La provocación de Trump

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La Tercera, 13.12.2017
Samuel Fernández, abogado (PUC), embajador (r) y profesor (U. Central)

Trump encendió la mecha del polvorín palestino-israelí, y por cierto ha prendido, sin saberse hasta cuando y con qué intensidad. Rompió el frágil “satu quo” imperante al reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, traslade o no su Embajada ahora o en años más. Viola las tan difíciles decisiones  de Naciones Unidas, que procuran balancear la realidad en el terreno, con los derechos de cada parte. Israel controla casi todo, y la comunidad internacional reconoce que es ilegal y debe devolver los territorios que se apropió desde 1967 en la Guerra de los Seis Días, incluido el sector oriental de Jerusalén, según las Resoluciones obligatorias 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad, más la 478 (1980) que acordó trasladar a Tel Aviv las sedes diplomáticas.

Asimismo, ha provocado lo más sensible del conflicto, como es Jerusalén, sin solución en las negociaciones de Camp David, Oslo, Sharm El Sheikh, y otros intentos. Hay avances y retrocesos, en innumerables reuniones en  los organismos y la Liga de Estados Árabes, en los últimos setenta años de una controversia más que secular. Palestina es un Estado reconocido, aunque sólo observador en la ONU. Pero la Ciudad Santa sigue siendo estratégica, dividida en sectores, y sobre todo, sitio de los vestigios sagrados de tres religiones: el Muro de Las Lamentaciones del templo de Salomón, para los judíos; la Mezquita Al Aksa con la Roca donde el Profeta subió al cielo, para los musulmanes; y el Santo Sepulcro de Jesús, para los cristianos. No hay otro lugar así en el mundo. Estas tres religiones, con millones de fieles, se materializan en un área muy pequeña y en constante disputa. No sólo es reconocer políticamente una capital, sino privilegiar el predominio de una creencia sobre las otras.

Los efectos están a la vista, y el riesgo de una violenta tercera Intifada es real. Hay que recordar que en muchos de los procesos de paz, ha bastado algún incidente para detenerlo o anularlo, hasta que los enfrentamientos se calman y se restablece la confianza perdida. Ha sido así por años. Cabe preguntarse que busca en verdad Trump, que no sea la respuesta fácil de que actúa de manera irreflexiva y sin experiencia.

No es lógico que la convicción personal del Presidente de la primera potencia mundial, sea la única para adoptar una medida de tal trascendencia y efectos. Debería estar  acompañada por un proceso reflexivo del Departamento de Estado y demás Agencias, asesorado por expertos, y detallada consideración de sus implicancias. Sería inusual en un sistema norteamericano que busca los contrapesos institucionales. Lo decidiría sin consultar a nadie. No se ha dado en otros campos, y recordemos  las dificultades del propio Tump para imponer sus iniciativas. Tampoco basta argumentar que se cumple una promesa de campaña, o que el Senado ya la aprobó mucho antes (1995) y sólo se venía postergando la decisión, aunque sean verdad. No es atribuible sólo a los problemas políticos internos, como se especula. Parecen respuestas incompletas.

Lo grave es que no sabemos si hay otros objetivos, negociaciones, propuestas o promesas a las potencias interesadas, o con países árabes aliados, para intentar lo que adicionalmente afirmó Trump, es decir, que ahora se podrá construir una paz duradera entre palestinos e israelíes. Menos conocemos si el verdadero y último propósito es enfocarse en la amenaza que significaría Irán, tanto para Israel como para algunos árabes. Si no hay nada de esto, la situación sería todavía más grave. Estados Unidos habría abandonado su usual postura de facilitador de la paz del Medio Oriente, para desequilibrar las posiciones.

Trump habría encendido la mecha del polvorín, y no sabría cómo apagarla.

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