La ‘tentación populista’ en Chile (I)

Análisis
OpiniónGlobal, 21.09.2015
Benjamín Concha G., Felipe Du Monceau, Carlos Klammer B., y Juan Salazar S., embajadores (r) y directores de CEPERI

El propósito fundamental de nuestra corporación es hacer un seguimiento de las relaciones internacionales para velar por la adecuada formulación e implementación de la política exterior chilena. Sin embargo, cualquier evaluación de nuestro frente externo no puede abstraerse de los factores que marcan la situación interna del país. De allí, los dos análisis sucesivos que presentamos.

Partamos por una simple constatación: el que Sebastián Piñera y la Alianza hubiesen sucedido en el gobierno a Michelle Bachelet y a la Concertación en marzo de 2010 fue un hecho que tuvo -para diversos analistas internacionales- el valor de reforzar la democracia chilena, al haberse producido una alternancia en el poder, fenómeno poco usual en tiempos del populismo latinoamericano. Para la izquierda dura chilena, en cambio, significó un golpe desagradable y demoledor, porque una parte importante de ese sector siempre ha vivido de la política, paga a sus militantes y familiares con cargos gubernamentales (clientelismo) y, por tanto, se aferra al poder como sea. La aludida derrota electoral significó, incluso, para muchos de ellos, partir al ostracismo.

La izquierda opositora aprovechó, entonces, al movimiento universitario, cuya dirigencia era anarquista, comunista o anti-sistémica, para entablar una lucha sin cuartel contra Piñera. Y, para evitar la continuidad de la derecha en el gobierno, se fue a Nueva York a buscar a la ex presidenta Michelle Bachelet, con quien armó un nuevo referente (Nueva Mayoría), agregándole actores de la izquierda radical (IC, MAS, PC) y fijando un importante objetivo estratégico: cambiar el modelo de desarrollo chileno, con la escusa de que había que buscar la equidad.

La complacencia de la derecha, la ingenuidad de la clase media, y el "griterío de la calle" sirvieron para que, después de la victoria electoral de Bachelet, se pusiera en marcha -rápidamente- su programa maximalista en pos de un proceso político refundacional en Chile. Se presentaron varios proyectos de reformas institucionales simultáneos y se empezó a hablar -sin mucho detalle- de la necesidad de una Asamblea Constituyente. Se obró con mucha voluntad y celeridad, pero con poca claridad, mala gestión técnica y total improvisación, ante lo cual la ciudadanía reaccionó negándole el apoyo a la presidenta (72% de rechazo en estos momentos) y oponiéndose mayoritariamente a todas y cada una de sus reformas. Hasta aquí, un resumen de los hechos principales.

El resto corresponde a conjeturas en torno a un panorama claroscuro de la política chilena, con dimes y diretes, pero la mayoría de los analistas todavía algo confusos. Unos ponen énfasis en las pugnas al interior de la Nueva Mayoría (NM),  empleando el consabido enfoque de "duros" y "blandos". Otros destacan la gestión desprolija e ineficiente del gobierno en general. También hay quienes creen que, dejando a un lado su imagen bonachona, la presidenta carece -en el fondo- de liderazgo y capacidad.  Y, por último, no faltan los rumores acerca de su estado emocional, mostrando estar ausente y errática, y quejándose de que le ponen "trampas en el camino".

En forma paralela a estas interpretaciones, estamos apreciando una situación de crispación social en el país frente a un cúmulo de problemas que el gobierno no ha sido capaz de resolver (abusos de algunos monopolios, aumento de la delincuencia, desconfianza en los políticos, mala gestión frente a crecientes expectativas, violencia en la Araucanía, etc.). También ha aumentado la polarización política, porque la NM no acepta críticas, la oposición no ofrece alternativas, y la presidenta no quiere enmendar rumbos. En lugar de consensuar algunas rectificaciones en la ruta, lo que se observa es una especie de "huída hacia adelante".

