La disputa permanente: Trotski, Lenin y Stalin

Reportaje
El Mercurio, 23.04.2017
Juan Rodríguez M.

La revolución pilló al primero en Estados Unidos. Ya en Rusia, dejó atrás su antigua rivalidad con los bolcheviques. Llegó a ser el líder del Ejército Rojo y una de las principales personalidades del nuevo gobierno. Sin embargo, su falta de tacto, la muerte de Lenin y la habilidad de Stalin lo convirtieron en paria del paraíso soviético.

En 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Lev Trotski (Ucrania, 1869) y su familia vivían en Viena. Como el conflicto puso de un lado a Rusia y del otro a Austria, todos los súbditos del zar Nicolás II quedaron en una situación vulnerable, incluso los que eran críticos del monarca. El 3 de agosto, un amigo de Trotski pasó a buscarlo y lo llevó en taxi para hablar con el jefe de la policía política austriaca; este confirmó que se haría un arresto masivo de los residentes de ciudadanía rusa.

-Así, ¿nos recomienda usted que salgamos del país?

-Exactamente y cuanto antes, mejor.

-Muy bien. Entonces mañana salgo para Suiza con mi familia.

-Ejem... Preferiría que salieran hoy mismo.

La primera parada de los Trotski fue Zúrich. Lev -para quien el socialismo no era tal sin su dimensión internacionalista- estaba indignado, porque la mayoría de los partidos de la Segunda Internacional apoyaron a sus respectivas naciones en el conflicto. Sin embargo, estaba seguro de que la "guerra imperialista" era el último respiro del capitalismo y que el "socialismo se levantaría sobre las cenizas de esta como el salvador de la humanidad", escribe Robert Service en su biografía sobre el revolucionario ruso.

Hacia el socialismo

En febrero de 1917, Trotski estaba instalado en Nueva York, donde la principal preocupación era boicotear la guerra. Por eso quedó sorprendido cuando llegaron las noticias de huelgas y manifestaciones en Petrogrado (ex San Petersburgo), que llevaron a que Nicolás II abdicara el 2 de marzo.

"Rusia volvía a entrar en una fase revolucionaria, y Trotski sentía que sus predicciones se cumplían", escribe Service. Apenas pudo, se embarcó de vuelta a Europa, de ahí en tren a Rusia y el 4 de mayo ya estaba en Petrogrado, dispuesto a evitar que los mencheviques y los socialistas revolucionarios apoyaran al gobierno provisional ruso (de corte liberal y burgués, según su juicio), que, entre otras cosas, era partidario de continuar con la guerra.

Trotski fue recibido entre aplausos y alzado en hombros cuando bajó del tren. "Era un héroe revolucionario", dice Service. "Había dirigido el primer Sóviet de la capital una docena de años antes (durante la revolución de 1905). Había pasado diversos períodos encarcelado, y en Siberia. Sus escritos políticos le habían dado fama. Nadie, fuera del partido que fuese, podía igualarle en su brillantez como orador".

En esa fecha, Vladimir Lenin (Rusia, 1870) llevaba un mes en Petrogrado. El levantamiento de febrero lo pilló exiliado en Zúrich, tampoco lo esperaba, y de inmediato organizó las cosas para volver a Rusia y presionar contra la idea de su partido, el bolchevique, de apoyar al gobierno provisional: la ortodoxia marxista interpretaba los hechos de marzo como una revolución burguesa, de ahí en adelante había quienes -como Stalin- pensaban que esta debía consolidarse, pasar a una etapa de desarrollo capitalista para, en el mediano plazo, llegar a la revolución proletaria; mientras que otros, como Lenin y Trotski, creían que estaban dadas las condiciones para saltar, sin más, de una a otra.

Hasta 1917, Lenin y Trotski habían sido rivales. El segundo había simpatizado con los mencheviques, pero el nuevo escenario los acercó, especialmente por la idea compartida de implantar un gobierno de los trabajadores. Según Service, Trotski "había mantenido esta misma opinión desde mucho antes de que Lenin se contorsionara ideológicamente para justificar una llamada a la revolución socialista". Y agrega: "El único reconocimiento del cambio de postura hay que percibirlo en su llamada a abandonar el 'viejo bolchevismo'. Cualquier otra alternativa equivalía a reconocer que estaba equivocado, y no era esa una actitud propia de Lenin".

