las posiciones ante un líder que representa a la vez la independencia y la dictadura.

En 1995, Nelson Mandela, como presidente de Sudáfrica, le recordó al mundo lo que representaba Cuba, a pesar de los defectos del régimen de Fidel: “Mucha gente, muchos países, incluidas muchas naciones poderosas, nos han pedido condenar la supresión de los derechos humanos en Cuba. Les hemos recordado su falta de memoria, porque cuando luchábamos contra la opresión racial, esos mismos países estaban apoyando el régimen del apartheid, un régimen que sólo representaba al 14 por ciento de la población, mientras que la abrumadora mayoría de la gente del país no tenía ninguna clase de derechos (...) Y nosotros luchamos con éxito contra ese régimen con el apoyo de Cuba y otros países progresistas. Ahora, quieren ser nuestros amigos y se atreven a pedirnos que renunciemos a aquellos que hicieron posible nuestra victoria”.

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