La mente del siniestro evangelista de Hitler

Opinión
El País, 07.2015
Jacinto Antón
Los diarios de Alfred Rosenberg, el ideólogo del III Reich, muestran a un nazi fatuo, despiadado y obsesionado con el poder

Resulta un raro y oscuro privilegio asomarse a la intimidad de un gran criminal nazi. Si hace unos meses podíamos leer las cartas de Himmler a su esposa (Himmler según la correspondencia con su mujer, Taurus), ahora aparecen los diarios de otro de los jerarcas del III Reich (y, en difícil competición, uno de los más repulsivos), Alfred Rosenberg (Tallinn, 1893-Núremberg, 1946). Se publican en una edición cuidadísima y apasionante a cargo de los historiadores alemanes Jürgen Matthäus y Frank Bajohr (Alfred Rosenberg, diarios 1934-1944, Crítica).

Como las cartas privadas del jefe de las SS, los diarios del ideólogo del nacionalsocialismo y ministro para los Territorios ocupados del Este –Rosenberg aunaba como nadie teoría y praxis- constituían un material en buena medida inédito. La mayor parte de dichos diarios, el reverso del de Anna Frank, por así decirlo, se hallaban desaparecidos desde el proceso de Núremberg, donde Rosenberg fue juzgado con el resto de la crême del hitlerismo y condenado a la horca. Cuatrocientas páginas manuscritas se las había quedado, como souvenir y valiosa fuente documental para sus propias publicaciones, el representante de la acusación Robert M. W. Kempner que las mantuvo en su poder hasta morir en 1993. No fue sino hasta 2013 que el Gobierno estadounidense consiguió confiscar el material y entregarlo al Museo Memorial del Holocausto de EE UU.

El del Reichsleiter Alfred Rosenberg, “padre de la Iglesia del nacionalsocialismo” y “guardián del Este”, como lo denominaba el propio Hitler (él se veía sin falsa modestia como “la encarnación del programa” nazi), es el único diario personal de un alto dignatario del III Reich que se conoce, junto con el de Joseph Goebbels, con el que curiosamente mantenía una relación de odio mutuo, expresado en las anotaciones de ambos, llenas de descalificaciones hacia el camarada. Rosenberg llama al ministro de Propaganda “foco de pus” y lo considera en su diario un “lastre moral del nacionalsocialismo” (!) por su rijoso comportamiento con las mujeres, comparándolo -de acuerdo con las obsesiones nazis- “con el los directores generales judíos que coaccionaban sexualmente a sus empleadas”. El otro gran centro de sus descalificaciones es el vanidoso ministro de Exteriores Von Ribbentrop, al que no duda en denominar “idiota” –en Núremberg los ejecutaron a los dos sin hacer distinciones-. En cambio se llevaba relativamente bien con Goering, que no es que fuera un hombre fácil. De Bormann critica sus “modales de leñador”.

La edición de los diarios del que ha sido considerado, por su intento de sistematización y rigor doctrinario, el Pablo de Tarso del nazismo de manera extraordinariamente contextualizada y con el añadido de documentos que completan la figura del siniestro y odioso personaje. Esto es importante porque en los diarios propiamente dichos uno buscará infructuosamente referencias claras y directas al Holocausto, del que Rosenberg fue uno de los perpetradores. La edición incluye, por ejemplo –documento 13-, el texto de su discurso del 18 de noviembre de 1941 en el que afirma que la “cuestión judía”, "solo puede resolverse mediante la eliminación biológica”. Mientras que en otro documento que se adjunta (9), el Acta del debate sobre la situación política y económica del Ostland en la reunión con el ministro del Reich Rosenberg, del 1 de agosto de 1941, se señala que en Lituania “se ha liquidado a unos diez mil judíos”.

En los diarios, Rosenberg se muestra como un individuo fatuo, ambicioso y arrogante, encantado de conocerse, pagado de sí mismo hasta la megalomanía (“mi nombre lo dice todo”, “esta época no está preparada para oírme”), inmisericorde e insensible y a la vez de un grotesco sentimentalismo en su servil relación con Hitler –en las entradas anota cuidadosamente (y patéticamente) cada muestra del favor de del Führer, incluidas palmadas en el hombro, apretones calurosos de mano y palabras de aliento o afecto (“Rosenberg es una mente privilegiada”)- .

