La caída de Dilma, el PT y la izquierda en Brasil

Columna
El Líbero, 21.05.2016
Juan Salazar Sparks, cientista político, embajador (r) y director ejecutivo de CEPERI

Un nuevo golpe ha sufrido el populismo latinoamericano. Un impeachment ha suspendido provisionalmente a Dilma Roussef como Presidenta del Brasil. Se viene ahora un juicio político por su supuesta responsabilidad en el uso del sistema financiero estatal para ocultar el déficit fiscal (2014 y 2015), lo cual está prohibido por la Constitución. La continuidad institucional está asegurada, por el momento, al haber asumido el poder -como interino- el Vicepresidente Michel Temer para los próximos 180 días y, en caso de que el juicio político prospere, por el resto del mandato presidencial hasta fines de 2018.

¿Quién es Dilma Rousseff?

Para entender esta aguda crisis política, es bueno partir por analizar el estilo de la primera mujer gobernante del Brasil. Dilma Vana da Silva Rousseff, de 69 años, es hija de inmigrante búlgaro (un abogado y ex militante comunista reconvertido en empresario inmobiliario en Brasil) y de maestra brasileña. De profesión economista, su pasión ha sido siempre la política. En su juventud militó en la guerrilla como activista de VAR-Palmares, uno de los principales grupos armados de la década de los años 60, e hizo toda su carrera en el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).

Procedente de Minas Gerais (cuna de políticos brasileños) y separada de dos matrimonios, mostraba una imagen nada sentimental y poco sonriente, que ocultaba a una “gerentona irreductible”, a una jefa dura y testaruda, autoritaria y absorbente, que se desenvolvió como protegida y heredera de Lula da Silva en el PT, llegando a ser la “dama de hierro de la izquierda brasileña” y su Presidenta en 2011. Una vez en el poder, e independiente de su soberbia personal o del posible fraude criminal que posteriormente la llevaron al juicio político, lo cierto es que en sus dos gobiernos Dilma se mostró como una inepta al momento de escuchar la creciente irritación de los brasileños, de encontrar los aliados necesarios para gobernar y de resolver los problemas urgentes del país.

¿Qué la diferencia de sus antecesores?

Lo que marca la diferencia entre Dilma y sus predecesores es el estilo de liderazgo presidencial; es decir, la capacidad para dialogar con el Poder Legislativo (oposición inclusive) y para generar estabilidad política a través de coaliciones. La racionalidad de FHC (Cardoso) le permitió a éste, con solo tres partidos políticos, crear una coalición estable de gobierno y rescatar la economía brasileña después de años de hiperinflación, aunque sin llegar a conseguir las reformas estructurales más polémicas (tributaria). A su vez, la inspiración de Lula (da Silva) sirvió para que el carisma personal del petista fuese suficiente para manejar a muchos partidos en la coalición gubernamental y para ocuparse de los grandes avances sociales (lucha contra la pobreza).

Ahora, en un país azotado por una excesiva fragmentación partidista, la gobernabilidad brasileña dependía cada vez más de la capacidad de liderazgo de sus gobernantes (coalición de gobierno estable) y de un buen desempeño de la economía. En sus mandatos, Dilma no mostró ninguna de las dos propiedades anteriores.

Las razones de su derrocamiento

Hay dos tipos de razones que explican el fin de la presidencia de Dilma: una económica y otra política. La primera, dice relación con la caída de los precios de lascommodities (financiaban los programas sociales), la falta de reformas estructurales y la mala gestión económica (política fiscal, estatismo y proteccionismo) que llevaron al país a una recesión, con un desempleo del 10%, una inflación cercana al 11% y una caída de su PIB de un 4% el año pasado. La deuda pública neta pasará desde un 30% del PIB (2013) a un 48% (2017), y se duplicaría hacia 2021. En fin, Dilma perdió su conexión con la realidad, se dejó llevar por las crecientes demandas sociales y no fue capaz de sostener el crecimiento económico del país.

A la mala situación económica, se le sumó la crisis política y la consiguiente baja de popularidad (9%). La corrupción endémica brasileña se agudizó a través de dos escándalos específicos: el mensolao (compra de votos en 2005), y el petrolao (cártel de grandes constructoras para ganar licitaciones de Petrobras en 2014), éste último también conocido por la investigación judicial del lava jato (“lavado rápido”). Los datos duros son que el PT pagaba a los congresistas para aprobar proyectos y que Lula y Dilma están en el centro de la tormenta, porque si bien conocían lo que sucedía con Petrobras, dejaron hacer.

Con la destitución de Dilma se viene abajo no solo “la dama de hierro”, sino el PT y la izquierda brasileña, así como también las posibilidades de Lula para las próximas elecciones. Este obrero metalúrgico que perdió un dedo siendo adolescente en la fábrica, emigrante pobre en São Paulo, hombre que hablaba de fútbol y bebía cachaça, que devino en líder sindicalista y llegó al poder en 2003, ha tenido muy buena prensa, atribuyéndosele haber bajado la pobreza y ser un ejemplo de crecimiento alto con baja inflación e igualdad de oportunidades ¿Qué pasó? Lo que ocurre con todos los populismos, donde el clientelismo dura hasta el primer remesón financiero (caída del precio del petróleo) y donde la corrupción de las autoridades termina por alejar a la ciudadanía.

¿Quién es Michel Temer?