Este llegó a Petrogrado en la tarde del 9 de abril de 1917. Según cuenta Orlando Figes en "La revolución rusa (1891-1924)", cuando el tren que lo trasladaba entró a la estación, comenzó a sonar La Marsellesa, el himno de los revolucionarios franceses. Sin demora, sobre el andén, Lenin fijó el camino: "Debemos luchar por la revolución social, luchar hasta el final, hasta la victoria completa del proletariado. Larga vida a la revolución social internacional", dijo.

Su "abrigo suizo de lana y sombrero de Homburg resultan extrañamente fuera de lugar en medio de la multitud jubilosa de blusas grises y gorras de trabajadores. Un grupo armado de bolcheviques le escolta hasta la que fuera la sala de espera del zar".

Todo el poder para el sóviet

Iósif Stalin (Georgia, 1878) ya estaba en Petrogrado cuando Lenin y Trotski llegaron desde el exilio. Era el director de Pravda, el periódico oficial de los bolcheviques, y miembro del Comité Central del partido. Sin embargo, tuvo un papel secundario en la revolución, al menos si se lo compara con sus dos camaradas. Es más, era parte del "viejo bolchevismo" que quería pactar con el gobierno provisional, aunque con la irrupción de Lenin cambió de posición y se alineó en la tarea de derrocar al gobierno provisional.

El lema era claro e imperativo: "¡Todo el poder para los sóviets!".

Por fin en octubre -luego de varias idas y vueltas, incluido el encarcelamiento de la cúpula bolchevique, una huida de Lenin y desencuentros tácticos que incluso llevaron a Stalin a amenazar con su renuncia- una insurrección hizo caer al gobierno. Luego, durante el segundo congreso de los sóviets, Trotski logró anular a los mencheviques y a quienes abogaban por un gobierno de coalición: "Miserables derrotados -dijo, en uno de los discursos más citados del siglo XX-, vuestro papel ha concluido; márchense adonde deben irse: al sumidero de la historia".

Desde entonces, la revolución fue bolchevique. "Lenin y Trotski se habían convertido en los gemelos siameses de la política rusa, unidos por la cadera en la determinación de usar medidas implacables, incluido el terror de estado contra los enemigos", escribe Robert Service.

Lenin propuso que Trotski dirigiera el nuevo gobierno ruso, pero este rechazó la oferta. En cambio, aceptó el Comisariado Popular para Asuntos Exteriores: "¿Cuál va a ser nuestra labor diplomática? -dijo-. Tan pronto como haya lanzado a los pueblos unas cuantas proclamas revolucionarias pienso cerrar la tienda". Y de hecho hizo un llamado a los trabajadores del mundo para que se levantaran contra sus gobiernos, y preparó planes de propaganda.

Sin embargo, había algo más urgente: la salida de Rusia de la guerra. Existía un armisticio, pero en 1918 las potencias centrales presentaron un ultimátum: se firmaba la paz o las fuerzas alemanas invadirían Rusia. Trotski quiso dilatar la decisión para no rendirse al imperialismo, pero finalmente los hechos forzaron al nuevo Partido Comunista Ruso a seguir a Lenin y aprobar la "paz vergonzosa", como él mismo la llamó.

Los enemigos de los bolcheviques no solo estaban fuera de Rusia. Aunque la toma del poder en Petrogrado fue sin sangre, en Moscú hubo enfrentamientos entre bolcheviques y militares leales al gobierno provisional. Además, los partidos desplazados comenzaron a organizarse para luchar contra los sóviets. Hubo una huelga de los trabajadores del ferrocarril, cuyo sindicato estaba controlado por los mencheviques e incluso Lenin fue tiroteado en Moscú. En respuesta a la anarquía, el gobierno creó la Comisión Extraordinaria Panrusa -la Cheka- para "combatir la contrarrevolución y el sabotaje" y se estableció un tribunal revolucionario para juzgar "a quienes realicen revueltas contra el Gobierno Obrero y Campesino". Así lo cuenta E. H. Carr en "La revolución rusa. De Lenin a Stalin (1917-1929)". En muchas partes se "produjeron asesinatos indiscriminados de bolcheviques y de adversarios suyos, y la Cheka tuvo cada vez más trabajo en perseguir a los oponentes activos del régimen. En abril de 1918 fueron arrestados en Moscú varios cientos de anarquistas; en julio, la Cheka debió suprimir un intento de golpe de los socialistas revolucionarios (...). La ferocidad con la que se desarrolló la lucha durante la guerra civil llevó la tensión a su clímax. Las atrocidades de un bando fueron igualadas por las represalias del otro. El 'terror rojo' y el 'terror blanco' pasaron a formar parte del vocabulario político". Súmese a eso el "comunismo de guerra" que, entre otras cosas, significó enviar brigadas armadas para requisar por la fuerza el grano a los campesinos.

