La RDA de Honecker

Columna
Chile B, 09.05.2016
Alejandro Navas

La reciente muerte de Margot Honecker ha vuelto a poner de actualidad a la República Democrática Alemana. Se comprende que durante años ese país haya ejercido cierta fascinación sobre la izquierda chilena, pues ofreció asilo a muchos de sus integrantes cuando se vieron obligados a abandonar el país huyendo de Pinochet.

La Alemania oriental gozaba de algún prestigio en el mundo: parecía demostrar con los hechos que un país comunista podía convertirse en potencia industrial. La tradición universitaria alemana, asociada a los nombres de Humboldt y Berlín, no se perdió del todo durante el régimen comunista: quien tuvo, retuvo. Los imponentes éxitos deportivos –ese pequeño país tuteaba a Estados Unidos y la Unión Soviética– contribuyeron al prestigio nacional. Es verdad que ahí estaban el muro, las alambradas y los campos minados, pero la opinión pública de izquierda estaba incluso dispuesta a admitir que ese despliegue de seguridad no se dirigía contra su propia gente, sino que era un mecanismo defensivo frente a la inminente agresión de Occidente.

La caída del muro mostró al mundo la mentira sobre la que se apoyaba el régimen. El supuesto desarrollo económico era endeble e insostenible, los éxitos deportivos se basaban en un doping sistemático -convertido en asunto de Estado-, y la policía de seguridad (Stasi) ha pasado a la historia como modelo de represión. La vocación fiscalizadora propia de todo sistema totalitario, unida al carácter concienzudo de los alemanes, dio como resultado un Estado paranoico que, adelantándose a la época de big data, pretendió controlar por completo las vidas de millones de ciudadanos.

Recuerdo a título de ejemplo el caso de Michael Müller y Rainer Schottlaender. Estos dos estudiantes de Física de Berlín Oriental difundieron en 1969 un simple folio -veinte por catorce centímetros, tres gramos-, escrito a máquina y multicopiado, en el que exigían el final del adoctrinamiento marxista-leninista en las aulas universitarias. Las autoridades comunistas emprendieron una exhaustiva operación de búsqueda para detener a los responsables: interrogaron a 9.000 estudiantes, examinaron 1.300.000 documentos de identidad, registraron los comercios de todo el territorio nacional que vendían máquinas de escribir. 90.000 policías e informantes se afanaron durante meses en la búsqueda de los autores de la “hoja volandera más cara del mundo”, afortunadamente sin éxito.

Este incidente, que hoy nos parece casi surrealista, ilustra a la perfección la idiosincrasia de un régimen profundamente inhumano. Cuesta entender que la presidenta Bachelet lo siga proponiendo como modelo.

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