El sucesor de Dilma es el ex vicepresidente Michel Miguel Elias Temer Lulia, un abogado y profesor paulista, de larga experiencia parlamentaria; con 75 años a cuestas, de familia católica originaria del Líbano, casado por tercera vez con la rubia y esbelta Marcela Tedeschi Araújo que es 42 años más joven que él, militante y presidente del centrista Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), y un político tildado de discreto, conciliador, negociador y pragmático.

Temer es todo lo opuesto a Dilma. No es popular ni muy conocido. Se formó a la sombra del Congreso, que ya presidió en tres ocasiones, conoce como pocos la compleja política de las coaliciones y cuenta con una fuerte mayoría parlamentaria, que fue lo que le faltó a Rousseff. Es más pragmático que ideológico, entendiéndose mejor con Lula que con Dilma. Más que por su carisma, habrá que medir a Temer por los resultados de su gestión. En teoría, su manejo del parlamento y de las coaliciones políticas le permitiría aprobar algunas de las reformas pendientes que son urgentes en Brasil para enderezar la economía.

Las claves del futuro de Brasil

Con Temer y/o sucesores, vuelve la centroderecha brasileña al poder para enfrentar una tarea titánica en un país que ya no puede permitirse más parálisis. El nuevo gobierno ha anunciado un ajuste (disminución del gasto público), pero tendrá que atender con urgencia varios problemas graves: la recesión económica, que amenaza con destruir a una clase media que ha visto aumentar su bienestar en las últimas décadas y que es la base de la estabilidad del país; la profunda crisis de credibilidad que afecta a la política ante la lluvia de escándalos de corrupción; y la fragmentación parlamentaria que hace ingobernable al país.

En materia económica, la falta de crecimiento y el aislamiento internacional (mercado interno cerrado), requieren ser reemplazados por reformas estructurales que abran y modernicen la economía brasileña y que impulsen un reposicionamiento exterior menos ideológico y más regionalista. A pesar de sus variadas y múltiples competencias, Brasil no ha querido avanzar hacia una mayor internacionalización económica y política. Su mercado interno es grande y supuestamente autosuficiente, pero también muy proteccionista y no competitivo, la actividad económica está afectada por la burocracia y la corrupción, el ingreso promedio de los brasileños es bajo y la inequidad socioeconómica del país es la más alta de América Latina. La respuesta a estos problemas no es el populismo, ni tampoco la solidaridad ideológica del PT con el Foro de Sao Paulo. Brasil debe aprovechar todas sus potencialidades para reinventarse como una economía moderna y como una potencia nueva a seguir.

En cuanto al segundo desafío, Brasil tiene un modelo de desarrollo marcado por una elevada corrupción política y una gigantesca e ineficiente administración pública. Hasta ahora, por ejemplo, la distribución de ministerios y de cargos de confianza ha sido la moneda de cambio para que los gobiernos consigan apoyo político. Por otro lado, el control gubernamental de los recursos públicos se vuelve, por la misma corrupción, en una alternativa de financiación de los partidos políticos.

En política exterior, el nuevo Canciller brasileño (ex candidato presidencial del PSDB derrotado por Lula y Dilma), José Serra, ha rechazado las declaraciones de los países bolivarianos (Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) que cuestionan la falta de legitimidad en el proceso de destitución de Rousseff, a la vez que reafirma el rol profesional tradicionalmente cumplido por Itamaraty y que, durante la gestión de Rousseff, se vio “politizado” por una creciente injerencia del PT y de su ideólogo Marco Aurelio García.

Se supone que Brasil es el líder natural de América Latina y, como Alemania en la UE, debería ser el motor económico de la región. Pero, su autarquía económica es tan anacrónica y su liderazgo político tan reacio (reluctant hegemon) que ha creado un vacío de poder regional, aprovechado por las experiencias populistas internas (Rousseff) y externas (ALBA, Foro de Sao Paulo, UNASUR). Por ello, su anticuada estrategia respecto del proteccionista Mercosur (contener a la Argentina) ha frenado las expectativas y el desarrollo de Paraguay y Uruguay, en tanto que su ”invento” de la Unasur (contrapesar a los EE.UU. y la OEA) ha sido una instancia muy negativa para la cooperación y la integración económica regionales.

“Amiga Dilma”

Antes de concluir con el análisis de la situación brasileña, no podemos dejar pasar la última gaffe cometida por la diplomacia chilena. En un comunicado de nuestra Cancillería, se hace mención a la “amiga” presidenta Dilma Rousseff, se señala una “preocupación por los acontecimientos de los últimos tiempos en esa nación hermana”,  y se reafirma el “decidido respaldo al Estado de Derecho, los procesos constitucionales y las instituciones democráticas en Brasil”. Cualquiera diría que somos amigos de Dilma y no de Michel, que nos preocupa la situación brasileña tal como a Brasil le podría preocupar el conflicto mapuche, y que le recomendamos al nuevo gobierno de Brasilia que se encuadre dentro del sistema democrático (lo que no le decimos a Maduro).

En definitiva, pensamos que no sólo se confunde una amistad por afinidad ideológica con los intereses permanentes entre dos estados sino que, nuevamente, la diplomacia de la Nueva Mayoría ha caído en un lenguaje sibilino para manifestar su disconformidad con el impeachment de Dilma. No lo dice abiertamente como los militantes bolivarianos, pero lo insinúa igualmente.

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