La ‘Trudeaumanía’ y la imagen país de Chile

Columna
El Mostrador, 18.03.2016
Juan Cristóbal Villalobos, director de Vanguardia Comunicación

La semana pasada se desató en Estados Unidos una verdadera “Trudeaumanía”: los principales medios norteamericanos cubrieron extensamente la visita a Washington del premier canadiense.

Previo a su llegada a la capital norteamericana, The New York Times, Vanity Fair, Vogue y el programa “60 minutes” publicaron favorables artículos y entrevistas a él y a su mujer. Algo inédito, considerando el habitual desinterés por este tipo de visitas, especialmente de un representante de Canadá, país considerado “simpático pero aburrido”.

El punto culminante de la gira fue la cena que el presidente Barack Obama le ofreció en la Casa Blanca, invitación que un mandatario norteamericano no le había hecho a un par canadiense en 19 años. Los brindis de ambos líderes estuvieron plagados de chistes sobre las diferencias idiomáticas y culinarias entre los dos países.

Esta conexión y cercanía no son extrañas, ya que tienen mucho en común: explotan un perfil liberal, son populares a nivel local e internacional, y su llegada al poder generó un optimismo que ayudó a impulsar la imagen de sus países. Algo parecido a lo que sucedió en 1997, cuando la elección del entonces joven primer ministro inglés Tony Blair puso de moda a su país bajo el eslogan de “Cool Britannia”.

Desde que ganó las elecciones en octubre del 2015, Trudeau ha atraído el interés mediático mundial y sus acciones son ampliamente viralizadas en las redes sociales. Es que el canadiense no hace nada sin plasmarlo en su Facebook, Twitter e Instagram. Por ejemplo, él personalmente dio la bienvenida a 25 mil refugiados sirios a su país y los esperó con abrigos. Protagonizó una campaña en contra del bullying gay vistiendo un polera rosada, e hizo suya la “diplomacia de los pandas” al posar ante las cámaras con dos críos recién nacidos de un panda prestado por China al zoológico de Toronto.

Con sus políticas liberales, su buen look y su experto manejo de las redes sociales, el primer ministro canadiense Justin Trudeau está transformando a Canadá en un “país cool”. Experiencia de la que Chile podría recoger varias lecciones.

Previo a su llegada al poder, Trudeau ya era una celebridad en su país. Hijo del dos veces primer ministro Pierre Trudeau –un popular ícono del liberalismo–, antes de entrar a la política fue instructor de snowboard, barman, profesor de matemática y boxeador amateur. Famosas son sus fotos boxeando con un político conservador. Recién el 2008 llegó al Parlamento, y el 2013 se transformó en líder del Partido Liberal. De ahí su carrera fue meteórica y llegó al poder dos años después declarándose feminista y defendiendo el matrimonio homosexual, el aborto y la legalización de la marihuana.

Trudeau entiende que el éxito de su liderazgo depende en gran medida de la capacidad de comunicar en forma atractiva y actual. Su manejo suelto y osado de las redes sociales, y el armar un relato y agenda pensando en los medios le ha permitido posicionar a Canadá en la competitiva agenda mediática mundial, transmitiendo la imagen de un país moderno, compasivo y progresista. Esta estrategia es un ejemplo de lo que el académico Joseph Nye define como “Poder Blando” (Soft Power); es decir, la capacidad de un país para influir sobre otros basándose en el “poder sutil” de la cultura y las ideas más que en el “Poder Duro”, sustentado en acciones económicas y militares.

Si bien para Chile sería más difícil generar un interés como el de Canadá a nivel mundial, el ejemplo de Trudeau demuestra que si una nación cuenta con un líder con una historia potente y un discurso atractivo y novedoso, puede transformar a su país en noticia. Así lo hizo durante décadas Fidel Castro, luego Hugo Chávez y hoy Evo Morales. Chile, en cambio, ha desperdiciado la oportunidad de potenciar el liderazgo internacional de Michelle Bachelet. Su trayectoria personal y habilidades blandas ayudarían en la urgente y pendiente tarea de crear y transmitir un relato-país atractivo mediáticamente. En sus encuentros con la prensa y líderes internacionales, Bachelet pierde su espontaneidad y soltura comunicacional. Lo mismo sucede con la “marca Bachelet” en las redes sociales, en las que no se ve su “huella” ni una voz auténtica, característica esencial de toda comunicación efectiva.

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