La belicosidad de Vladimir Vladimirovich

Juan Salazar Sparks[1]

Para muchos está más que claro que Vladimir Vladimirovich Putin es el nuevo zar de Rusia. En lo que algunos siguen intrigados es saber quién es el personaje, qué pretende con su agresiva política externa expansionista y hasta dónde está dispuesto a llegar.

Putin es un hombre solo y raro, desconfiado y ambicioso, machista, homofóbico y antisemita, con la imagen de duro e inflexible. Es una personalidad hermética, distante e impenetrable, mezcla de espía, jefe militar y líder político. En fin, un gobernante nacionalista y paternalista, pero sobre todas las cosas un verdadero realista político. No destaca como ideólogo ni como intelectual, porque es esencialmente un gran operador y administrador (marcado por su pasado KGB). No hay nada natural ni espontáneo en sus posturas, poses o actitudes. Todo es premeditado. Cuando sí recurre a la improvisación, es porque priman sus instintos y no teme asumir grandes riesgos.

En apariencia, es devoto de la Iglesia Ortodoxa Rusa y profesa valores tradicionalistas, pero -en el fondo- no es otro que un mandatario astuto y totalmente inescrupuloso; un nacionalista ruso receloso de Occidente, un nostálgico de la era soviética, un obsesionado por la grandeza y seguridad de la "Madre Rusia", y un gobernante enrabiado que dirige a una potencia revisionista.

El zar Vladimir Vladimirovich está buscando un cambio geopolítico radical en el mundo. Pretende recomponer el imperio ruso, blandiendo la escusa de que hoy se requiere un orden internacional multipolar (equilibrio EEUU-Rusia) y no unipolar (pax americana). Para la consecución de su objetivo, y cual leninista, Putin cree que el fin justifica los medios, que el poder y la fuerza priman sobre el derecho internacional y que la moral es cosa de los débiles o de los ingenuos. Una democracia rusa de corte liberal es para él sinónimo de caos. De allí que, siguiendo los pasos de Iván el Terrible y de Stalin, solo el control absoluto del estado y de la política, permiten asegurar un régimen estable en Rusia, lo que en su manifestación externa implica intimidación y dominio de los países vecinos para garantizar la seguridad del país. Veamos ambos supuestos.

En el plano doméstico, el tercer mandato de Putin está demostrando que el proceso de democratización ruso se encuentra en retroceso. Su régimen es esencialmente personalista y autoritario, apoyado en un movimiento populista de centro-derecha "Rusia Unida" (ampliado en un Frente Popular Panruso), que cuenta con una mayoría de electores ya que se reprime a los opositores, y que controla los medios de comunicación. El presidente ruso, formado en los laberintos del Estado soviético, emergió a la política como fiel exponente de la línea de Lavrenti Pavlovich Beria (1899-1953), el mayor verdugo de Stalin, esto es, subordinando todos los aparatos del Estado al estamento secreto. Gracias a esa subordinación, Putin ha llegado a controlar en una sola mano los tres poderes fácticos del país: los servicios de inteligencia, el aparato burocrático y el ejército.

El activista del movimiento Solidaridad ruso Ilia Yashin sostiene que "Putin no se irá voluntariamente del Kremlin mientras siga vivo, porque solo tiene un objetivo: salvaguardar el propio poder". "Cualquier crítica pública a Putin es peligrosa en Rusia", sentencia.

Por otro lado, el actual sistema económico de capitalismo de estado-oligárquico (dominio del Estado y de  los grupos oligárquicos), está basado en los recursos naturales (80% de las exportaciones son petróleo y gas) y en el desarrollo de industrias tecnológicas (aeroespacial, energía nuclear y armamentos). Sin embargo, las sanciones económicas de Occidente, la caída de los precios del crudo y la desvalorización del rublo son amenazas claras a la supervivencia de cualquiera que maneje las riendas en el Kremlin.

La combinación entre régimen político represivo y sistema económico oligárquico ha llevado a la consolidación de una sociedad de tipo gangsteril o mafiosa en Rusia. Sus manifestaciones son múltiples: el amedrentamiento de la prensa opositora (muerte de periodistas: Anna S. Politkóvskaya en 2006 y otros 300 profesionales desde 2000); el encarcelamiento de millares de empresarios (los más conocidos Mijaíl Jodorkovski y Platon Lebedev); el trato de "agentes extranjeros" para cualquier ONG rusa que sea financiada desde el exterior; y la eliminación de los rivales políticos a través del exilio (Berezovski, Gussinski) o del asesinato (Sóbchak, Storovoitova, Babitski, Litvinenko, Magnitski y ahora Boris Nemtsov).

En el plano internacional, llama la atención que la Rusia de Putin apoye a todos los Estados reivindicacionistas o parias del mundo: Corea del Norte, Cuba, Irán, Siria y Venezuela. Lo que ocurre es que Putin resiente tanto la humillación sufrida con la implosión del sistema soviético como el "complejo de vencedor" asumido al respecto por los EE.UU.- Por ello, ha buscado una nueva Guerra Fría, donde "un valiente oso ruso" se enfrenta a Occidente. Al respecto, cuenta con: (a) El apoyo de una ciudadanía rusa desinformada y bajo su férreo control; (b) El empleo intensivo de una propaganda al estilo soviético, en que la mentira y el engaño (maskirovka) son empleados para desorientar y vencer a los opositores; y (c) La presión constante sobre las debilitadas democracias occidentales (existencialmente apaciguadoras).