En un pasaje explica que le saltan las lágrimas al recibir el Premio Nacional, en otro se felicita por el éxito de su libro El mito del siglo XX, la segunda Biblia del nazismo con el Mein Kampf y destaca su propio liderazgo espiritual sobre el movimiento.

El tipo caía mal hasta a la mayoría de los propios nazis –que se reían de sus ínfulas de pensador (era, según lo definió uno de sus subordinados, con notable ironía, el único de la cúpula del partido que se tomaba el nacionalsocialismo completamente en serio)-. Pero no hay que subestimarlo. En realidad acumuló un enorme poder, en especial con la “gran misión” que le encomendó Hitler en el Este –convirtiéndolo en prácticamente virrey en un territorio desde el Báltico hasta el Caspio, casi toda la Unión Soviética europea, con 180 millones de personas, dividido en dos comisariados-, y fue directamente responsable de sufrimientos sin cuento, legitimando además la práctica criminal del régimen. “Las leyes de la historia son duras”, escribe.

Muchas de las páginas de los diarios están dedicadas a explicar sus pugnas con otras instancias del III Reich para conseguir áreas de dominio. Notable es el pulso con Himmler para subordinar la actividad de la policía y las SS a su égida política. No le importaba que los hombres del Reichführer mataran a diestro y siniestro en los territorios que él administraba, pero debían hacerlo respetando su autoridad nominal. Los diferentes planes nazis para Ucrania y el Cáucaso, que detalla, resultan hoy de especial significancia. A partir de 1944 se observa una pérdida de su influencia y un alejamiento del amado Führer (Hitler ya no le recibe). En varias entradas en 1943 describe los efectos de los bombardeos Aliados sobre Alemania, y en 1944, el atentado del 20 de julio (“crimen único en la historia”).

Los diarios están llenos de pasajes de enorme interés. Como el del caso Hess, “uno de los episodios más increíbles del NSDAP (el partido nazi) al que no le faltan episodios raros”, como anota con humor no pretendido. Rosenberg señala que él fue el último en hablar con el lugarteniente de Hitler antes de que partiera en 1941 para su extraño vuelo a Inglaterra. Achaca la empresa de Hess a que éste “se había adentrado en un mundo irreal a causa de su interés en los astrólogos, curanderos, etcétera”.

De la Noche de los Cuchillos Largos, la eliminación de Röhm y la cúpula de la SA en 1934. explica que Hitler, tras fingir la voz para que el viejo camarada de lucha le abriera la puerta, se abalanzó sobre Röhm, que estaba tendido en la cama, gritándole “¡Está usted detenido, cerdo!”; y cómo después, al hallar a otro líder SA en “actitud homosexual” agarró al “joven prostituto” que besaba a su amante en la espalda y lo lanzó con asco contra la pared, antes de hacerlos fusilar.

Son reveladoras las anotaciones que hace durante los JJ OO de Berlín de 1936 sobre la indignación racista de varios altos invitados británicos con los atletas estadounidenses negros que les arrebatan las medallas a sus deportistas. Rosenberg se muestra muy complacido con esa actitud.

La lucha contra el cristianismo –como rival de la nueva religión nazi- y especialmente contra Roma es una de las obsesiones que aparecen reflejadas en los diarios, al igual que el “judeo-bolchevismo”. Rosenberg reivindica a Nietzsche, le pega algún viaje a Wagner (tiene dudas con Tannhäuser) y explica cómo su equipo de operaciones especiales (el Comando Reischleiter Rosenberg) depreda el patrimonio cultural y artístico judío, incluidos “Rembrandt, Rubens, Vermeer, Fragonard, Goya, etcétera”.

El 2 de abril de 1941 recoge su nombramiento para los territorios del Este, que Hitler esencializa con la frase: “¡Rosenberg, esta es su oportunidad!”. “Millones… y con ello el destino de sus vidas se pone en mis manos”, anota entusiasmado y añade ominosamente: “Que algún día millones de extraños maldigan la realización de esta necesidad”.

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