Las contradicciones que aparecen en los distintos análisis resultan del sesgo ideológico con que se miran las cosas: frente a encuestas negativas (22% de apoyo a Bachelet y 18% al gobierno), la lectura de la presidenta es que "la calle le dice otra cosa"; la NM se victimiza y culpa a la derecha de fascista; los estudiantes, los profesores y los sindicatos en general tienen derecho a manifestarse, no así algunos gremios -como los camioneros- porque son considerados golpistas; el discurso del gobierno resulta ambiguo porque está dominada por los slogans y , si la gente no lo apoya, es porque hay problemas de comunicación. En definitiva, las críticas a la NM se consideran parte de una "campaña del terror". En ese cuadro, el peor error del gobierno es suponer que la gente es ignorante y que no entiende los beneficios que -según la N- deberían reportarle a largo plazo unas reformas mal concebidas y mal implementadas.

Tal vez el meollo de lo que está ocurriendo actualmente en Chile sea la campaña de la dirigencia más militante de la NM por convocar a una Asamblea Constituyente. Hasta ahora no se ha explicado bien por qué hay que cambiar la Constitución (porque es Pinochetista a pesar de la reforma del presidente Lagos?), ni qué es lo que se quiere modificar. No será que se pretende bajar los quórums para las reformas institucionales, fortalecer el rol del estado en detrimento de la iniciativa privada, debilitar el derecho de propiedad, regular los medios de comunicación, limitar la libre expresión, y permitir la reelección indefinida? Lo extraño es que el gobierno insinúa distintos procedimientos, pero todavía no se anima a especificar cuáles son las reformas concretas que propone para abrir un debate sobre ellas.

A pesar de que el ministro Nicolás Eyzaguirre ha hecho un verdadero mea culpa, digamos las cosas por su nombre: la presidenta no es que esté confundida o afectada al extremo de no poder salir del embrollo en que se metió. Lo que pasa es que ella no quiere cambiar el rumbo trazado ("terminar con la obra de Allende"), para lo cual se empecina en cambiar de cuajo el modelo de desarrollo "injusto" que -supuestamente- impera en el país (economía social de mercado), desconociendo el reconocimiento internacional que existe sobre el "milagro chileno" y la obra de la Concertación al respecto. Según esa convicción ideológica, hay que dejar de lado "la democracia de los acuerdos" e imponer -contra viento y marea- un estado socialista y benefactor. Si eso implica llevar a cabo malas reformas, incluso a costo de un desastre económico, que así sea porque lo que se busca es terminar con los poderes fácticos (Ej.: el empresariado) y que los medios de producción, la educación, la salud y los demás servicios fundamentales pasen a manos exclusiva del estado.

Esto podrá sonar increíble, pero a cuarenta años de la "tentación totalitaria" (comunista) formulada por Jean-Francois Revel y, como epílogo de la estrategia gradual para la toma del poder total en América Latina de los Chávez, Maduro, Morales y Correa, lo que estamos viendo es un viraje de Chile hacia el populismo. Así como Allende quiso hacer la revolución ("Vía Chilena al Socialismo") con el apoyo del 43% de la ciudadanía en 1973, Bachelet lo está intentando con el 22% en 2015. Con eso en mente, la NM sabe que controla el ejecutivo y que dispone de la mayoría en el poder legislativo. Y, a pesar de su bajo respaldo popular, buscará mantener la continuidad de la coalición de gobierno (estrategia del PC) y -eventualmente- el dominio del poder judicial para consolidar el llamado poder popular o la "democracia directa".

Por ahora, se están dando las condiciones de conflictividad, polarización y división del país, que podrían desembocar en un período de seria inestabilidad y en el debilitamiento de nuestras instituciones democráticas. Sólo falta la emergencia de un caudillo para que Chile se ponga a la cola de los fracasados modelos de Cuba y Venezuela. Ante ello, la gran paradoja es que el aludido cambio va contra el reloj de la historia si tomamos en cuenta la implosión de la URSS, el fracaso del estado benefactor entre los países desarrollados, la emergencia de China sobre la base de una economía capitalista, o los primeros pasos que está dando La Habana para adoptar el modelo chino.

Veamos, en una próxima nota, cómo está repercutiendo este complejo panorama interno chileno en la formulación de nuestra política exterior.

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