Tras firmarse la paz con Alemania y Austria-Hungría, Trotski se hizo cargo del Comisariado del Pueblo para Asuntos Militares. Lideró el Ejército Rojo y una de las principales medidas que tomó fue atraer a antiguos oficiales zaristas; gracias a eso logró convertirlo en una máquina temible que llevó a los rojos a la victoria en la guerra civil contra los rusos blancos (1918-1921), que agrupaba a monarquistas, liberales y hasta anarquistas y socialistas.

Lenin era el gran soporte de Trotski entre los bolcheviques. Debido a su pasado fuera del partido, e incluso en oposición, muchos no reconocían en él a un camarada natural. Tampoco ayudaba el hecho de que el co-líder de la revolución fuera un hombre poco empático y hasta desdeñoso con el resto: su norte era la revolución, sus políticas eran las correctas y luchaba por imponerlas sin importar las sensibilidades del resto ni las opiniones que se hicieran de él. "La confianza de Trotski era imbatible, no le tenía miedo a nada", dice Service. (Lenin, en cambio, estaba presto hasta la exageración para huir cuando creía que su vida podía correr peligro). La guerra civil le trajo admiración a Trotski y solidificó su fama de ser un revolucionario valiente, "pero su registro como político era lamentable: daba puñetazos cuando debería haber abrazado". Según dice Service, no estaba más dispuesto que Stalin a recibir órdenes que contradijeran sus ideas, pero no tenía la astucia de este: "Le faltaba el talento para administrar su propio talento". "Los defectos en su personalidad pública, ya evidentes para sus enemigos de partido, iban a exponerse a plena luz. Trotski había sido un héroe revolucionario en 1917 y en la guerra civil. Tenía talento sobrado, pero nunca consiguió equilibrarlo con una intuición política adecuada en la lucha partidista. La cometa empezaba a dar volteretas incontroladas, cada vez más cerca del suelo".

Colérico y desconfiado

Durante la guerra civil se levantó una oposición militar que acusó al líder del Ejército Rojo de darles "demasiado poder" a los antiguos zaristas, en desmedro de los comisarios políticos. Que Trotski ordenara fusilar a un antiguo bolchevique porque su destacamento había huido de la batalla de Kazán, no ayudó a calmar los ánimos.

Stalin -que era tan severo como Trotski para imponer disciplina, pero se cuidaba se meterse con los comisarios políticos- apoyó las críticas, se enfrentó a Trotski y este llegó a acusarlo de insubordinación: según Figes, allí se pude descubrir "el origen de buena parte de la animosidad personal" entre ambos. Sin embargo, otras urgencias los pusieron momentáneamente en el mismo bando: terminada la guerra civil, tocaba levantar la economía rusa. Trotski era partidario de estatizar los sindicatos e introducir cierta competencia. Este último punto lo enfrentó a Lenin, quien lo acusó de promover el libre comercio, aunque luego propondría medidas muy similares.

Sin embargo, la principal apuesta del Napoleón soviético, como lo llamaban sus enemigos, era militarizar a los obreros. Lenin también se oponía, pero consintió: "Trotski, apoyado por Stalin, había conseguido el permiso para establecer esos ejércitos", escribe Service. Figes agrega: "Aquí estaba el prototipo de la economía dirigida estalinista".

