La Declaración Balfour

Columna
OpinionGlobal, 12.12.2017
Isabel Undurraga M., historiadora (PUC) y columnista (OG)
  • Las 19 palabras que explican el conflicto árabe-israelí y el actual problema de Jerusalén

El día 2 de noviembre recién pasado se conmemoró el centenario de un documento que tendría hasta hoy una relevancia fundamental en las relaciones entre el  Oriente Medio y Occidente: la  'Declaración Balfour'; documento que se conserva hoy en la Biblioteca Británica.

A raíz de la reciente determinación del Presidente Trump de reconocer a  Jerusalén como capital del Estado de Israel, un acto  con el que el mandatario norteamericano ha hecho evidente "su desacomplejada mezcla de ignorancia, arrogancia, vanidad y egoísmo" según lo califica el periodista español Joan Cañete Bayle en su artículo La cruzada de Trump, publicado en El Periódico de Barcelona  (7 de noviembre de 2017), y de paso, poner a la diplomacia mundial en alerta máxima, la prensa ha traído a la memoria dicho documento.

La Declaración Balfour: a quién no haya tenido la oportunidad de ver el documento en cuestión, podríasorprenderse  ya que es una carta muy breve: tres párrafos y quince líneas. El tono es formal, pero a la vez tiene algo casi coloquial, comenzando por el encabezamiento. Está fechada el 2 de noviembre de 1917 y a primera vista podría pasar por una comunicación entre amigos. Pero no, ya que lleva el timbre del Foreing Office (Ministerio de RR.EE.), y está firmada por el jefe de dicha repartición, su ministro. Veámosla con detalle.

El firmante: El Ministro Arthur James Balfour, primer conde de Balfour, estadista británico, escocés de nacimiento, líder conservador y posterior primer ministro, tuvo una excelente educación y una clara inclinación por la Filosofía, interés que mantuvo durante toda su vida. Tímido por naturaleza, desde muy temprano se desenvolvió cerca del poder. Integró la Cámara de los Comunes previo a dirigir el Ministerio de Relaciones Exteriores de la primera potencia mundial de la época. Allí respondía ante el Primer Ministro David Lloyd George. Y sobre ambos estaba el rey Jorge V.

El destinatario: Lord Lionel Walter Rothschild. Ahora sí la sorpresa podría ser mayor. Un documento de la importancia de éste debería estar dirigido a una instancia superior, tal como un gobierno extranjero, un Parlamento o a algún par extranjero del Ministro de Relaciones Exteriores británico. Nada de eso. El destinatario era un ciudadano inglés, por añadidura Lord y Barón y que no era parte del gobierno de Su Majestad. Pero este Lord era nada menos y nada más que miembro de la poderosísima familia Rothschild y el jefe de ella en Inglaterra. Su tatarabuelo, un comerciante judío establecido en Frankfurt, Alemania, a mediados del siglo XVIII, tras una esforzada vida laboral, amasó una inmensa fortuna. Con sus hijos y nietos fundó un verdadero clan, el que a partir de entonces y hasta hoy, va a tener una influencia gravitante en toda Europa. Cada uno de ellos fue destinado a establecerse  en cada una de las naciones que dominaban la política mundial de la época, con especial énfasis en que se convirtieran en ciudadanos de pleno derecho, invirtiendo y relacionándose con la sociedad local. Así, habrá un Rothschild en Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Bélgica, Países Bajos, USA. Un Banco que lleva su nombre será fundamental para otorgar préstamos al Gobierno correspondiente y harán fuertes inversiones en distintas rubros del país de destino, sin descuidar sus aficiones e intereses personales. Al cabo de dos generaciones, ya eran parte de la sociedad a la que llegaron como inmigrantes y reconocidos por sus aportes en lo económico y en las más variadas actividades, llegando incluso a hacerse merecedores de títulos nobiliarios. Esto explica el que el Secretario del Exterior (Ministro de RR.EE.) británico se dirigiera a Lionel Walter Rothschild con un "querido Lord Rothschild". Figura destacada en la sociedad inglesa, Walter Rothschild fue educado en Cambridge y llegó incluso a integrar la Cámara  de los Comunes por un breve período. Con velar, mantener y acrecentar su enorme patrimonio ya era suficiente. Ello le permitió dedicarse a su pasión, la zoología y todo lo que se derivara de ella. Hasta hoy, son muy valorados internacionalmente sus trabajos, investigaciones y descubrimientos en dicha disciplina y el Museo Natural de Londres da cuenta de ello. Tenía en su vasto jardín toda clase de animales y aves. Incluso un par de cebras tiraban de su carricoche. Hasta aquí, todo muy "british". Pero faltaba algo: los Rothschild, cualquiera fuese 'su país', siempre van a tener muy presente su ancestro judío. Y en el caso del "querido Lord Rothschild", no es de extrañar el que mantuviera una estrecha amistad con Chaim Weizmann, activo jefe del Sionismo mundial y quien acorde con el movimiento que encabezaba, llevaba tiempo haciendo un intenso lobby ante las autoridades británicas para obtener un "hogar judío" en Palestina, que los judíos consideraban la tierra prometida para ellos en la Biblia.  No hay que olvidar que Palestina era en ese momento un Mandato británico según lo convenido con Francia en el Acuerdo Sykes-Picot de 1916, según el cual ambos países se repartieron los restos del Imperio Otomano en Oriente Medio. Ese 2 de noviembre de 1917 y después de extensas conversaciones con el Gobierno británico, Rothschild y Weizmann alcanzarían un objetivo histórico para los judíos.

La Declaración Balfour constituyó el respaldo legal para la creación del Estado de Israel, lo que se concretaría en 1948. Pero dentro del territorio de ese Estado quedó un nudo gordiano: la ciudad de Jerusalén. Desde entonces los judíos la exigen para sí y otro tanto hacen los palestinos, estimando ambos de manera excluyente que es 'su' ciudad y por añadidura, santa. Todo ello en medio de una altísima tensión, la que lleva ya décadas y que pareciera no tener visos de solución.

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