La depauperada ‘diplomacia’ en tiempos de cambio

Columna
Página Siete, 15.01.2018
Gustavo Murillo Carrasco,  abogado y ex diplomático boliviano
Más de una década al mando de la diplomacia del país, en un prolongado periodo sin precedentes, exige al menos un somero balance acerca de la gestión desarrollada en ese aspecto por el gobierno de Morales

Luces y sombras, como en todo, las hay, pero en cuanto al manejo de las relaciones exteriores propiamente dichas, las cosas no pudieron, ni en su mejor momento, ser muy óptimas que se diga con Choquehuanca a la cabeza, aunque su concurso, ciertamente, haya sido la expresión de necesaria inclusión de un sector marginado en la administración estatal. Sus intervenciones -por lo general siempre rayanas con las sandeces más cómicas de las que se tenga memoria-, ya pasaron con creces a formar parte del anecdotario histórico nacional.

Este buen hombre (como muchos lo califican), siempre estuvo condicionado por sus enormes limitantes; sin embargo, tampoco es que haya sido enteramente su culpa;   después de todo, según su propia versión, él “sólo obedecía órdenes de los hermanos Evo y Álvaro”, quienes en realidad, junto con otros personajes, decidían todo sin consultarle nada, porque, entre otras cosas, tampoco sabía nada, mucho menos de asuntos complejos que hacen a la política exterior de un Estado. Vivía en el cosmos, enredado entre elucubraciones y sueños pseudoancestrales.

Ya en lo objetivo, su irrupción en Cancillería no fue tan inocente ni tan ingenua. Su accionar respondió a una deliberada consigna para deshacerse de casi todo el personal diplomático y de carrera existente hasta entonces  (si bien una minúscula parte quedó al final). “Desmontar” los esquemas del Ministerio (como si de un fusil se tratara), obedeció a órdenes del más alto nivel y, sobre todo, de un individuo con pasado castrense, quien ahora se las da de “diplomático inducido” en una isla caribeña.

Choquehuanca, acompañado de sus “guerreros del amanecer” (algunos de ellos asesores extranjeros), culminó en 11 años su obra maestra: asesinar la carrera diplomática y toda la institucionalidad vigente construida con esfuerzo. Muy poco interesó que el Estado boliviano hubiera invertido recursos para formar cuadros humanos capaces y competentes en las tan odiadas épocas pasadas.

Su administración fue de lejos la más discriminadora y prejuiciosa para no respetar las normas. Se cambió a mansalva la Ley del Servicio Exterior 1444 de 1993, elaborando en su lugar otra, extensa, cansadora y reiterativa, que al ser creada a medida y sazón del régimen, en lo sustancial, permite la discrecional manipulación política en nombramientos de cargos y méritos.

Así, tomaron la posta, improvisados y advenedizos, siguiendo los nuevos lineamientos de quienes detentan el poder desde 2006, sellando la triste impronta del arquetipo de la actual diplomacia boliviana.

Toda la bandada de oportunistas y convenencieros que se adscribieron a esos atropellos (algunos de los cuales antiguos funcionarios de Cancillería, incluso, en contra de sus propios excolegas), se ofrecieron serviles, funcionales y hasta disfrazados para contentar a sus nuevos jefes. Partícipes entusiastas de “koas y sahumerios”, siguen fingiendo entrar en trance elevando ojos y manos al cielo para quedar bien y cuidar la pega.

En medio de ese patético bodrio, no tendrían por qué sorprender los rocambolescos nombramientos como embajadores (salvo poquísimas excepciones), de folkloristas y guitarreros, hare krishnas, sindicalistas y agitadores callejeros junto con militares jubilados que no tienen la más peregrina idea de lo que es la diplomacia y la representación seria del país.

Los diplomáticos de carrera (principalmente algunos de los antiguos y dignos sobrevivientes de reconocidas aptitudes) siempre ocupan cargos secundarios, subvalorados y maltratados -como fiel testimonio del resentimiento acomplejado y vengativo que se ejerce desde hace más de una década en Cancillería-.

En fin,  se podría hablar de una década perdida (dorada y de “vivir bien” para unos cuantos). Tiempos del “no tiempo” diría el sabio ex canciller; y tiempos de la “no diplomacia” habría que añadir a tan esotérico razonamiento. Todo un lastre dañino que hoy debe soportar Bolivia en su lamentable servicio exterior.

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