Cuando perfila a Trotski, Robert Service insiste en que Lenin era mucho más carismático y atento con la gente; sabía generar lealtades. Pero según Figes, el Lenin que llegó a Petrogrado en 1917 era distinto al de la fallida revolución de 1905: además de que estaba imbuido de una fe absoluta en su destino como guía de la revolución, "no quedaba nada de su antigua genialidad, su amabilidad o humor de camaradería en sus relaciones con otras personas. El nuevo Lenin que llegó era cínico, reservado y grosero, un conspirador 'en contra de todos y de todo', que no se fiaba de nadie, que sospechaba de todos y que estaba decidido a desencadenar su campaña para hacerse con el poder". Se encolerizaba con facilidad, insultaba a sus adversarios. "Cuando la ira amainaba, Lenin se hundía en un estado de agotamiento, languidez y depresión, hasta que la cólera volvía a hacerle estallar. Esta alteración maníaca de su estado de ánimo era característica de la naturaleza psicológica de Lenin".

Como fuera, no había duda de que él y Trotski eran los grandes nombres de la revolución. Pero nada de eso importó cuando la salud traicionó a Lenin: el 25 de mayo de 1922, una apoplejía le paralizó casi todo el lado derecho y lo dejó sin habla por un tiempo.

Mientras Lenin se recuperaba de su ataque, Rusia fue gobernada de hecho por el triunvirato conformado por Stalin, Kamenev y Zinoviev. En esencia era un bloque anti-Trotski: "Kamenev tenía ambiciones de dirigir el partido y eso le había llevado a aliarse con Stalin en contra de Trotski, al que consideraba la amenaza más seria (...). Por lo que se refiere a Zinoviev, apreciaba poco a Stalin, pero su odio por Trotski era tan devorador que se habría aliado con el diablo si le hubiera asegurado la derrota de su enemigo", dice Figes.

Todos los líderes soviéticos menospreciaban a Stalin, lo veían como una nulidad intelectual y un mediocre industrioso. Por eso Lenin lo puso a su lado y por eso -también- los otros dos miembros del triunvirato pensaban que lo estaban utilizando cuando, en realidad, era él quien los usaba a ellos. Era astuto, escondía sus intenciones y siempre que podía se presentaba como un moderado. Pero no por eso hay que pensar que fuera un manso. No. Ya durante la guerra civil dio muestras de su carácter, al negarse a acatar órdenes de sus superiores (lo que se tradujo en la dura disputa con Trotski), mostró un temperamento irritable y un arrojo que rayaba en la temeridad.

Durante la enfermedad de Lenin se acercó mucho a él y se mostró muy solícito. (En cambio, Trotski no fue nunca a verlo). "En privado, Lenin mostraba su disgusto con diversos aspectos de su personalidad, y pensaba que era ordinario, grosero y poco inteligente. Pero sentía que podía utilizar a Stalin como asistente político, y este sabía que si quería favorecer a sus propios intereses tenía que estrechar su relación con él", explica Service. Por eso para Lenin fue "un shock darse cuenta de que Stalin sabía lo que quería".

Triunfa el subestimado

Lenin se recuperó, volvió al trabajo y como ya sospechaba de Stalin, le propuso a Trotski conformar un bloque contra él; pero el 15 de diciembre de 1922 sufrió un nuevo ataque. Convaleciente, logró escribir unas notas en las que decía que había que destituirlo, pero un tercer ataque lo dejó totalmente incapacitado.

Entonces se desató la lucha contra Trotski y venció el triunvirato: "El único hombre capaz de detener a Stalin (...) había sido desechado", escribe Figes. Solo le quedaba sacar del camino a Kamenev y Zinoviev, un detalle para el "mediocre" que le ganó la partida a Lenin y Trotski. Para el hombre que estaba guiando al comunismo desde el partido de elite al de masas.

"¿Qué hubiera sucedido si Lenin hubiera vivido?", se pregunta Figes. "¿Estaba ya situada Rusia en el camino del estalinismo?". Los elementos básicos estaban: el estado unipartidista, el sistema de terror y el culto a la personalidad. Sin embargo, hasta 1924 hubo menos asesinatos, y a pesar de la proscripción de las facciones, en el partido había espacio para un "debate entre camaradas". Nadie habría pensado en utilizar estas diferencias como pretexto para asesinar o mandar a Siberia a los oponentes. O casi nadie: "Solo Stalin era capaz de hacerlo".

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