En el conflicto concreto de Ucrania, Moscú pretende que su vecino tenga una soberanía limitada o de fachada, bajo la sola influencia rusa (no permite el ingreso de Kiev a la UE y menos a la OTAN). Para ello, el Kremlin está dispuesto a emplearse a fondo, recurriendo a la infiltración y la subversión en dicho país, dando entrenamiento militar y entregando armamento sofisticado a los separatistas pro-rusos, concentrando sus fuerzas militares en la frontera, y ejerciendo sobre la opinión pública internacional una campaña constante de bravatas nacionalistas. En cuanto a su estrategia de "guerra híbrida", el objetivo es extender el control ruso sobre territorio ucraniano, sin declarar la guerra o reconocer su intervención militar, y aprovechar de avanzar en cada de los interregnos entre los acuerdos de paz firmados pero luego desconocidos. Cada vez que Putin anuncia una desescalada del conflicto, en el fondo está planificando la siguiente escalada.

Entre otras manifestaciones de belicismo, Putin ha procedido a: proteger a las minorías rusas o a ruso-parlantes ante una supuesta persecución del gobierno central de Kiev; revelar que él estuvo dispuesto a activar las armas nucleares rusas durante la anexión de Crimea, dando a entender que no le teme a una confrontación nuclear; y dar como explicación que los soldados rusos sorprendidos en Ucrania oriental eran sólo "voluntarios en vacaciones". A ese listado de agravios ucranianos se agregan también la supresión de todos los nacionalismos oprimidos por el dominio ruso (checheno, georgiano, moldavo, tártaro, etc.); la entrega de armas a la dictadura siria de Bachir el-Asad; el apoyo al programa de desarrollo nuclear iraní; y la invitación a Moscú del líder norcoreano Kim Jong-Un para que asista al aniversario del fin de la segunda guerra mundial, en lugar de la Canciller Ángela Merkel, por desistirse ésta dado el conflicto de Ucrania.

Uno se podrá preguntar cómo Rusia, un país industrial avanzado, de 142 millones de habitantes, de gran cultura y educación, ha acabado de nuevo en el siglo XXI en un gobierno fuerte, personalista e insensible a la opinión pública internacional. La respuesta que muchos se dan es que, si no hay Putin, no hay Rusia, dando a entender que ese enorme país necesita de la centralización del poder. Otros dirán, como un embajador georgiano amigo mío, "el problemas no es Putin, sino Rusia". En fin, Vladímir Vladimirovich está hoy retando a todo el mundo y, deliberadamente, a una debilitada Unión Europea, con una manera de hacer política diferente, antigua y peor. Según él, la fuerza impone su razón, lo negro es blanco y lo blanco es negro; la guerra vuelve a mandar; y el derecho internacional es para necios.

Aunque las encuestas que muestran la increíble popularidad actual de Putin en Rusia son creíbles, no hay que cometer el error de identificar al político con el país. También Adolf Hitler gozó de enorme popularidad durante un tiempo, igual que Slobodan Milosevic en Serbia. Los pueblos pueden dejarse llevar por rumbos desastrosos, sobre todo cuando una hábil propaganda sabe explotar los mitos y los agravios nacionales más arraigados.

Una de las razones históricas del expansionismo ruso fue la necesidad de controlar a los países vecinos para garantizar la seguridad de una vasta y expuesta Rusia. Habiendo sido invadida varias veces en su historia, existe entre los gobernantes de Moscú una percepción obsesiva con respecto a las amenazas externa contra la soberanía y la integridad territorial rusas. El tema es que, una vez que Rusia lograba dominar a un vecino, surgía de inmediato la necesidad de expandirse también hacia los vecinos de éste, produciéndose así un círculo vicioso de amenaza y expansión. Una cultura estratégica unique (militarizada) evolucionó hasta hoy teniendo presente la historia y la geografía rusas, además de mantener la creencia de que solo el liderazgo autocrático cope con los grandes desafíos a los que está expuesta Rusia. Por ello, la explicación de Putin y sus asesores para justificar el pretendido dominio de Ucrania es que, con ella, Rusia puede volver a ser una gran potencia mundial, pero sin ella no podrá serlo.

El incremento de las tensiones entre Rusia y Occidente puede ser atribuido, entonces, desde el punto de vista de Putin, a un cambio en la ecuación de poder internacional: el unipolarismo norteamericano, por un lado; y los factores económicos que aquejan la situación interna rusa (caída del precio de los hidrocarburos, huida de capitales, depreciación del rublo, etc.). Aquello estaría gatillando la belicosidad rusa, más que una ideología expansionista per se (zarismo o comunismo). La estrategia a largo plazo no sería desafiar a Occidente sino tener una zona de seguridad en su entorno (Ucrania y otros vecinos) y poder involucrarse como gran potencia en la toma de decisiones del sistema internacional.

Mientras en Occidente todavía se discute cómo reconocerle ese status preferencial a Rusia y admitir a Putin en los círculos de decisión más restringidos del mundo, pero sin que Ucrania pierda su independencia, en otros países vecinos, como el de mi amigo diplomático de Georgia, o bien, Polonia y los Bálticos, están preparándose militarmente para cualquier evento.

Bibliografía:

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- SALAZAR SPARKS, Juan: El zar Vladimiro en búsqueda del imperio perdido. 'OG Review', N*3 (6) 2014

- TSYGANKOV, Andrei P.: Vladimir Putin’s Vision of Russia as a Normal Great Power. ‘Post-Soviet Affairs’, Vol.21 (2) 2005

[1] Ex embajador, editor de OpinionGlobal y director ejecutivo de CEPERI.-

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